Enrique Lihn: De todos los entrevistados, Enrique Lihn es el único que ha fallecido. Nació en Santiago en 1929 y murió en 1988. A pesar de esa ausencia, es quizás el de mayor presencia en este libro; fue el primer entrevistado y quien alentó desde el comienzo su realización, con esa especie de generosidad desinteresada, esa ausencia de cálculo que lo caracterizaron. Todas sus puntadas eran sin hilo.
Fué el más desinstalado, el de vida doméstica más precaria y el más lejano del poder político, social o cultural entre los escritores chilenos. Rebelde e independiente, mantuvo su discurso literario hasta el final, sin doblegarse ante el marketing ni acomodarse con las formas de uso, lo que le valió, también, una permanente situación irregular. A pesar de que fuera de Chile era considerado como una de las voces poéticas más importantes del continente, en su país no contaba con la adhesion de ningún oficialismo y dificultosamente publicaba sus libros. Críptico para algunos, deslenguado para otros, Lihn se mantuvo en ese exilio interior, en cierta marginalidad permanente.
por Juan Andrés Piña
en Conversaciones Con La Poesía Chilena. Edit. Pehuén, Santiago, 1990.
( TEXTO ABREVIADO )
- ¿Cuáles fueron tus primeras relaciones con la literatura, con la lectura?
Más que la lectura de un libro, yo recuerdo que mi mamá me leía una colección que estaba en la Biblioteca Fantástica, que Blanca Santa Cruz Ossa publicaba en la Editorial Zig-Zag. Desde ese momento yo comencé a juntar una serie que contenía cuentos folklóricos de distintos países.
- ¿Eras muy mal alumno?
Claro, pésimo. Pienso que en parte se debía a que yo desplazaba mucho más energías hacia la "cosa artística", es decir, fundamentalmente el dibujo, la literatura y el teatro...
- ¿Te interesaba el teatro?
Creo que yo era un histrión, y que utilizaba ese histrionismo en diversos planos para escamotear ciertas realidades de competencia física en las cuales yo creía que no tenía aptitud. Siempre tenía problemas para enfrentar el heroísmo físico, quizá porque yo había sido muy apollerado, había vivido mucho con mi abuela materna, que me trataba como a un caballero del siglo XIX. Eso me hacía sentir como una persona grande, y me gustaba.
- ¿Desde el comienzo, entonces, lo artístico fue una manera de enfrentarte con las cosas o de escaparte de ellas?
Era para lo que yo tenía temperamento. Yo provenía de una familia artística. Me motivaba mi propia abuela materna, que también era un eje del matriarcado familiar. Ella me motivó mucho, cuando yo aún era un niño analfabeto. En esta casa vivía mi tío Gustavo Carrasco, que era un dibujante extraordinario. Trabajaba como ilustrador en Zig-Zag y otras editoriales y era profesor de la Escuela de Bellas Artes. Mi actitud era muy imitativa respecto de él, porque yo pasaba largas temporadas en la casa de mi abuela, recluido, introvertido en su taller de la calle Santo Domingo esquina Cumming. Yo también posaba para él. Fui su modelo para las ilustraciones del libro David Copperfield, de Dickens. Él me motivaba, me mostraba libros de arte. Yo dibujaba y hacía unos pegoteos con papeles de volantín coloridos. Hice una serie sobre San Francisco de Asís, porque mi abuela era hincha de este santo (...)
- Tu has sido uno de esos extraños casos de una persona que entró a estudiar muy joven a la Escuela de Bellas Artes.
Claro. Seguramente por la influencia de mi tío Gustavo y porque mis inclinaciones artísticas eran fuertes, entré a Bellas Artes a los doce años. Insistí tanto, que me admitieron. Lógicamente lo que tendría que haber hecho era entrar a la escuela y al mismo tiempo a un liceo que funcionaba paralelamente con la escuela. Pero a esas alturas yo odiaba los colegios. Entré como alumno vespertino a estudiar dibujo y al ao siguiente ingresé al curso de Pablo Burchard, cuando tenía trece años. Era el más chico de la escuela. Mi papá simplemente ya había tirado la esponja y decidió que yo hiciera lo que quisiera. Entonces empecéuna vida bohemia a sa edad. Me ediqué a trabajar mucho en pintura, al punto que andaba dibujando hasta en los buses. En el Parque Forestal teníamos unlugar de concentración: prácticamente vivíamos ahí.
- La famosa cultura del Forestal.
Había todo un ambiente que contribuyó, curiosamente, a que los alumnos de la Escuela de Leyes de la Universidad de Chile se radicaran en el Parque Forestal. Muchas veces iban a estudiar ahí. Jorge Edwards, por ejemplo, que estudiaba Derecho.
Jorge Edwards se paseaba con sus libros por ahí. Era muy cabrito cuando lo conocí y en ese tiempo vivía en una casa en la Alameda, que, para gran sorpresa nuestra, después se convirtió en el Club Peruano. Era una casa señorial, con un papá con mucha plata y donde nosotros nos filtrábamos medio clandestinamente. A veces llegábamos a comer tarde, las doce de la noche. Una vez que nos asomamos a una hora imprudente, el papá de Jorge nos enfrentó y nos increpó. Me miraba y le preguntaba a Jorge "¿Quién es este melenudo, este chascón?" Jorge estaba totalmente bajo control.
- Ahí aparecen, entonces, tus inquietudes literarias...
Aparecen en la misma Escuela de Bellas Artes. Yo había tenido un pequeño éxito con una exposición de dibujos que hicimos en conjunto con mi compañero Luis Diharce, pero a partir de cierto momento comenzó una especie de decadencia de mi vocación plástica. Ahora me doy cuenta de que en esa época tenía la sensación de que mis dibujos eran ilustraciones de textos que no podía escribir.
Fué el más desinstalado, el de vida doméstica más precaria y el más lejano del poder político, social o cultural entre los escritores chilenos. Rebelde e independiente, mantuvo su discurso literario hasta el final, sin doblegarse ante el marketing ni acomodarse con las formas de uso, lo que le valió, también, una permanente situación irregular. A pesar de que fuera de Chile era considerado como una de las voces poéticas más importantes del continente, en su país no contaba con la adhesion de ningún oficialismo y dificultosamente publicaba sus libros. Críptico para algunos, deslenguado para otros, Lihn se mantuvo en ese exilio interior, en cierta marginalidad permanente.
por Juan Andrés Piña
en Conversaciones Con La Poesía Chilena. Edit. Pehuén, Santiago, 1990.
( TEXTO ABREVIADO )
- ¿Cuáles fueron tus primeras relaciones con la literatura, con la lectura?
Más que la lectura de un libro, yo recuerdo que mi mamá me leía una colección que estaba en la Biblioteca Fantástica, que Blanca Santa Cruz Ossa publicaba en la Editorial Zig-Zag. Desde ese momento yo comencé a juntar una serie que contenía cuentos folklóricos de distintos países.
- ¿Eras muy mal alumno?
Claro, pésimo. Pienso que en parte se debía a que yo desplazaba mucho más energías hacia la "cosa artística", es decir, fundamentalmente el dibujo, la literatura y el teatro...
- ¿Te interesaba el teatro?
Creo que yo era un histrión, y que utilizaba ese histrionismo en diversos planos para escamotear ciertas realidades de competencia física en las cuales yo creía que no tenía aptitud. Siempre tenía problemas para enfrentar el heroísmo físico, quizá porque yo había sido muy apollerado, había vivido mucho con mi abuela materna, que me trataba como a un caballero del siglo XIX. Eso me hacía sentir como una persona grande, y me gustaba.
- ¿Desde el comienzo, entonces, lo artístico fue una manera de enfrentarte con las cosas o de escaparte de ellas?
Era para lo que yo tenía temperamento. Yo provenía de una familia artística. Me motivaba mi propia abuela materna, que también era un eje del matriarcado familiar. Ella me motivó mucho, cuando yo aún era un niño analfabeto. En esta casa vivía mi tío Gustavo Carrasco, que era un dibujante extraordinario. Trabajaba como ilustrador en Zig-Zag y otras editoriales y era profesor de la Escuela de Bellas Artes. Mi actitud era muy imitativa respecto de él, porque yo pasaba largas temporadas en la casa de mi abuela, recluido, introvertido en su taller de la calle Santo Domingo esquina Cumming. Yo también posaba para él. Fui su modelo para las ilustraciones del libro David Copperfield, de Dickens. Él me motivaba, me mostraba libros de arte. Yo dibujaba y hacía unos pegoteos con papeles de volantín coloridos. Hice una serie sobre San Francisco de Asís, porque mi abuela era hincha de este santo (...)
- Tu has sido uno de esos extraños casos de una persona que entró a estudiar muy joven a la Escuela de Bellas Artes.
Claro. Seguramente por la influencia de mi tío Gustavo y porque mis inclinaciones artísticas eran fuertes, entré a Bellas Artes a los doce años. Insistí tanto, que me admitieron. Lógicamente lo que tendría que haber hecho era entrar a la escuela y al mismo tiempo a un liceo que funcionaba paralelamente con la escuela. Pero a esas alturas yo odiaba los colegios. Entré como alumno vespertino a estudiar dibujo y al ao siguiente ingresé al curso de Pablo Burchard, cuando tenía trece años. Era el más chico de la escuela. Mi papá simplemente ya había tirado la esponja y decidió que yo hiciera lo que quisiera. Entonces empecéuna vida bohemia a sa edad. Me ediqué a trabajar mucho en pintura, al punto que andaba dibujando hasta en los buses. En el Parque Forestal teníamos unlugar de concentración: prácticamente vivíamos ahí.
- La famosa cultura del Forestal.
Había todo un ambiente que contribuyó, curiosamente, a que los alumnos de la Escuela de Leyes de la Universidad de Chile se radicaran en el Parque Forestal. Muchas veces iban a estudiar ahí. Jorge Edwards, por ejemplo, que estudiaba Derecho.
Jorge Edwards se paseaba con sus libros por ahí. Era muy cabrito cuando lo conocí y en ese tiempo vivía en una casa en la Alameda, que, para gran sorpresa nuestra, después se convirtió en el Club Peruano. Era una casa señorial, con un papá con mucha plata y donde nosotros nos filtrábamos medio clandestinamente. A veces llegábamos a comer tarde, las doce de la noche. Una vez que nos asomamos a una hora imprudente, el papá de Jorge nos enfrentó y nos increpó. Me miraba y le preguntaba a Jorge "¿Quién es este melenudo, este chascón?" Jorge estaba totalmente bajo control.
- Ahí aparecen, entonces, tus inquietudes literarias...
Aparecen en la misma Escuela de Bellas Artes. Yo había tenido un pequeño éxito con una exposición de dibujos que hicimos en conjunto con mi compañero Luis Diharce, pero a partir de cierto momento comenzó una especie de decadencia de mi vocación plástica. Ahora me doy cuenta de que en esa época tenía la sensación de que mis dibujos eran ilustraciones de textos que no podía escribir.
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