Peor que mendigos. Nos
reducimos a la mendicidad, o será que sólo yo he tomado en serio este oficio.
Bien pensado, veo a otros miembros de la cofradía -jamás una comunicación, nunca
un saludo de cumpleaños, ni la menor señal de vida en común, ni un escupitajo en
mi escudilla- ocupar altos cargos o, en su defecto, abrirse de brazos y de
piernas a escala nacional, continental o mundial. Mientras yo, a fuerza de
desvivirme, quizás llegue, pero nadie me lo asegura, a sacar de pronto, en lugar
de la lengua, la palabra lengua.
Fragmento de "El Escupitajo en la Escudilla"
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