Aunque la asociación con Columbia compartida por el español y el chileno es tan solo un detalle ínfimo, es un signo de las distintas percepciones de García Lorca y Lihn de una soledad que fue parte tan importante de sus experiencias en Nueva York. Más concreto es el amplio contraste que existe entre Poeta en Nueva York de Garcia Lorca y una serie de poemas sobre Nueva York recogidos en dos volúmenes de Lihn: A Partir de Manhattan (1979), impreso cuando el poeta tenía 50 años, y Pena de extrañamiento, aparecido en 1986, dos años antes de su muerte. Otros poemas neoyorkinos de Lihn no formaron parte de un libro publicado durante su vida, pero un número significativo, recopilado bajo el título “Monstruo de Brooklyn”, apareció en el verano de 1988 en una edición de Latin American Literary Review, y se incorpora en Figures of Speech (1999), mi selección de la obra lihneana traducida al inglés. Como veremos, el tema de la soledad y las formas en que los neoyorkinos de Lihn enfrentan esta condición son cruciales para entender y apreciar los poemas que escribió en y sobre la ciudad norteamericana arquetípica.
Tal como García Lorca, Lihn hablaba poco inglés y tenía la misma sensación de nostalgia y soledad que el español. En la sección de Poeta en Nueva York titulada “Paisaje de la multitud que vomita”, García Lorca se describe a sí mismo como “poeta sin brazos, perdido / entre la multitud que vomita”. La obra de García Lorca sobre Nueva York reitera el dolor y desolación de la ciudad mediante alusiones constantes a veneno, crueldad y vil. Mientras el español puede haber sentido en aquellos inicios de la Gran Depresión una intensa sensación de aislamiento, debido, en parte, a su pobre dominio del inglés — se dice que solo se comunicaba en francés con figuras como Hart Crane o el crítico musical Olin Downes y que añoraba constantemente su tierra, a pesar de haber sido tan bienvenido y atendido por amigos americanos y profesores españoles — Lihn parece haberse deleitado en una cierta condición, a la cual crónicamente se refiere como la de un analfabeto. Agrega en “Hipermanhattan” que al nacer los hados lo caparon para que no pudiera hablar inglés. Ambos poetas emplean la imagen de estar aislados de algo — el tacto, la comunicación, la intimidad. Incluso Lihn describe a la Quinta Avenida como “este río del viento / filudo de Manhattan”, que se asemeja al uso frecuente que hace el español de la palabra “filo”, generalmente en relación no solo con el frío, sino que también con navajas que se afilan para carnear vacas u otros animales, con la garganta de un marinero cortada por el cielo, y con las velocidades de la ciudad. Lihn, sin embargo, tiende a aceptar la situación de estar aislado por su analfabetismo y la fría impersonalidad de la metrópolis, aunque en “Pascuas de Nueva York” recuerde, es cierto, la mirada que “la muchacha vestida de negro le devolvió … obviamente glacial, un cuchillo que podía desprender el alma del cuerpo / sin dolor…”. Lihn también puede sugerir, con un dejo de humor, que si el paraíso terrenal fuera tan ilegible como Nueva York, el infierno sería preferible a su cacofonía babélica que paradójicamente nunca rompe su silencio a pesar de todo el ruido que la escucha producir. No obstante, tanto el español como Lihn pueden haberse beneficiado de su desconocimiento del inglés y tenerse que depender de impresiones distintas al sonido y sentido lingüistico para registrar sus reacciones y respuestas a la experiencia metropolitana. A pesar de este impedimento, ambos poetas estaban destinados a crear con sellos distintivos una verdadera y aguda poesía sobre su vida en Nueva York.
En el caso de la poesía de García Lorca, se presenta a Nueva York mediante versos surrealistas que plasman una significación algo alegórica. Cada lugar — desde Battery Place a Wall Street y de Harlem a Coney Island — está representado en términos de buen y mal, es decir, niños, marineros , negros y el mismo poeta que buscan protección de las fuerzas crueles de un entorno insensible. A menudo al sufrimiento se la asocia con animales exóticos o en “Nueva York” con “la patita de ese gato / quebrada por el automóvil” o en “Navidad en el Hudson” con la lombriz que cantaba “el terror de la rueda” o en “Paisaje de la multitud que orina” el sapo “recién aplastado, / bajo un silencio con mil orejas”. La visión del español es desoladora y negativa, de riñas y opresión. Aunque Lihn trató a Nueva York con un historial poético que también hacía énfasis en una visión oscura de la vida contemporánea — algo que había hecho desde La pieza oscura de 1963, su primera colección importante, a La musiquilla de las pobres esferas de 1969 hasta París, situación irregular de 1977 — en sus propios poemas de Nueva York, el chileno confiesa su atracción por el terror de esta metrópolis. En el poema “Pena de extrañamiento” declara que al dejar Nueva York se siente “como un cuerpo sin la mitad de su alma / despojado del terror que fascina”.
Mientras García Lorca llegó a Nueva York pensando que la ciudad era un “lugar espantoso” y salió de esta “cámara de tortura” sintiéndose más español que nunca, Lihn en poema tras poema parecía experimentar un placer morboso al describir los horrores de la vida metropolitana, especialmente aquellos que encontró en el metro de Nueva York. Por lo tanto, resulta apropiado que el dibujo de la portada de la colección Pena de extrañamiento tenga como un rasgo esencial una vista interior de un carro de metro con su gama de pasajeros; algunos sentados con sus periódicos, otros parados y agarrados a las argollas metálicas. Parece que ninguno estuviera observando a otra persona, sino que mirando por las ventanas, escudriñando el cielo raso o clavando la vista en el espacio o en nada especial, a no ser que fueran paredes ensuciadas con avisos, anuncios y graffiti. (Debo dejar en claro aquí que el título de este libro de Lihn no significa que era un exiliado político, sino más bien que el poeta está viviendo un exilio en Nueva York similar al de Joyce en Trieste o París.) Puesto que parte importante de la vida de un neoyorkino típico transcurre en el metro, es natural que un extranjero como Lihn haya encontrado en estos viajes los temas de tantos de sus poemas sobre los habitantes de la ciudad. Es curioso que García Lorca nunca mencione al metro en sus poemas sobre Nueva York, aunque Hart Crane había escrito y publicado en formato de revista “The Tunnel”, esa magnífica sección de su libro The Bridge que sugiere el aspecto y sensación de un viaje en metro. Por lo que yo sé, Lihn tampoco escribió sobre el metro de Santiago o de otras ciudades que visitó como Madrid y Paris. Sin duda, tanto el español como Lihn conocieron los metros de sus respectivas ciudades — el de Madrid se había inaugurado en 1919. Entonces, parece que solamente el metro de Nueva York tenía algo que atrajo a Lihn, pero no a García Lorca. Por una parte, el español no se identificaba con las máquinas, prefiriendo más bien el mundo natural. En su poema “Nueva York” — subtitulado “Officina y denuncia” — García Lorca simpatiza con los “cuatro millones de patos, / cinco millones de cerdos … un millon de vacas” que “Todos los días se matan en New York”. El poeta español sigue diciendo que
Los patos y las palomas,
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
(A propósito, el poema de Lihn, “El Hudson en el camino de Poughkeepsie”, sobre el mismo río que García Lorca podía ver de la ventana de su pensionado también se refiere al hecho que aquel que Walt Whitman una vez llamara “el padre de los ríos” está contaminado por “las deyecciones letales” de “las fábricas”.) Otra razón para que el español haya ignorado el metro es que las figuras que pueblan sus poemas son, en general, simbólicas o alegóricas, y como tales no derivan de la observación punctual, sino que son más bien tipos representativos en un paisaje surrealista. Rara vez describe García Lorca un lugar específico, aunque indique en subtítulo la fuente de su visión panorámica. Por otro lado, desde una perspectiva más realista Lihn crea retratos individuales y sus personajes se ven frecuentemente viajando o esperando el metro. Mientras en “Manhattan, Paso” (que puede ser una alusión a la novela Manhattan Transfer de John Dos Passos, cuya versión castellana influyó significativamente en la visión de Nueva York de García Lorca) Lihn puede caracterizar a aquellos que siguen “garrapateando / los interiores del subway” como parte del “loco colectivo” o “el beso de la paranoia”, a menudo se centra en personas determinadas que exhiben cualidades o rasgos que los separan de lo que García Lorca llamó “la multitud que vomita” o “que orina”.
En por los menos dos de sus poemas neoyorkinos, Lihn generaliza sobre el metro en vez de describir concretamente a alguno de sus pasajeros. Efectivamente, en un poema titulado simplemente “Subway” Lihn se acerca a las imágenes generales del español que sugieren el horror de la vida en Nueva York. Pero, incluso aquí es más realista y no tan “poético” en el sentido lorquiano de acumular versos descriptivos y mágicos que contraponen lo sensible con lo insensible, el sufrimiento contra sus opresores, sin nunca realmente identificar un lugar o situación específica. La poesía de Lihn radica, más bien, en el uso de metáforas más directas. La equivalencia entre el metro real y el prisionero es un paralelo que desarrolla de principio a fin del poema. La imagen del metro como carcel de la cual debemos escapar, como se arranca de un dictador romano, es obviamente una de las reacciones que cualquier pasajero ha experimentado frente al “abismo mecánico” con sus hordas que se precipitan a los peligros de las calles de Manhattan con su “ruido infernal / que anuncia el expreso New Lots Avenue / cargado de presos que huyeran al asalto de los túneles”. Sin embargo, Lihn también encuentra en el metro figuras con cuyas cualidades humanas se identifica. Estas figuras pueden haberle recordado la compasión de García Lorca por las minorías o los oprimidos, pero que el chileno presenta no como víctimas de condiciones sociales crueles, sino de fuerzas vitales. Por ejemplo, en el poema “Vieja en el subway”, Lihn describe a la anciana metafóricamente como un harapo, o un pedazo de cordel podrido; la edad ha tornado su piel en una especie de envoltorio para el aserrín de su carne resblandecida. Su cabeza ha dejado de levantarse y caer como una manilla, aunque paradójicamente, está viajando a una velocidad incomprensible. Sus pertenencias — sacos semi‐vacíos — simbolizan su vida al desplazarse de una estación a otra. Cada estación emblematiza la noche en que vive día tras día, como una “flor de la muerte”. Sin hogar, aloja a veces en el “Hotel Welfare en Broadway”, donde su lecho es “como una fosa / para morir en vida”. El poeta no culpa a la ciudad por la miseria de esta mujer, sino más bien la describe como una víctima de los efectos del tiempo. El metro, de hecho, parece ser una forma de eludir o postergar la muerte, aunque paradójicamente viva una suerte de muerte en vida. La descripción de ella evoca la realidad de sus circunstancias al mismo tiempo que sugiere la ironía de su vida retardada en el mundo del metro veloz.
El interés de Lihn por crear un “estudio” pictórico del tiempo y la muerte como algo inexorable es quizás más característico de su obra que un poema como “Subway” que se limita a comparar el “abismo mecánico” con una prisión de la cual uno quisiera escapar lo más pronto posible. Parte importante de la escritura de Lihn se ha ocupado del conflicto entre realidades internas y externas. (La lucha del poeta con su propia muerte se articula desgarradamente en su volumen póstumo, Diario de muerte [1989], que contiene sus meditaciones sobre el significado de lo que en un poema llama “un buen amigo común”.) Desde el inicio de su carrera, Lihn escribió poemas en los cuales imaginaba un drama interno que implicaban cuestiones de vida y muerte, pensamiento y acción, lo ideal y lo real. Este mismo drama interno es el tema del poema neoyorkino “Monja en el subway”. Una vez más el conflicto que configura aquí no es entre fuerzas opresoras y grupos desvalidos como sucede en García Lorca. Es más bien una oposición entre el mundo material y espiritual, una compleja interrelación que no es tan simple de interpretar como el surrealismo alegórico del español. En este poema de Lihn figura principalmente como emblema lo mundano que la monja rechaza. Como “hija (por lejana que parezca) / de América” ella simboliza, a lo mejor, el frío del norte con su “indiferencia boreal”; también parece representar la paz que falta en su entorno. Permanece inmune, como material resistente al sol, en la metáfora de Lihn, a las emociones de la vida. Su lealtad no está con lo que ve en el metro (en oposición a la identificación del hablante lírico con aquellos que lo rodean). Es leal a otras imágenes — el cielo y el amor a Dios — que la ciegan a la realidad y la transforman en una pieza del mecanismo de “relojería” del cual depende el funcionamiento de Nueva York. O quizás, como dice el hablante, su seguridad parece probar que así es. Sin embargo, en contradicción con esta reciedumbre está su constante temor de que su llama interna — su fe — se extinga. Lihn deja entrever a través de la metáfora de la llama, que paradójicamente describe como fría, que la monja nunca ha permitido que su alma ni germine ni abra como una flor. Al permanecer distante a las “fermentaciones y violencia” de este mundo, se transforma en realidad en una “llama fría en un vaso de escarcha”, un miembro indiferente de una orden religiosa. Aquí también, en lugar de condenar la vida en la metrópolis con su delincuencia, hacinamiento e impersonalidad, Lihn descubre a través de su comprensión imaginaria del drama interno de aquellos seres como la monja que el conflicto es personal, existencial y tan ineludible como son las circunstancias sociales inherentes a la vida urbana.
Lo que Lihn observa con más frecuencia en el metro es temor a contemplar el mundo, o una inclinación a ver en este lo que deseamos en lugar de lo que realmente está presente. Esto puede explicarse, en parte, por el anonimato en que el entorno metropolitano sume a sus habitantes. Esta condición conduce a la soledad que sienten especialmente los extranjeros como Lihn y García Lorca. En un poema el español se describe a sí mismo como manco; en otro alude al trozo de un árbol que no puede cantar. Estas imágenes sugieren aislamiento, incomunicación o falta de intimidad. También Lihn admite que es un poeta “desapercibido” por los transeuntes. Su imagen para el anonimato es la nieve de la Navidad cuando por primera vez las pozas y escupos comienzan a congelarse en el pavimento antes de que comience el frío generalizado que aisla a unos y a otros.
Como lo presenta en su poema “Pascuas en Nueva York” Lihn desciende al infierno del metro donde se conserva y distribuye una pizca de calor a los miserables: los viejos, los enfermos, los adictos a la heroina, los sin hogar. Más tarde entra a un cine donde la película es tan muda como el hablante (puede ser porque es una película muda o que Lihn no comprende el diálogo) y donde la muchacha mencionada antes le da su mirada glacial, cortante como “un cuchillo que podía desprender el alma del cuerpo”. En el poema “Nada que ver en la mirada” Lihn desarrolla en más detalle esta idea del aislamiento de aquellos que están en una misma sala o en un carro de metro. Como señala el hablante, “entre desconocidos nadie aquí mira a nadie”, aunque la persona fuera Einstein, probablemente el rostro más reconocido universalmente. Igualmente, en “En el río del subway” relaciona a Heráclito con la noción de que en el metro nunca se ve la misma cara dos veces. Es un río de plankton que al entrar en contacto con la luz fría cristaliza a estos millones — otra alusión al efecto congelante de ser un individuo anónimo en medio de las multitudes). Sobre todo, este poema sugiere que el miedo a la comunicación es causa del aislamiento y soledad en la metrópolis. (Este mismo tema recuerde las obras dramáticas The Zoo Story de Edward Albee, ambientada en Central Park, y Dutchman de Amiri Baraka, ambientado en el metro. Ambas concluyen con la muerte de uno de los personajes que había entablado una conversación con un extraño.)
En suma, a diferencia de García Lorca, Lihn se sintió atraído por la dura realidad del metro. Mientras al español le repelía Nueva York, Lihn creó poesía que ofrece alabanzas a lo feo y a la naturaleza bárbara de la ciudad. Es irónico que un poeta de Tercer Mundo haya rendido homenaje a la cara incivilizada de la vida norteamericana como es también curioso que los poemas más notables de García Lorca se hayan inspirado en el aspecto más despreciable de Nueva York.
La atracción de Lihn por el terror de la vida neoyorkina se revela con mayor fuerza en otro poema basado en una escena del metro donde representa lo que llama “el monstruo de Brooklyn”. Este texto reune muchas prácticas poéticas y temas abordados en poemas que ya hemos analizado en este trabajo. Encontramos la imagen del metro como prisión; en este caso un campo de concentración. La descripción del monstruo que viaja en metro se asemeja a la de la anciana que ha sido reducida física y materialmente a un trapo o un saco de aserrín, y que duerme en una cama como una fosa. El monstruo de Brooklyn “viste de conscripto en su semidesnudez, como un cadáver / que trajeran del campo de concentración al horno crematorio” y sus pies son “mucho más pequeños que los zapatos desnudos.” El motivo de aislamiento se dramatiza con el hecho que nadie sube al metro cuando ven al monstruo por las ventanas garabateadas con graffiti. Lo que hace al monstruo más horripilante es el hecho de ser asexuado — el maquillaje semejante a tiza se le corre como yeso y le da una apariencia macabra. Pero, el poeta simpatiza con esta figura pavorosa y la compara con un rey o un “intocable” que vive en un mundo solitario y disfruta con este vagón especial que lo transporta a través de la ciudad. Como siempre, Lihn parece encontrar en estos parias rasgos curiosamente heroicos. A través de esta presentación objetiva ensalza su humanidad y su lucha contra las fuerzas del tiempo, la muerte, el temor, las penurias y el anonimato. No hay intento de ofrecer una salida al monstruo y Lihn no desiste de registrar la escena imaginando incluso que curiosamente el monstruo parece disfrutar en su aislamiento.
Como otro “poeta en Nueva York”, Enrique Lihn logró aportar a la literatura sobre la ciudad una dimensión poca conocida en la obra de autores como Whitman, Crane y García Lorca que tuvieron lazos más estrechos con Nueva York. De un modo u otro es la poesía en The Bridge de Crane, con su visión del metro en la sección del túnel, que la obra de Lihn mejor evoca. Los poemas del metro de Lihn también tienen para mi resonancias de “Mantis” (1934) de Louis Zukofsky, con el insecto atrapado en la corriente de los trenes del metro como símbolo de los desposeídos de la época de la Depresión. En el tratamiento formal que da Zukofsky a su tema encontramos énfasis en los asientos de piedra de los pobres, en estos como demasiado marginados para salvarse de las ruedas de la máquinas que amenazan con aplastarlos bajo su peso cruel.
Por su parte, Lihn recalca el esfuerzo persistente de los pasajeros del metro por desafiar a la muerte y el ostracismo y su aceptación del aislamiento como algo inevitable y no susceptible de ser cambiado por la auto‐compasión o programas sociales. Da la impresión que en instantáneas tales como aquellas de la anciana y del monstruo que Lihn reconocía, según él, a sus propios “Antepasados instantáneos”. Agrega en el poema principal de la colección Pena de extrañamiento que estas fotos, aunque adquiridas a un precio bajísimo, no tardaron en obligarlo emocionalmente a considerar Nueva York como ciudad natal. Al partir de regreso a su “lejano país / de todo o nada”, como lo llama en “El otoño de Long Island”, declara que en realidad nunca dejará Nueva York y que sus diez millones de habitantes continuarán poblando su memoria en las esquinas de calles “tan innotorio”. En efecto, Lihn, “poeta analfabeto”, interpretó las significaciónes más profundas de aquellas vidas y posibilitó una comunicación que acaba con su aislamiento y anonimato. Desde Alexis de Tocqueville a Federico García Lorca, Enrique Lihn se integró a una galería de distinguidos observadores extranjeros. Sin comprender el idioma que escuchó en el metro, hace más inteligible para nosotros la compleja vida de Nueva York y las fuerzas que eternamente operan en un entorno urbano contemporáneo.
–Dave Oliphant, Universidad de Texas, Austin
traducción de Profesores Irene Rostagno y Abelardo Avendaño, Universidad Metropolitana
Fuente: Santiago inédito
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