Enrique Lihn: menosprecio y alabanza de la poesía



Pacheco, José Emilio. "Enrique Lihn: menosprecio y alabanza de la poesía". El Espíritu del Valle 4/5 (1998): 51-53.

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Hace un siglo, en la Historia de la poesía hispanoamericana, Marcelino Menéndez y Pelayo dijo que de todos los antiguos dominios españoles Chile era el lugar en que menos se había desarrollado la actividad poética. Mudó en 1912 y no alcanzó a ver lo que vino después. Su opinión queda como una muestra de la provisionalidad de nuestros juicios y la inutilidad de las predicciones. A pesar de esta egregia invitación a la modestia, es posible afirmar que Enrique Lihn (1929-1988) permanecerá en la gran poesía chilena y en la de toda la lengua española.

Michael J. Doudoroff señaló que los poetas hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo "no resaltan en nuestras conciencias del mismo modo que logró hacerlo la generación anterior" y menciona en orden cronológico los nombres de Vallejo, Huidobro, Gorostiza, Villaurrutia, Neruda y Paz. Atribuye esta falta de relieve a la inercia de la crítica académica para proveer una adecuada publicidad y a la hiperinflación en que, a semejanza de nuestros aterradores problemas económicos, toda la literatura pierde valor. Se deja de leer poesía porque es imposible encontrarla en el gigantesco ambiente de la confusa actividad verbal.

A las razones de Doudoroff puede agregarse lo más obvio: a partir de los sesenta, dejó de ser la actividad literaria privilegiada en nuestros países y comenzó el tiempo de los novelistas. Nadie ha empleado nunca el término boom para referirse al trabajo o a la resonancia de estos poetas.

La pieza oscura

Lihn, que hizo del fracaso tema profundo de su poesía, es un poeta triunfal en las condiciones actuales: vio algunos de sus libros traducidos o publicados por editoriales de circulación internacional; figura en las antologías y en los estudios críticos importantes; pero fuera de Chile, o quizá aun en su propio país, es imposible conseguir algo que no sea la utilísima antología Porque escribí que compiló Eduardo Llanos Melussa (Colección Tierra Firme, serie Poetas chilenos, Fondo de Cultura Económica, Santiago de Chile, 446 páginas).

En 1963, el año de Rayuela y La ciudad y los perros, se publicó La pieza oscura, el tercer libro de Lihn. El poema que le da título introduce una nueva voz lírica pero también narrativa, confesional y simultáneamente capaz de hacer nuestra, de verbalizar para nosotros una experiencia común: el descubrimiento de la sexualidad por unos cuantos niños y niñas que juegan en ausencia de sus parientes. Desde el comienzo se establece un tono de voz que en adelante reconoceremos siempre como rasgo particular de Lihn y en este sentido incomparable e inimitable:

La mixtura del aire en la pieza oscura, como si el cielo raso hubiera amenazado una vagal llovizna sangrienta.

De ese licor inhalamos, la nariz sucia, símbolod e inocencia y precocidad juntos para reanudar nuestra lucha en secreto, por no sabíamos no ignorábamos qué causa...

El predominio del versículo

Desde ocho años antes en Poemas de este tiempo y el otro Lihn había hecho suyo el versículo que en las últimas tres décadas se ha convertido en uno de los instrumentos esenciales de la poesía hispanoamericana. A pesar de la extensión y la brillantez de su empleo por nuestros poetas, el versículo aún desconcierta a los teóricos. Algunos lo confunden con el poema en prosa y otros piensan que no existe, que sólo es una extensión combinatoria de endecasílabos o alejandrinos. Basta la más superficial lectura de Lihn para comprobar que su versículo no es ninguna de estas dos cosas.

El nombre resulta absurdo. No se puede llamar con un diminutivo despectivo a lo que es en realidad un verso largo, una línea proliferante que crece en libertad hasta que su ritmo interno la lleva a fijarse un límite. En su libro acerca de las Leyes de la versificación castellana Ricardo Jaimes Freyre dice que el versículo fue un invento de San Jerónimo cuando, para la Biblia que llamamos Vulgata quiso, hallar en latín una forma capaz de sugerir el ritmo que poseen los originales hebreos y arameos.

Sin embargo en el versículo de Lihn ya no hay ninguna resonancia formal de la Biblia. Es un medio de una enorme flexibilidad que le permite escribir en verso tan libre y fluidamente como si lo hiciera en prosa. Y no se trata en modo alguno de prosa cortada o escritura vertical que elude todas las dificultades formales. Lihn escribe versículos como al lado de ellos hace endecasílabos y en uno de sus libros --París, situación irregular-- sonetos.

La era de la desconfianza

Lihn inaugura, y tal vez también clausura, la era de la desconfianza en la poesía hispanoamericana. Si el poema no puede cambiar el mundo ni convertirse en bien de consumo, si está fuera de la historia y al margen del mercado, tampoco es posible dejar de escribirlo. El poeta no es ya "pequeño dios" ni bardo que exalta las luchas de su pueblo. No es Huidobro ni Neruda. No es "mago" ni tampoco "antipoeta" porque ese lugar lo ha ocupado brillantemente Nicanor Parra.

Al orgullo suceden la vergüenza, la duda, el sentido del ridículo:

O si no fue un simple error de juventud escribir un primer verso fatal y condenarse a permanecer en la estacada como un espectador que por serlo no entiende nada de lo que ocurre en torno suyo o por lo menos no lo entiende en el sentido literal de la palabra...

Es ridículo dedicar la vida a una actividad que nadie paga y muy pocos aprecian pero al mismo tiempo es imposible, para su practicante, alejarse de ella. La crisis --y la poesía siempre está y tiene que estar en crisis-- asume en Lihn la forma de la autocrítica a la vez doliente y gozosa y la conciencia de lo efímero:

A la vuelta de una o dos generaciones quiénes escaparán a la inviolable ley de la caducidad Todos seremos retóricos...

Lihn asume, recibe y contempla de frente el panorama de una década en que la modernidad, expresada en el triunfo del consumo y sobre todo de los medios masivos, ahonda la conciencia de nuestra situación (por algo se generalizan en esos años las expresiones "subdesarrollo" y "tercer mundo"), y para salir de ella se plantea la utopía socialista. El poeta puede aspirar a curarse de su inutilidad si se compromete con las luchas populares. Lihn no sucumbe, ni siquiera en su más extenso poema titulado Escrito en Cuba, a esta presión de época; incluso se permite criticarla desde adentro:

y canta a la violencia sin participar en ella es la peor de las irrealidades y la peor de las debilidades.

A la intemperie del mercado

Sin embargo, es capaz de hacer un gran poema político, "La derrota" en Poesía de paso, que es un comentario oblicuo ante la victoria de Eduardo Frei sobre Salvador Allende en las elecciones de 1964, seis años antes de su legítima llegada al poder. Y en 1983, cuando ya ese clima intelectual ha desaparecido y lo sustituye más bien su contrario --el desprecio a todo lo que pueda sonar a izquierda o a "compromiso"-- Lihn escribe el mejor poema que se ha escrito hasta hoy contra el neoliberalismo y sus consecuencias, Paseo Ahumada. Es, voluntaria, paródica e insultantemente, el Canto general de los vendedores ambulantes, los desempleados, las víctimas del progreso, que llenan nuestras ciudades con "los artificios naturalizados en Taiwan, La Gran Madre Plástico" que nos inunda con "sus deyecciones y babas".

Sí, Canto General a la pauperización que nos recorta el lenguaje a un manoteo de sordomudos no alfabetizados.

El poder indeseable

Todo poeta es víctima de sus propios aciertos. El versículo, tan natural en Lihn, tan ceñido casi siempre a lo que quiere decir. No puede evitar en ocasiones el riesgo de precipitarse no tanto en el prosaísmo como en lo prosaico, en aquello que para decirse no necesitaba de un impulso lírico. Eso ocurre en "Varadero de Rubén Darío", un poema que resume toda la interpretación errónea de dos generaciones anteriores --aunque no ciertamente de Neruda ni Lorca-- y por paradoja precede a la inmediata relectura hasta hoy vigente de Darío y el modernismo. Lihn sucumbe a la falacia de Rodó: acusar a Darío por no cumplir con el papel que nos asignan las metrópolis de proveedores literarios de curiosidades salvajes y hacer suyo, en un acto de apropiación del que todos somos beneficiarios, lo que para él era inversamente lo "exótico", es decir lo europeo y todo lo que Europa había importado de sus otras colonias.

Pero esta objeción no empaña el conjunto de la obra de Lihn, una de aquellas obras escritas no tanto para leerse como releerse. Al impugnar la poesía en tantas páginas memorables Lihn ahorró la necesidad de hacerlo a quienes han llegado después. Su gran cuestionamiento terminó en una afirmación. "Creo: ayuda a mi incredulidad", escribió San Pablo. Lihn hubiera invertido la frase:

"Ayúdame a creer porque soy incrédulo".

Y en La musiquilla de las pobres esferas dejó con veinte años de anticipación un testamento hoy más que nunca irrefutable:

Porque escribí no estuve en casa del verdugo ni me dejé llevar por el amor a Dios ni acepté que los hombres fueran dioses ni me hice desear como escribiente ni la pobreza me pareció atroz ni el poder una cosa deseable ni me lavé ni me ensucié las manos ni fueron vírgenes mis mejores amigas ni tuve como amigo a un fariseo ni a pesar de la cólera quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta, porque escribí, porque escribí estoy vivo.


daniel rojas pachas

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