El terrible Tetas Negras
París, situación irregular, de Enrique Lihn
Por Juan Manuel Vial
En 1976, Enrique Lihn regresó a París tras ocho años de ausencia. París, situación irregular consiste en el recuento en vivo de aquella experiencia, puesto que allá, en la capital francesa, fue escrita la primera parte del libro, la parte propiamente parisina. En términos generales, esta obra es una de las más originales dentro de la valiosísima producción de Lihn. Ambivalente entre la prosa y el verso, entre el desencanto y el humor, entre un diario de viaje de reconocimiento desmemoriado y una serie de sonetos hilarantes a la manera de Quevedo, el volumen ofrece ciertos ángulos de la mente de Lihn, o tal vez debiera decir recovecos, que no siempre fueron evidentes en otros textos.
El viaje, por ejemplo, no es un tema novedoso en la escritura de Lihn, pero aquí el desplazamiento conforma una especie de despedida de un pasado humano e intelectual (“Ya no se trata -¡poetas!- de triunfar en París”), una despedida adornada con peculiares fijaciones y memorables observaciones. Entre las primeras, destaca el acto casi compulsivo de aliviarse en el espacio público: “Una parte de la inhibición que me infundía esta ciudad ha desaparecido desde que sigo el consejo de orinar en sus calles”. Y entre las segundas, hay una serie de iluminadas divagaciones zoológicas, plagadas, a ratos, de seres monstruosos que ciertamente no provienen de la imaginación del autor: “el pez muñón”, “el pez guata-de-monja”, “la meca-de-mar, un animal igualito al mojón humano, etc.”.
París, situación irregular no es un libro escatológico, sino que muy por el contrario: aquí Lihn explora algunas de sus más antiguas y profundas obsesiones, las cuales, por supuesto, nada tienen que ver con el acto de orinar o con la fauna exótica (“Flora, la Fauna no soy yo”). Por ejemplo, el tema del meteco, del extranjero jamás asimilado, “con mi aspecto de empleado público de una provincia de Ninguna Parte”. O la pérdida de los recuerdos, y, junto a ellos, la de las ensoñaciones gastadas: “Decreto, por lo tanto, la irrealidad de esta ciudad que no rima con mi memoria”. El ensimismamiento: “La gente ¿de qué habla? Porque tú hablas de ti”. Las aspiraciones, “pues la mera claridad es el sueño de los mediocres”. Y con respecto al lenguaje, una verdad que de tan dura parece esculpida en piedra: “Toda lengua es siempre extranjera”.
Los sonetos, un homenaje a Quevedo, son en parte cómicos y en parte geniales. En el primero de ellos el hablante nos dice: “Espero de la tierra no hacer colas / ni así hormiguear buscando mi sustento; / quiero en todo ganar el mil por ciento / y pasármelo todo por las bolas”. Con el último verso del segundo soneto el lector ya puede considerarse advertido, “porque soy el Terrible Tetas Negras”. En cuanto a otra de las fijaciones de Lihn, las damas, el soneto parece ser la estructura ideal para expresar ideas inquietantes: “Es posible que cumplan las mujeres / siempre una sola, este dolor: tarea / de privarnos del ser en la existencia”. Lo es también para confesar aspectos más mundanos del mismo encantamiento: “las tengo allí -he cortado por lo sano- / fichadas por sus datos genitales / y con sus respectivas direcciones”.
París, situación irregular es lo que podría llamarse un libro de cabecera: además de ser una clase magistral de escritura en prosa, en verso y en verso libre, hay aquí muchas teorías seductoras e inteligentes que están sólo esbozadas, lo que le permitirá al lector curioso -bendito sea él- volver una y otra vez sobre ellas hasta conseguir la síntesis que ilumina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario