(CRÍTICA) Quizá este sea uno de los libros que ansiaba leer desde el anuncio de su publicación. Por un lado, en el libro se aborda a uno de los más grandes poetas chilenos del Siglo XX. Al respecto, cuando hablamos de la tradición poética chilena, debemos hacerla con respeto y, en cierta medida, con excesiva atención. La razón es muy sencilla: esta tradición aún conserva frescura y fuerza, documentado en un legado de influencia en la poesía escrita en español durante el siglo anterior, como también en una proyección epifánica e invisible en los nuevos poetas iberoamericanos de los últimos quince años. A diferencia de otras tradiciones poéticas, la chilena se resiste a envejecer gracias a sus lectores que sí saben leer a sus poetas referenciales, o de culto, asumiendo el legado de su médula escrita.
Por:
Gabriel Ruiz Ortega
De los poetas chilenos que frecuento, Enrique Lihn es uno de ellos. No lo pienso mucho, es pues el poeta que, en lo personal, más sintoniza conmigo. Además, Lihn es una presencia estratégica en no pocos poetas latinoamericanos, bueno, esas son las ventajas de tener una librería y recibir la visita de poetas de muchísimos lugares del mundo, con los que hablas de poesía y cruzas información de poetas satélites, siendo Lihn uno de los satélites más mencionados. La poesía de Lihn habla y transmite hacia adelante, su poética exhibe un desenfado y frescura sólidos que estimulan y no solo a los poetas jóvenes, sino también a los más trajinados.
Eso, por un lado, Lihn.
Por el otro, Roberto Merino.
Sigo a Merino desde hace varios años, quizá en silencio, un silencio injusto porque he debido promocionarlo más entre los lectores peruanos, pese a que en su momento reseñé su imprescindible Pista resbaladiza. Merino, algunas señas, es poeta, rockero, editor y un atento y crítico observador de la realidad. A la fecha es un maestro de la crónica de opinión. Merino ha hecho del híbrido un lisérgico cóctel de revelaciones en donde todos los tópicos sobrepasan la inmediatez de la publicación periódica para asentarse en una tentativa de trascendencia. De lo que mira, lee, escucha y habla, el chileno dicta cátedra de escritura literaria de alta y contundente calidad.
En Lihn. Ensayos biográficos (Ediciones UDP, 2016), Merino nos entrega un acercamiento al autor de La pieza oscura, o llámalo también un perfil fragmentado. No estamos ante una biografía exhaustiva que recorre el sendero vital y poético de Lihn, sino ante un texto que nos permite entender a la persona detrás de la obra, a la leyenda que amenaza con imponerse en el imaginario de los lectores. Ese es el peligro que corren los poetas como Lihn, ser presos de sus leyendas, mientras más grande es el poeta, su leyenda es más llamativa. Merino no quiso reforzar la leyenda, por ello se aboca a los pasajes y estaciones vitales más importantes de su vida. Merino nos cuenta que a Lihn le gustaba caminar durante horas por Santiago, casi siempre sin rumbo específico, sencillamente se dejaba llevar por la intuición, también nos relata sobre la especial relación que el poeta tenía con su abuela, sus padres, su hija Andrea, sus mujeres y con otros escritores. Esta cadena de relaciones, pautadas por cambios que iban de la tranquilidad a la exaltación, nos configura un hombre excesivamente volado. Lo suponemos en principio, pero luego arribamos a la certeza, porque los ensayos “Familia”, “Habla”, “Animales” y “Vida doméstica” conforman una galaxia minada de asteroides Lihn y meteoritos Lihn que se estrellan entre sí. Entonces no nos sorprende su forma de ser, y vamos entendiendo de a pocos su rebeldía festiva con la vida. Para comprender lo que digo, sugiero la lectura del ensayo “Peleas”, que entre líneas es mucho más que su truncado duelo con el no menos grande Jorge Teillier.
Merino no lo cuenta todo, solo sugiere, consignando datos y testimonios de algunas personas que conocieron a Lihn, sus testimonios no son muchos, solo hablan y participan los que sí tienen algo que decir, sin caer en el lugar común y la anécdota idiota, a saber, uno: el muy buen narrador Germán Marín. En cada una de estas páginas nos hechiza una luz, por demás extraña pero mágica. Lihn se erige como una figura inigualable, como uno de esos tocados que aparecen cada cincuenta años, cuyo paso por el mundo marcó definitivamente a más de uno, a Merino, por ejemplo, que está a la altura de este proyecto. Sus ensayos debemos disfrutarlos como pequeñas y peligrosas dosis de literatura y vida, pero eso sí, nos hubiese gustado tres dosis más, es decir, un coqueteo arriesgado de la peligrosa sobredosis Lihn.
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