Arraigo y desarraigo en tres poetas chilenos (Lihn, Uribe y Teillier) [1ª parte]





Arraigo y desarraigo en tres poetas chilenos (Lihn, Uribe y Teillier)

por Roberto Aedo
[1ª parte]



El tema del viaje —símbolo de la vida— es uno de los más antiguos y tradicionales de la historia de la literatura; en occidente, tan antiguo como la épica homérica. Estrechamente ligado a él, la realidad y tema del destierro constituyen asimismo una pena antigua, que el honor y la pertenencia orgánica a una comunidad hacían más doloroso de lo que a menudo hoy se podría pensar: baste recordar el doloroso exilio de Ovidio o que antes Sócrates prefirió la cicuta.

En el contexto de la mini-tradición poética de la poesía chilena, el destierro aparece en momentos cumbres de los grandes fundadores de la vanguardia histórica: pienso, por ejemplo, en el habla dolorosa que, con un dejo de mares bárbaros, modula aún la voz de “La extranjera”; pienso también en las quejas que sobre el trópico, los coolíes coringhis, las venenosas fiebres y los espantosos ingleses, profiriera el nostálgico y rabioso enamorado del “Tango del viudo”.

En esta oportunidad, la invitación es a acercarnos, aunque sea muy brevemente, a cómo es que el binomio arraigo/desarraigo reaparece —metamorfosis de lo mismo— en tres destacados poetas chilenos, más o menos coetáneos, que produjeron su obra durante la segunda mitad del siglo XX.


Enrique Lihn: Pena de extrañamiento

Luego de recorrer parte de Europa con una beca de la UNESCO para estudiar museología, y de haber publicado al año siguiente de ganarla Poesía de paso (1966) —el volumen con el que ganara también el por entonces muy prestigioso Premio Casa de las Américas—, Enrique Lihn decide radicarse al año siguiente en París. Después de algún tiempo, el poeta no logra instalarse por sí mismo fuera del ámbito de la generosidad de sus amigos, razón por la cual desiste de su empeño. Dicho intento fallido se inscribe en el marco de una situación de precariedad laboral que lo acompañó hasta principios de los setentas (1), y que es susceptible de ser leído dentro de un contexto mayor.

En efecto, si consideramos a nivel textual el tema del viaje (uno de los más importantes dentro de su poesía (2)), nos encontraremos con la figura del extranjero :

Cirios inmensos para siempre encendidos, surtidores de piedra, torres de esta ciudad en la que, para siempre, estoy de paso como la muerte misma: poeta y extranjero (3)

Para Lihn, éste resultaba una prolongación casi “natural” del sujeto descentrado —proyectado dramáticamente hacia el pasado— que deambulaba por los paisajes de su propia memoria , y que sería el más característico de los que poblaban su primera obra maestra: La pieza oscura (1963). En esta nueva prolongación, el extranjero representaba para Lihn la situación del intelectual hispanoamericano que —en medio de su baldío asolado por la historia— vive un “exilio interior”, añorando en su calidad de meteco lo “entrañable europeo”, que sólo logra reconocer como la imagen en directo de lo que conociera indirectamente por los libros, la pintura, el cine o, simplemente, por la proyección idealizante de su deseo. De manera siempre consciente(4), su europeísmo lo mantiene a una distancia insalvable, tanto del europeo como de lo europeo:

El extranjero trae a las ciudades el cansado recuerdo de sus libros de estampas, /ese mundo inconcluso que veía girar, mitad en sueños, por el ojo mismo de la prohibición (…) Y es como si esta muchacha florentina siempre hubiera preferido ignorarlo abstraída en su belleza Alto Renacimiento, /camino de Sandro Boticelli (5)

De esta forma, su figura nos habla de la precariedad de nuestro medio cultural hispanoamericano —la que Lihn sufrió y exageró—, pero, simultáneamente, nos habla también de la alienación (6) cultural de un sujeto que, enajenado de su propio medio, remite constantemente a otro hegemónico que conoce por retazos culturales y/o por experiencias fragmentarias, y en el que no le es posible arraigar tampoco, pues siempre está “de paso”. Mas, si observamos con cierta detención, nos daremos cuenta de que a pesar de los múltiples desplazamientos que podemos observar en el plano denotativo de esta escritura, casi siempre dentro del ámbito de la vida urbana y, más precisamente, de grandes ciudades, de las capitales político-administrativas y/o culturales (“apuntes de viaje”, tomados por ejemplo en La Habana, París, Lima, Madrid, Barcelona, Texas o Nueva York, y hasta en los rincones que reconstruye la memoria, esa “versión presente de lo que fue”), en el plano connotativo en cambio, vemos que el desplazamiento no es tal. El exilio del extranjero es más profundo que el mero desarraigo cultural, puesto que se da, simultánea e inseparablemente, en varios planos; es, como se titula el texto que da nombre a su decimoséptimo volumen de poesía, una verdadera “Pena de extrañamiento” (7). En este sentido, puede decirse que en su poesía el desarraigo es también afectivo, puesto que sus hablantes —los sujetos de su escritura— son a menudo incapaces de establecer vínculos amistosos y/o amorosos duraderos e importantes que lo lleven a anclar, a arraigar o al menos a constituir un centro o eje, un referente estable en este sentido. Asimismo, su desarraigo es por así decirlo “epistémico”, ya que desconfía no sólo de la poesía (de su lenguaje, de su utilidad, de su capacidad real de transformar la realidad a través de la palabra), y —en un gesto vergonzante típico de cierta subordinación a una hegemonía cultural— de su lengua materna (8), aunque, en el fondo, el lenguaje mismo le parece insuficiente para expresarse y asir la realidad (9):

Invocación tú que eres como el amor un lugar común tan difícil de intercalar para mí /en mi vida que ahora mismo no sé qué hacer contigo quizás destruir este poema estoy /sinceramente vacío no gano nada con emocionarme mientras te hago esperar en un lugar de La Habana. No quieres comprenderlo ni yo puedo decírtelo; por las palabras empieza mi temor por /ellas de las que me he servido demasiado tiempo para orillar este silencio al que siento /ligado como un loco a los tormentos del mar, en los malecones. Es una asfixia hablar, dar las explicaciones que nunca aclaran nada, destruir con la /palabra lo que se ha construido sin ella: el poema (…) Yo seré —éste es mi papel— nada más que un momento ni siquiera un castigo a tu /distracción o a tu desobediencia estamos cansados de todo esto, un momento de /angustia en lo oscuro: el extranjero que desespera por unirse a la vida en una ciudad como ésta, a la vida de la que tú eres, /después de todo, una pequeña imagen fiel a semejanza del amor a la vida, inolvidable. (10)

El suyo es pues, a través de toda su obra, un ejemplo límite del drama de la alienación moderna: un desarraigo existencial que lo desrealiza, que lo afantasma y que hace de estos sujetos extranjeros en todas partes, “de profesión”, tanto en las instancias de acercamiento y/o intimidad con otros, como inclusive en los propios parajes de su memoria y de su cultura, con las que nunca llega a identificarse y/o a relacionarse satisfactoriamente, pero de las cuales no puede ni podrá escapar:

Nunca salí del horroroso Chile mis viajes que no son imaginarios tardíos sí —momentos de un momento— no me desarraigaron del eriazo remoto y presuntuoso. Nunca salí del habla que el Liceo Alemán me infligió en sus dos patios como un regimiento mordiendo en ella el polvo de un exilio imposible. Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor: el miedo de perder con la lengua materna toda la realidad. Nunca salí de nada.(11)

La “especie de filosofía negativa de la existencia” que Lihn vio y concibió en su poesía, en la raíz misma de su poética, de su poesía situada —desde La pieza oscura en adelante—, implica la concepción de la vida como una suerte de inexorable viaje, involuntario e indeseable, hacia ese dejar de ser que es la muerte (12). Durante dicho trayecto, sus hablantes están condenados al extrañamiento , capaz de hacer escribir a uno de ellos:

el salir a la noche porque ya no se tiene otra salida este mundo mortalmente desabitado para mí como si alguien me hubiera quitado el saludo masivamente. Puente de qué roto entre yo y las gentes qué delgadez la de mi propia sangre por no mezclarse, en realidad, a nada. (13)


Armando Uribe: El criollo en su destierro

En el caso del poeta Armando Uribe, la situación biopoética es —en un cierto sentido— inversa a la de Lihn. Si bien su referente cultural principal fue siempre Europa y, asimismo, es muy probable que haya sido principalmente París, él sí llegó a residir en la antigua capital de las luces, pero de una forma algo azarosa: más bien contra su voluntad. Luego de instaurarse la junta, como la cabeza del gobierno de la por entonces recién instalada dictadura militar, China (país en el que el poeta se desempeñaba como embajador de Chile) reconoce con gran prontitud —haciendo gala de un pragmatismo seguramente milenario— al gobierno ilegítimo que Uribe no duda ni se demora en rechazar públicamente (primero en entrevistas y encuentros con personeros políticos, y, más tarde, por escrito), poniendo fin a sus funciones diplomáticas, de las cuales fue rápidamente destituido por el nuevo gobierno de facto. A partir de ahí residirá, con distinta suerte, primero en el balneario de Biarritz y con posterioridad en la capital francesa, donde habría de ganarse la vida haciendo clases de ciencias políticas en el programa de doctorado correspondiente de la Sorbona, Universidad de París I (14):

Tenía treinta y nueve y se acabó mi vida. Resucitado hacía clases de lo que no sabía. En país extranjero Extranjerías visitaba, y compases parecían las calles por las que uno se mueve después de muerto, lejos, calles desconocidas.(15)

Estos acontecimientos, como era de esperarse, afectarían directamente no sólo a la vida “real”, privada y pública, sino que también a la obra misma del poeta. Por un lado, decide no volver a editar libros de poesía (en verso) mientras la dictadura permanezca en el poder, razón por la cual sólo a partir de Por ser vos quien sois (1989), y sobre todo desde Odio lo que odio, rabio como rabio (1998), Uribe comenzará a publicar material inédito, tanto del acumulado como del escrito más recientemente, llegando a la fecha a contar más de una decena de volúmenes de poesía. El poeta no descansará: junto con los versos no publicados, desde su exilio europeo dará a luz textos que hoy constituyen para algunos —entre los que me cuento— verdaderos hitos cívico-políticos en la poesía chilena: publica en francés El libro negro de la intervención norteamericana en Chile (1974) —traducido a doce lenguas— y Los caballeros de Chile (1978), ambos reeditados en castellano a su retorno, y en los que dispara contra los golpistas desde su posición de diplomático y de miembro de la clase dirigente, a la cual, como veremos, renuncia. No por nada, alguna vez escribió algo paradójica, algo equivocadamente, aunque con sentido: “Tal vez la poesía no, pero el poeta sí cumple una función…” (16). Por otro lado, el tema del destierro, a pesar de estar explícito en pocos poemas, cala hondo en los numerosos libros publicados desde su retorno al país, después de diecisiete años de dictadura, entre los que podemos encontrar textos como el que sigue:

Me preguntaba ¿qué hago aquí? (aquí era Francia), recordaba esos versos “Enfermo en Veracruz, despierto un día”. Me preguntaba si era Francia y no sabía (…) ¿Dónde estaba?, qué ansia sentía y cómo adormecerla. Apagaba la luz sin quedarme dormido. Miraba la pared y no veía nada. Quise decirme usted. Pero no sabía si era yo. De mí sentía sed, y me tomaba en vino negro, y me comía en carne rancia. (…) Mi destierro fue atroz y sigue en este (vedme) este ataúd.(17)

Para completar el sentido que tienen éstos y otros versos, resulta útil conocer el dato biográfico de su casi década de insomnio. Uribe es, en este sentido, un potente ejemplo poético de lo que Lihn denominara en uno de sus poemas “el sueño nunca bien conciliado” de tantos y tantos exiliados. Pero también, y muy principalmente, resulta de importancia para tales efectos saber qué es, qué significa para él el exilio. Para Uribe, y así lo ha expresado en más de una oportunidad, el destierro (al igual que el desarraigo, que su condición de extranjero para Lihn) es un estar siempre de paso, un verdadero “afantasmamiento”, una desrealización; es una suerte de antiutopía, en la medida en que es estar —dolorosa, negativamente— en un lugar no lugar:

En esos días que duraron quince años, no estábamos de turistas en París, como creyeron parientes en Santiago, pasándolo muy bien. Estuvimos todos esos días de paso. El destierro no consiste en estar en otro país que el propio: es no estar en ninguna parte, es el fantasma para el que no hay lugar: carecer del padre patrio. Cualquiera sea el clima, todo es gris, siniestro muchas veces (…) Así fue para una familia de ocho personas.

Sonreíamos solamente al recordar cómo era nuestra vida veinticinco años antes, en el Chile que entonces parecía civilizado, no como la dictadura que desterraba y enterraba (…) Han pasado otros veinticinco años (…) y Chile aún no vuelve a civilizarse. Al contrario, se pone a la rastra de la pseudo-civilización norteamericana, o sea, la barbarie tecnológica manipulada por tecnócratas. (18)

Varios elementos se desprenden de esta cita, algunos de ellos importantes, pero que no podemos —por espacio— tratar aquí, como lo es por ejemplo su filiación fundamentalmente paterna, a nivel familiar y nacional, la que tiene importancia ya que influye en el carácter del poeta y de su poesía, tanto psicológica como simbólicamente (su dureza y racionalidad, entre otros aspectos) (19). Sea como fuere, cabe señalar que en el caso de Uribe el desarraigo es territorial, cultural y finalmente existencial: primero con su destierro político, principalmente francés; y luego, con su regreso a otro Chile, a un país distinto. Su desarraigo es también, en cierta forma, de clase. Todo esto está aquí estrecha, íntimamente relacionado. Vamos por partes. Uribe jamás abandona su “talante aristocrático”, su raigambre de familia añosa y tradicional (20), parte activa de una elite nacional de lo que él concibe como una patria, como un país-padre ahora perdido: el Chile “civilizado” o republicano, cuyo Estado histórico habría sido en su opinión destruido por el Golpe, luego de ciento cuarenta años de duración; desde Portales a Allende(21). Pero no sólo el Estado cambió al ser destruido, sino que también lo hizo la vida misma del país, sus habitantes, su cultura (22).

Uribe condena a aquella fracción de la elite (que constituiría más de la mitad del total de la casta dominante) que en su opinión carece de arraigo: chilenos que no son chilenos, en su mayoría extranjeros que no han realizado un pacto con el pueblo y la nación de la que supuestamente desean o creen ser parte, y cuyo destino debiera —por ende— importarles, hasta el punto de hacerlo realmente propio. La elite dirigente, es decir, el conjunto de “los que mandan o han mandado en Chile”, se dedica a dirigir, a reproducirse y a perpetuarse en el poder, a amasar fortuna en este país como lo harían o podrían hacerlo en cualquier otra parte. Para Uribe, ellos se sienten más bien como una especie de “embajadores” o “representantes” de ciertos centros de poder político y económico, hegemónicos y extranjeros, desde un tiempo a esta parte, del imperialismo estadounidense o, como dice él, del “imperio más grande que ha existido nunca” (23).

A pesar de y por su misma identidad familiar, religiosa y de clase, desde el Golpe y hasta hoy Uribe dejó —por sus profundas diferencias valóricas— de sentirse parte de la elite que dirige los destinos del país, lo cual debe ser, en mi opinión, entendido de todas maneras como una autocrítica ética a su propio egoísmo y alienación (24). No obstante lo discutible de su tesis —que ve en el Golpe una ruptura más que una continuidad (25)—, son sin duda estas tensiones y distanciamientos, los que lo llevan a escribir un libro como “Caballeros” de Chile, o poemas como el que sigue:

Los desterrados. Nos dijeron cuando pudimos volver al país añorado erróneamente: vienen a revolver el gallinero. Y las gallinas cluecas políticas, rodeadas de sus polluelos chuecos, y gallos desplumados, alrededor del huevo hueco, declamaron que estábamos dementes o chiflados, y se pisaron mutuamente. (26)

Por último, el destierro es también para él, según su propia y escrita confesión (además de un “haber sido dejado al margen”, de un “entrelíneas que no desciframos sino parcialmente”), en el fondo de los fondos “una forma de muerte” (27), lo cual nos lleva a ver al exilio en su poesía como una metáfora de aquélla —su tema fundamental—, y, quizás, viceversa.

Notas:

(1) Más precisamente, hasta que en el año 72 fuera contratado como profesor del “ya mítico” Centro de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Físicas de la Universidad de Chile. (subir)

(2) Coincido, en lo central, con los temas principales que ha identificado Adriana Valdés: “el viaje, las relaciones eróticas y la actividad poética misma”. Sin embargo, esta enumeración debiera quizás incluir un cuarto tema: el político-social, el cual —no obstante el silencio, la parcialidad y/o la incomprensión de la crítica al respecto— atraviesa su obra toda, desde las más a las menos importantes, es decir, desde su poesía hasta sus performances contraculturales. Para tales efectos, podría ampliarse el segundo y hablarse más bien de “relaciones sociales”, que incluye a las “eróticas”, así como el de “la actividad poética misma” podría, eventualmente, hacerlo con la del “lenguaje en general”. Otra opción posible, sería mantener esos tres ejes precisando dichas ampliaciones o alcances, que incluso hoy en día no son vistas correctamente por algunos “especialistas”, uno de los cuales ha llegado a afirmar por escrito que: “La posibilidad de una poesía política o denunciante nunca va a estar lejos de Lihn, De hecho, él escribió poemas políticos —aunque pocos— los que, vistos de manera retrospectiva, parecen más de circunstancia que de combate. Salvo por algunas excepciones (…) La obra de Enrique Lihn, de cualquier manera, no se caracteriza por ser ‘política'; es difícil encontrar en esta época más que los ejemplos mencionados. Con todo, ellos son testimonio de su tendencia, siempre latente, a tratar temas circunstanciales, sociales y políticos” (el destacado es mío). Vid. VALDÉS, Adriana. (1995). “Lihn, Enrique”, en Nelson OSORIO TEJEDA et al (eds.) Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina . Caracas, Ayacucho y Monte Ávila, pp. 2675-2679 (especialmente p. 2676); y AYALA, Matías (2005). “Musiquillas de Lihn: de cantor negativo de la revolución cubana a la improbable redención por arte de la palabra”, en Francisca NOGUEROL (cood.) Contra el canto de la goma de borrar: Asedios a Enrique Lihn. Sevilla, Universidad de Sevilla, pp. 123-124. He tratado de mostrar la constancia y permanencia de la preocupación político-histórica y de crítica social en la obra poética de Lihn, tanto en lo temático como en lo formal —ambos aspectos inseparables e interdependientes en poesía—, en mi trabajo “Un juglar en la Época del Sarcasmo: poesía, política e historia en Enrique Lihn”, ponencia leída en el primer Congreso de Poesía Chilena del siglo XX en 2006, en el encuentro Chillán Poesía 2007 y en Jalla 2008 (por voluntad aún permanece inédita). (subir)

(3) De “Market Place” en LIHN, Enrique. (1996). Porque escribí. Santiago de Chile, Fondo de Cultura Económica, p. 67. (subir)

(4) De esto Lihn, como de la gran mayoría de los fenómenos relacionados con su quehacer poético, estaba plenamente auto-consciente. Vid. LASTRA, Pedro. (1990). Conversaciones con Enrique Lihn. Santiago de Chile, Atelier Editores, pp. 54-59. (subir)

(5) De “Muchacha Florentina” en LIHN, Enrique op. cit., p. 74. (subir)

(6) Concepto central, casi de más está decirlo, no sólo para comprender la obra de Lihn. Si bien apareció en la esfera de la teoría política con Rousseau, la mayoría de los autores coincide en atribuirlo a Hegel quien, desde una perspectiva filosófica, dio origen al concepto en su sentido crítico-cultural moderno, el cual —como es sabido— fue criticado y redefinido desde un punto de vista filosófico-económico por Marx. Personalmente, me siento inclinado a concebir este fenómeno clave (cuyo concepto, si bien usado y abusado en otro tiempo, hoy ha dejado de ser moneda común) desde una perspectiva amplia e integradora, muy cercana a la de un marxista como Ernst Fischer y, sobre todo, a la del psicoanálisis humanista de Erich Fromm. Este último, además de mostrar cómo puede darse simultáneamente en diversos planos y retrotraerse a lo que los profetas del Antiguo Testamento concibieron críticamente como “idolatría”, entiende la alienación o enajenación como “un modo de experiencia en que la persona se siente a sí misma como un extraño (…) No se siente a sí mismo como centro de su mundo, como creador de sus propios actos, sino que sus actos y las consecuencias de ellos se han convertido en amos suyos, a los cuales obedece y a los cuales quizás hasta adora (…) sin relacionarse productivamente consigo mismo y con el mundo exterior”, aclarando que esto parece diferir “de una cultura a otra, tanto en las esferas específicas enajenadas como en la amplitud e integridad del proceso” y que, “tal como la encontramos en una sociedad moderna —él publicó estas palabras en 1955—, es casi total: impregna las relaciones del hombre con su trabajo, con las cosas que consume, con el estado, con sus semejantes y consigo mismo. El hombre ha creado un mundo de cosas hechas por él como no había existido nunca antes, y ha construido un mecanismo social complicado para administrar el mecanismo técnico que ha hecho. Pero toda esa creación está por encima de él”. Si bien Lihn fue explícito y quizás —desde su teratología de los setentas y a pesar de sus movimientos teóricos y su diferente adscripción— hasta programático con respecto a cómo se relacionaba su escritura con la alienación de su tiempo, la crítica lo ha obviado o lo ha tratado puntualmente y/o de manera muy general hasta el momento. Sólo un botón de muestra de su mejor periodo, en la década de los sesentas: “El propósito universalista de una nueva literatura poética latinoamericana —si es que se puede hablar positivamente de una nueva poesía latinoamericana— sería la (sic) de expresar y la (sic) de configurar poéticamente una imagen analítica, una visión crítica del hombre; y del hombre en un mundo histórico de situaciones perfectamente concretas y determinadas en cada caso, que actúan sobre él y sobre las cuales él actúa, que lo enajenan y de las que trata de desajenarse, con o sin éxito, pero de las que es preciso rendir cuentas, dar testimonio. // Yo diría que ir a lo universal significa ahora más notoriamente que nunca definir, o simplemente describir desde adentro una situación histórica entendida en su doble cara individual y colectiva, y naturalmente vivirla y hacerla vivir plenamente en el lenguaje”. Vid. HAUSER, Arnold. (1971). El Manierismo, crisis del Renacimiento. Madrid, Guadarrama, pp. 215-257; FROMM, Erich. (2004) Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. México, Fondo de Cultura Económica, pp. 104-175 y 224-226 (para las citas, pp. 105-106, 108 y 225-226), (1964). Marx y su concepto del hombre. México, Fondo de Cultura Económica, pp. 55-68, (1994). La patología de la normalidad. Barcelona, Paidós, pp. 55-98; FISCHER, Ernst. (2001). La necesidad del arte. Barcelona, Península, pp. 123-133 y (1968). Arte y coexistencia. Barcelona, Península, pp. 127-131, 141-144, 166-179, 184-186 y 220-225; FERRATER MORA, José. (2004). Diccionario de Filosofía. IV Tomos, Barcelona, Ariel, tomo I, pp. 105-107; y ABBAGNANO, Nicola Diccionario de Filosofía. (2004). México, Fondo de Cultura Económica, pp. 369-370; LIHN, Enrique. (1997). El circo en llamas. Santiago de Chile, LOM, pp. 62-63; Noguerol, Francisca “Pena de extrañamiento o la escritura de la alienación” en NOGUEROL, Francisca (cood.) op. cit., pp. 83-103. Intenté mostrar algunos aspectos de este complejo fenómeno en la poesía de Lihn, en diálogo con sus contextos de producción, a todo lo largo de mi trabajo “Un juglar en Época del Sarcasmo: una lectura de La pieza oscura y La musiquilla de las pobres esferas de Enrique Lihn” (2006) Santiago, Tesis para optar al grado de Magíster en Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. (subir)

(7) En relación con este título, Lastra escribió en 1986: “La fórmula legal, que supuestamente atenúa la violencia de la frase ‘condena de destierro', presta ahora a la última poesía de Lihn el servicio de su polisemia: pena y extrañamiento significan varias cosas, pero en la poética teatral de Bertolt Brecht la palabra ‘extrañamiento' se refiere a la distancia que hace posible la reflexión crítica del espectador. Aquí, bajo la especie contradictoria de una ‘emoción intelectual', y potenciado por su alianza con las connotaciones de la “pena”, el extrañamiento apunta a la situación del sujeto errátil que habla en estos poemas en distintos espacios, generando una dialéctica fantasmal entre los textos: un sujeto que se desrealiza en los lugares de paso, nunca habitados por él”. Vid. LASTRA, Pedro. (2000). Leído y anotado. Letras chilenas e hispanoamericanas. Imágenes/Encuentros. Santiago de Chile, LOM Editores, pp. 53-54 (para la cita p. 53, el destacado es suyo). (subir)

(8) Lo que queda claro en versos como “El español con el que me parieron / padre de tantos vicios literarios / y del que no he podido liberarme / puede haberme traído a esta ciudad / para hacerme sufrir lo merecido: / un soliloquio en una lengua muerta”. De “Voy por las calles de un Madrid secreto” en LIHN, Enrique Porque escribí op. cit., p. 212. (subir)

(9) La “pulsión” hacia el silencio en la poesía de Lihn es fuerte. Sin embargo, ella no se manifiesta a la manera concisa y desnuda del texto beckettiano, por ejemplo. En Lihn, ésta resulta directamente proporcional al entusiasmo, a la erotización y al impulso vital de y por la palabra poética; a la frondosidad (casi como el “horror vacui” del barroco), a la aceleración rítmica, que en el ejemplo citado se notan en el versículo y en la ausencia de cierta puntuación. No es casual —está lejos de serlo—que su figura retórica principal haya sido la “ampliación”, ni que haya sido un prototipo del poeta comprometido con su oficio: el que murió escribiendo con el lápiz amarrado a la mano. Sin ir más lejos, ese mismo compromiso fue sentido por él y testimoniado por muchos de sus hablantes —también poetas— en textos tan emblemáticos como “Mester de juglaría”, “Un escupitajo en la escudilla”, etc., y sintetizado muy bien en estos versos, también escritos al calor de la Revolución Cubana: “En pie de todo, menos yo. / Ama de casa en pie de guerra / contra la rata que la invade, / niños en pie de su futuro, con una guerra por delante, / hombres al pie del pie de guerra con sus insignias y proclamas. / Menos yo en pie de qué, / en pie de poesía, en pie de nada”. Vid. Ibid., p. 165. (subir)

(10) De “Alma bella” en Ibid, pp. 151-153. (subir)

(11) “Nunca salí del horroso Chile” en Ibid., p.213.(subir)

(12) Vid. LASTRA, Pedro Conversaciones con Enrique Lihn op. cit., p. 34. Salvo honrosas excepciones (pienso en Eduardo Llanos, en Carmen Foxley y en pocos más), la mayoría de la crítica se ha contentado con seguir los planteamientos que el propio Lihn observara acerca de su actividad escritural, desarrollando de mejor o peor manera el concepto de poesía situada. Para un intento de síntesis de los principales aportes críticos hasta la fecha y de una visión crítica que conciba la poesía situada como un punto de partida y no de llegada, vid. AEDO, Roberto. “La feliz concreción de una indefensa, de una precaria incompletud: Notas sobre la Poética de Enrique Lihn”. En El navegante, nº 1, (2005), pp. 260-274. (subir)

(13) De “Silbido casi tango” en LIHN, Enrique Porque escribí op. cit., p. 167 (coincido en esta cita con mi amigo, el poeta Eduardo Llanos, quien a mi entender es el más profundo conocedor de la poesía de Lihn). (subir)

(14) Vid. desde el capítulo 33 al 36 en URIBE, Armando. (2002). Memorias para Cecilia. Santiago de Chile, Sudamericana, pp. 596-694. (subir)

(15) “(Tenía treinta y nueve)” en URIBE, Armando. (1999). Las críticas de Chile. Santiago de Chile, Be-uve-dráis, p. 19. (subir)

(16) Vid. “La poesía es cosa de vida o muerte” en URIBE, Armando. (1998). Imágenes quebradas. Santiago de Chile, Dolmen, p. 211. (subir)

(17) De “Me preguntaba ¿qué hago aquí? (aquí era Francia)” en URIBE, Armando. (2000). A peor vida. Santiago de Chile, LOM Ediciones, p. 194. (subir)

(18) Vid. “Nota” en URIBE, Armando. (2003). El criollo en su destierro. Santiago de Chile, Be-uve-dráis, p. 9. (subir)

(19) Sería de gran importancia un estudio psico-poético de la filiación paterna o materna de los poetas, la que tiene más implicancias de lo que muchos autores, poetas y críticos, legos y letrados, pudieran querer ver o conceder. Dentro de los poetas chilenos destacados que presentan una filiación paterna, tenemos por ejemplo —antes de Uribe— a Pablo de Rokha y a Gonzalo Rojas, de quienes puede predicarse ciertamente los adjetivos que atribuimos a Uribe más arriba. Dicha filiación paterna permite entender, en gran medida, desde comentarios aparentemente inocuos o irrelevantes de sus Memorias (“Cuando llegó el mozo con los dos cafés, yo le eché algo de azúcar al mío, pero él pidió de inmediato ‘tráigame sacarina'. Es decir, el hijo del Aga Khan quería enflaquecer, no como su padre.”) hasta verdaderas declaraciones de principios del poeta: “Para mí, la actitud que tomaba frente al Golpe y la dictadura provenía, por una parte, de las experiencias que yo había tenido respecto a actitudes de mi padre, palabras de mi abuelo materno, y lo que sabía de mi bisabuelo, todos contrarios a cualquier especie de dictadura; y en seguida de mi propia condición moral de católico fiel. No entraban para mí las razones políticas precisas, sino la necesidad de ser responsable ciudadano chileno y hombre digno”. Vid. URIBE, Armando Memorias para Cecilia op. cit., pp. 596 y 606, respectivamente. Un rescate crítico de los aportes de Juan Jacobo Bachofen con respecto a los valores positivos y negativos de la adhesión a las figuras de la madre y del padre, en contraste con la posición racionalista-sexual de Freud y en relación con los principios morales, puede verse en FROMM, Erich Psicoanálisis de la sociedad contemporánea op. cit., pp. 44-47. (subir)

(20) A él, de hecho, le gusta verse a sí mismo como un “caballero”, o incluso más, como un “criollo”, y cada vez que ha dedicado un escrito a algún personaje relevante, invariablemente, realiza en algún momento el examen de su genealogía, hasta donde esto le sea posible. No es de extrañar: como en los pueblos pequeños, por clase debe haber sido una costumbre muy arraigada en él, el conocimiento de la gente por su origen social y familiar. Vid. URIBE, Armando. (1998). Carta abierta a Patricio Aylwin. Santiago de Chile, Planeta, pp. 7-11; (2001). El fantasma de la sin razón y El secreto de la poesía. Santiago de Chile, Be-uve-dráis, pp. 24-28 (en el primero de ambos ensayos lo hace con Pinochet); y en su (2002). Carta abierta a Agustín Edwards. Santiago de Chile, LOM Ediciones, pp. 7-14. (subir)

(21) Para el desarrollo de esta tesis y opiniones sobre el golpe vid. URIBE, Armando. (1999). Las brujas de uniforme. Santiago de Chile, LOM Ediciones; (2001). “El libro negro de la intervención norteamericana en Chile”, en Armando URIBE y Cristián OPASO. Intervención norteamericana en Chile (Dos textos claves). Santiago de Chile, Sudamericana, pp. 15-207 (especialmente pp. 17 y 203-207); URIBE, Armando y Miguel Vicuña. (1999). El accidente Pinochet. Santiago de Chile, Sudamericana, pp. 15 y 114-120; URIBE, Armando, Eduardo VASALLO y Miguel VICUÑA. (2005). Conversaciones en privado. Santiago de Chile, Cuarto Propio, pp. 98-100, 157-159 y 172-199 (especialmente pp. 197-199). (subir)

(22)“¿Y qué fue del chileno / viril, culto, vernáculo, / señor de alguna tierra, / que sabe algo de leyes, / tranquilo? Se acabó, está enterrado: / ya no corren los trenes, / las cortinas de fierro ya se cierran, / la ciudad y los campos son como cementerio”. Vid. “(¿Y qué fue del chileno…?)” en URIBE, Armando Las críticas de Chile op. cit., p. 23. (subir)

(23) “Estamos no pertenecemos / al país donde estamos ¡ésta no es Norteamérica! / Y sin embargo hay edificios de Wall Street / (se pronuncia güólstrit), éste es el caso: / se produjo la quiebra de todo, el golpe universal / de estado, estamos entre los escombros / que quedaron”. De “(Estamos no pertenecemos)” en URIBE, Armando Las críticas de Chile op. cit., p. 15. Vid. URIBE, Armando, Eduardo VASALLO y Miguel VICUÑA op. cit., pp. 15-49, 151-153 (para su opinión sobre el “imperio norteamericano”) y 173-174 (para la tesis del descompromiso de una parte de la elite con la nación y el pueblo de Chile); recientemente, me he re-encontrado con estas ideas —y hasta con el mismo poema que cité más arriba al respecto, mucho después de haber escrito estas páginas— en “Estamos no pertenecemos / al país donde estamos”, la entrevista que C. Arregui y N. Figueroa le hicieron al poeta en la revista 2010. Volver a decir Chile, nº 1, (2009), pp. 14-22. Esta tesis que Uribe concibe como de una “sociología profunda” que no ha sido desarrollada por la sociología académica o científica, sí había sido desarrollada y publicada en un deslumbrante ensayo de 1971 (reeditado con agregados 28 años después), que aún se encuentra lejos de tener el reconocimiento que merece. Para una potente síntesis tanto de la (in)movilidad y férrea estratificación de la sociedad chilena, como de las características principales de la elite dominante y los demás grupos sociales de clase, vid. PERALTA, Ariel. (1999). El mito de Chile. Santiago de Chile, Bogavante, pp. 97-148 (para la elite dominante pp. 104-120; para su “desarraigo” sobre todo pp. 119-120). (subir)

(24) “Han pasado veinte o treinta años. Cuarenta desde que nací. No somos niños, los de las páginas anteriores. Habemos muertos, perdidos, olvidados. ¿hay ricos y poderosos? Sí los hay: están con la Junta (…) Ellos con la Junta, ¿están en Chile? / Creo que son más desterrados que yo. Se asilan en sus intereses, en los bienes que creen que tienen. Se identifican con sus bienes. Esas cosas son su patria. / ¡Pobres hombres!, ellos, pero también yo, que creíamos ser más que las cosas. Ellos han terminado identificándose con ellas y yo perdiéndolas. Dije que prefiero renunciar a esa gente. ¿No debería decir que también la he perdido? / ¿Qué creíamos ser? / No una clase (…) cada familia era una clase por sí sola; los parentescos eran ley (…) Nosotros éramos todos, sin distinción, el más perseguido de nosotros como el más dominante, todos aventajados frente a los pobres. / la existencia de los pobres era lo que nos daba unidad entre nosotros (…) Ellos eran: los otros absolutos, los otros de todos nosotros, los otros de todo. / Encarnecidos, peligrosos, feos. Contagiosos, protegibles. Necesitaban de nosotros, debíamos actuar de manera que les fuéramos necesarios para siempre. Dependientes. / Los caballeros deben mandar. Si no, este país se acaba”. Vid. URIBE, Armando. (2003). “Caballeros” de Chile. Santiago de Chile, LOM Ediciones, pp. 93-121 (para las citas pp. 93-94). La lucidez ética de Uribe no se lo permitiría de otra manera (quizás, ya se engaña lo suficiente al pensar que alguna vez fue primordialmente diferente). (subir)

(25) Uno podría discutir el punto de vista de Uribe: por sobre la ruptura del orden, de la estabilidad de nuestra “historia republicana” heredada de Portales —viejo mito de Chile, lleno de crisis económicas y masacres populares—, y quebrantada por el golpe de estado. En efecto, uno podría ver la dictadura militar no sólo como un quiebre institucional que instauró un régimen del terror que, desde el aparato estatal, interrumpió dramáticamente un proceso de democratización que se remonta a las primeras décadas del siglo, sino también y simultáneamente, como la defensa, restauración y consolidación del orden y los privilegios de una elite —más o menos homogénea— que ha identificado los intereses de la nación con los propios (desde los tiempos del propio Portales, e incluso antes) y los del extranjero dominante a los cuales sirven como administradores —desde el salitre, pasando por el cobre y hasta llegar al oro de hoy—, instrumentalizando al pueblo frente al cual se definen —no sin desprecio— por oposición. Vid. PERALTA, Ariel op. cit., pp. 19-21; para las crisis y matanzas ocultadas tras el relato oficial de la “historia republicana” SALAZAR, Gabriel. (2003). “Sobre la situación estratégica del sujeto popular”, y para la conexión del proyecto nacional de la U.P. como parte un proceso democratizador mayor ROJO, Grínor. (2003). “Apunte sobre la Cultura en los Tiempos de la Unidad Popular”, en Rodrigo BAÑO (ed.). Unidad Popular 30 años después. Santiago de Chile, Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, pp. 207-226 y 241-253 (especialmente pp. 211-212 y 241-243), respectivamente. (subir)

(26) De “Los desterrados. Nos dijeron” en URIBE, Armando. (2004). El Viejo Laurel 1953-2004. Santiago de Chile, Ediciones Tácitas, p. 182. (subir)

(27) Vid. el capítulo 37 en URIBE, Armando Memorias para Cecilia op. cit., pp. 695-697. (subir)



daniel rojas pachas

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