Enrique Lihn, un poeta que resiste a pie firme el paso del tiempo


A 75 años de su nacimiento, poetas y críticos lo recuerdan
Enrique Lihn, un poeta que resiste a pie firme el paso del tiempo

por Roberto Careaga Catenacci

El Mostrador, 3 de Septiembre del 2004

Fuente: Letras s5


Mientras Pablo Neruda y Nicanor Parra copan la agenda poética, la obra de Lihn se mantiene aun fuera de los focos oficiales, pero las nuevas generaciones adhieren a él espiritualmente tal como en los años '80 se aglutinaron en torno a su iconoclasta personalidad.

Hacia fines de los años ’70, el poeta Enrique Lihn reveló su ojo crítico en Estados Unidos. De visita en Iowa, se reunió con un profesor chileno de la universidad de dicha ciudad, un amigo de la juventud con quien compartía inquietudes literarias. Se alojó en su casa y al llegar la noche, el académico le pidió que leyera y evaluara una serie de poemas que había escrito durante su vida. A la mañana siguiente, Lihn tenía ordenados los manuscritos asegurando que ahí había un libro. Oscar Hahn publicó en 1977 tales versos bajo el nombre de ‘El Arte de Morir’, su primer volumen y uno de los más importantes de su carrera.

Mientras los focos oficiales han desplegado su atención en levantar por el cielo la figura de Pablo Neruda en el centenario de su natalicio, por estos días los 90 años de Nicanor Parra colman la agenda cultural de una historia de trasgresión literaria e ironía. Menos humorístico pero también mordaz y crítico, Lihn habría cumplido hoy 75 años. Su figura, en todo caso no ha motivado homenajes oficiales y al parecer tampoco ninguno que supere el ámbito de lo privado.

Sin embargo la poesía chilena no sólo encuentra en Lihn uno de sus más grandes exponentes, sino que le debe el descubrimiento y promoción de buena parte de los poetas más interesantes de las últimas décadas del siglo XX: Juan Luis Martínez, Diego Maquieira, Rodrigo Lira, Claudio Bertoni e incluso Bruno Vidal, entre otros que lo frecuentaron. Efectivamente, el autor del clásico poema ‘Porque escribí’ tuvo una fuerte presencia en la escena literaria de los ’80, en la que se relacionó de igual a igual con la nueva generación, pero con un background cultural que se remontaba a 30 años atrás.


Entre la lucidez y la independencia

Nacido el 3 de septiembre de 1929, fue compañero de generación de Jorge Teillier, Miguel Arteche, Armando Uribe, entre otros, y publicó su primer libro de poemas en 1949, ‘Nada de Escurre’, desarrollando desde ahí una extensa producción que no sólo se adscribió a la poesía; por el contrario, ejerció la narrativa a través del cuento y la novela y se abocó a la crítica literaria y de las artes visuales, además de incluso realizar un par de happenig. Desde todos los géneros, mantuvo una lucidez intelectual ajena a las conveniencias estéticas o políticas del momento.

En ese sentido, el poeta Eduardo Llanos Mellusa, amigo y estudioso de la obra del poeta, cuenta en una conversación coloquial que “Lihn advertía con claridad los riesgos de la superficialidad. Tenía una lucidez especial y una franqueza que le permitía decir rápidamente lo que estaba pensando, ganándose por supuesto una cantidad enorme de enemigos, que incluso siguen operando póstumamente”.

Otro poeta y amigo de Lihn, Roberto Merino, coincide con Llanos Mellusa al plantear “que era una persona de una independencia intelectual inclaudicable y eso lo transformaba en un ser poco clasificable, poco enrolable”. De hecho, se cuenta que al boom de la novela latinoamericana le faltaba un poeta. Un acuerdo tácito indicaba que el vate elegido sería Lihn, pero en una conferencia de la escena narrativa latina realizada en Chile a principios de los ’70, el escritor realizó un crítica exposición en torno a la obra de Mario Vargas Llosa. Quedó fuera.


La polinización de Lihn

Después del golpe de Estado, Lihn intentó dejar Chile y radicarse en Europa; estuvo cerca de asentarse en España, pero razones familiares finalmente lo dejaron aquí. A parte de seguir activo literariamente, el escritor se convirtió en un suerte de poeta mayor. En su generación había trabajado con Nicanor Parra –en el proyecto Quebrantahuesos, junto a Alejandro Jodoroswky-, vivido en Cuba al alero de Casa de las Américas, en Estados Unidos por una beca Guggenheim y en París. Por lo demás, durante los 70 su obra se asentaría como una de las más relevantes del panorama latinoamericano, especialmente por esa constante duda que recorre toda su poesía en torno al acto mismo de escribir.

Tal como impulsó la carrera de Oscar Hahn, Lihn hacia fines de los 70 en Chile también estaba rastreando talentos. De hecho, fue uno de los primeros en leer “La Nueva Novela”, de Juan Luis Martínez, y junto a Pedro Lastra editaron el ensayo sobre el libro objeto, “Señales de Ruta” a mediados de los ’80. Antes, el escritor tenía en su campo de acción a Diego Maquieira y en el ‘84 alababa su volumen "La Tirana" en la revista Apsi. El mismo año que prologara la primera edición –Minga- de "Proyecto de Obras Completas" del suicida Rodrigo Lira . Paralelamente destacaba el valor de la fotografía y de la poesía de Claudio Bertoni con quien mantenía una relación de amistad intermitente.

Según Merino, durante los ‘80 Lihn estableció una suerte de “polinización” a través de un diálogo constante con las generaciones jóvenes, donde nunca hubo consejos ni intenciones de dictar cátedras. Eduardo Llanos complementa señalando que nunca estableció algún tipo de “clientelismo, como se suele estilar hoy día, ni mucho menos de adoctrinamiento poético ni de proselitismo estético. El tipo de poetas que se vincularon con él, muestra claramente que no hubo nada parecido a una escuela, sino sólo una cofradía”.

A la vez, y bajo la represión militar, Lihn exploraría una lenguaje mucho más violento y que se distanciaba de su clásico verso. Una estilo que recién este año ha salido a la luz con la publicación de parte de la Universidad Diego Portales de “El Paseo Ahumada”, que junto a “La Aparición de la Virgen –aun inédita o sólo publicada en forma artesanal por el mismo autor- dan cuenta, según su amigo Germán Marín, “de un poesía mucho más desatada, mucho menos sintáctica que la anterior. En esos dos libros se advierte un viraje muy fuerte”.

El 10 de julio de 1988 Enrique Lihn muere de cáncer en Santiago. Un año después, su amiga Adriana Valdés y Pedro Lastra publican “Diario de muerte”, los poemas que escribió hasta que literalmente se le cayó el lápiz de la mano.


Presencia hoy

Aunque la figura del poeta logra un ecuánime respeto, su influencia literaria en las generaciones actuales para Eduardo Llanos es relativa y mejor podría plantearse como una “adhesión espiritual”. En la misma línea, Marín señala que el poeta no “gesta una retórica” que se exprese en “dicipuloides” como en el caso de Neruda o Parra, sino que más bien “crea nuevos modos de leer la poesía”.

Descartando huellas directas, Roberto Merino plantea que el trabajo de Lihn logró abrir una libertad que permite obras como la de Bruno Vidal y también de otros como Germán Carrasco.

El problema, sin embargo, para Germán Marín es que con Lihn hay una "deuda editorial". Es así que actualmente a su poesía sólo es posible acceder a través de antologías parciales y a su narrativa casi imposible. Para pagar una parte de la deuda, desde Random House, Marín piensa editar el proximo año una antología de todos de relatos del escritor que titulará 'Huacho Pochocha', el nombre de uno de sus cuentos.

Esta semana, en tanto, fue publicada por Ril “La zona muda: una aproximación filosófica a la poesía de Enrique Lihn” de Jorge Polanco, y Adriana Valdés continúa trabajando en la edición de un texto recopilatorio de las críticas sobre disciplinas plásticas que escribió en vida el autor. Comienza así a salir a la luz toda la gama de facetas que ejerció Lihn, uno de los poetas chilenos que con mayor fuerza y coherencia quitó inocencia al lenguaje.


daniel rojas pachas

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