De cómo la diferencia puede ser una ilusión
Sorteados los peligros, uno de los cuales fue el de transformar este trabajo en un monólogo de María Nieves Alonso sobre Jaime Gil de Biedma y otro de Mario Rodríguez sobre Enrique Lihn, con énfasis en el último porque Rodríguez no sabía, más bien no gustaba del poeta español y Alonso sí sabía y gustaba del chileno, pudimos, finalmente, dar forma a nuestro relato. Citamos esta experiencia por ser paradigmática de la relación entre poesía chilena y española moderna que se puede imaginar como dos monólogos que corren paralelos, cruzándose a intervalos muy alejados mediante figuras emblemáticas como Darío, García Lorca y Neruda.
Entre los contados cruces, sólo hay espacios vacíos, terrenos deshabitados, mejor dicho, habitados por la negación, el desconocimiento y el desinterés.
Para quien busque la continuidad, nada más fácil que recurrir a poetas como Miguel Arteche u Oscar Hann fuertemente ligados a la tradición española más prestigiosa: la del siglo de Oro, en estos casos. Para quien quisiera hacer resaltar la ruptura, pareciera altamente apropiado oponer a Lihn y a Gil de Biedma.
¿Cómo se explica, entonces, nuestro intento?
Comenzamos diciendo que aceptamos la diferencia, pero con el mismo énfasis nos negamos a creer que dos poetas contemporáneos que escriben, por consiguiente, en los mismos años y, especialmente, en la misma lengua no muestren en muchos puntos que la diferencia es a menudo ilusoria.
Así, por ejemplo, Lihn nunca creyó que la escritura fuera una "consagración del instante", en oposición a Gil de Biedma que construyó toda su poesía en torno a esa creencia y; sin embargo, el "consagrador del instante" dejó de escribir cuando creyó que la poesía no era capaz de asegurarle ese rol, y el descreído, por el contrario, escribió hasta el último instante antes de morir. ¿Quién es, al fin, el gran consagrador? ¿El que se autocondena a un silencio terrible porque el gozo del instante ya no funciona en plenitud o el que exasperadamente escribe sin creer en el placer de la escritura?
Pero examinemos el lenguaje, podrá decir alguien, porque ahí sí funciona la diferencia. Ello es cierto, pues frente al "barroquismo" verbal caótico de Lihn, resalta diferencialmente la lengua tan próxima al "clasicismo" de Gil de Biedma. Sin embargo, y en estrecha relación con el problema de la temporalidad y la escritura examinada en el párrafo anterior, podemos decir que hay lenguaje concebido como una suerte de terapia o remedio de la enfermedad semántica que asola la lengua transformándola en el reino de la mentira, de la sumisión y de la complacencia.
Ni Lihn ni Gil de Biedma conceden nada a los mitos que gratifican y hacen, por ello, más tolerable la existencia. Con distintos lenguajes son ambos poetas indóciles, voces exasperadas que hablan de aquello que desearíamos más bien permaneciera silencioso.
En otro plano, nos parece oportuno recordar las lejanas palabras de Américo Castro quien habló de la "morada vital" de España y de cómo ella se trizó con la expulsión de los moros y judíos. En estos años de fin de siglo, ¿no convendrá trasladar esa metáfora a la lengua? ¿Cuál es la "morada vital" que compartimos españoles y latinoamericanos que no sea otra que la misma lengua? Sin duda que ocupamos distintos pisos de esa casa verbal y en cada nivel funciona una sintaxis propia, mejor dicho, una "sociedad de discursos" que tiene sus reglas y normas y donde la palabra circula a través de rituales establecidos; pero somos inquilinos de una misma morada y, por tanto, en un punto esos ritos deben comunicarse, aunque sea un
punto más bien secreto que público.
He aquí que comienza el relato.
María Nieves Alonso, Mario Rodríguez F