Noticias de Pedro Lastra Por Pedro Pablo Guerrero




Noticias de Pedro Lastra
Por Pedro Pablo Guerrero

Amigo de Roque Dalton y Enrique Lihn, erudito profesor de literatura hispanoamericana y, por estos días, escritor en residencia de la Universidad Católica, Pedro Lastra presenta mañana su volumen "Obras selectas" (Editorial Andrés Bello), en el que reúne una amplia muestra de sus poemas y ensayos.

En 1971, cuando vivía en Saint Louis, Missouri, Pedro Lastra soñó que entraba en la casa de su amigo y vecino el escritor argentino Enrique Espinoza, en Santiago. Allí estaba, como de costumbre, sentado en medio de su imponente biblioteca junto a dos visitantes consuetudinarios: Manuel Rojas y José Santos González Vera, fallecido en 1970. Era una reunión como tantas en las que tomaban té mientras hablaban de literatura. Repentinamente, con la fugacidad de lo onírico, todo desaparecía: amigos y libros. "Me entró una gran desesperación -recuerda Lastra- porque, por esas extrañezas de los sueños, eran mis libros, no de don Enrique. Sentí un vacío enorme. Me dije: ¿qué voy a hacer ahora?, ¿de qué voy a escribir? Y escuché la voz de González Vera que me decía: escribirás de los lugares".

Es lo que ha hecho Pedro Lastra toda su vida. Escribir de los lugares, reales e imaginarios. "Interiorizados", como él los llama. Irreversiblemente unidos a la presencia de otros escritores, muchos de ellos ya muertos. Como su visita al cementerio de Praga junto a Roque Dalton en 1966, con el poeta salvadoreño descifrando chapurreadamente las inscripciones de las tumbas y contándole de sus cortejos mímicos -no sabía una palabra del idioma- a las checas de las que se enamoraba.

O la sorpresa que sintió Lastra al descubrir en un pasaje de la Historia de la invención de las Indias una referencia del cronista Hernán Pérez de Oliva a la piedra imán, objeto sobre el que escribió un tratado, De Magnete, en el que vislumbró otra invención: la del teléfono, pues a través de ella "halló cómo se pudiesen hablar dos ausentes".

Lecturas, encuentros, sueños, todo lo ha convertido Pedro Lastra en poemas. "Sutiles y evanescentes", como los caracteriza Óscar Hahn en el prólogo de Obras selectas. Escritos con la materia de la que están hechos los sueños, diría Bogart.

Tan breves como el verso único de su Contracopla: "Regreso envejecido de los sueños".

-¿Por qué hay tantos de ellos en sus textos?
-Enrique Lihn hablaba del "sueño que restablece en todo el perfecto desorden". Y está la idea bretoniana: la maravilla del sueño es esa posibilidad única de vivir varias existencias simultáneas. Por lo mismo también me ha atraído siempre la pintura surrealista. Hay ciertos cuadros que me fascinan, a los que vuelvo constantemente porque los tengo más o menos cerca. En Nueva York, por ejemplo, El durmiente temerario, de Magritte. Y otro que vi hace años en una retrospectiva de Tanguy en el Guggenheim: La velocidad del sueño.

-En su poema "Arte poética" dice que usted pinta ángeles que lo llaman en la noche, porque en el día la luz les quita la palabra. ¿Se considera un romántico?
-Yo reivindico un decir de Darío: "¿Quién que es no es romántico?". Me parece que esa moción del ánimo en mi caso tiene esa raíz y me parece bien. Esa raíz está viva hasta hoy. Así como me parecen vivas ciertas ideas de Breton y por eso me interesa mucho el manifiesto del año 24, no porque sea central para mí la escritura automática, sino porque lo veo como una reivindicación de la libertad.

-Usted ha sido un gran revalorizador de textos canónicos de la tradición romántica, como la novela "María", de Jorge Isaacs.
-Eso tiene un estímulo en ciertas figuras que la han reivindicado, como Borges, que escribió "Vindicación de la María...". Isaacs no le parece más romántico que cualquiera de nosotros. Y el afecto que siente por ese libro Neruda tampoco es sorprendente, porque él era un poeta del amor. Amado Alonso decía que su poesía era romántica. Yo mismo lo comprobé en una conversación con Neruda que tuvimos en 1972, y de la que fue testigo el hispanoamericanista estadounidense Ivan Schulman. No me gusta invocar solamente el testimonio de los muertos porque eso se presta para muchas invenciones, trato de fundar esas situaciones en relación a alguien que las ha compartido.

-Hahn distingue el tema del amor como una línea dominante de su poesía. ¿Lo ha ayudado a enfrentar la distancia y el exilio?
-Sin duda es una fuerza salvadora. El amor por una parte, la amistad por otra. Porque yo he tenido muy buenos amigos: Enrique Lihn, Óscar Hahn, la misma relación con Ricardo Latcham, a quien considero mi maestro, una relación en parte filial, pero amistosa a pesar de la diferencia de edad: casi 30 años. O el propio José María Arguedas.

-¿Por qué en este libro no está el ensayo que escribió sobre él?
-Lo quería incluir, pero no cabía; es un texto muy largo. Tanto como el primer ensayo y el último, "El encuentro con el Nuevo Mundo y las incitaciones poéticas de la extrañeza" y "Poesía y exilio", que refuerzan la noción de itinerario en la literatura hispanoamericana. El primero ya tiene una extensión considerable: veinte páginas. Un exceso.

-Claro, su nuevo libro, de 260 páginas, es una enciclopedia, comparada con sus libros de poesía tan delgados.
-Siempre hago eso con ellos: voy sacando poemas, poniendo otros, reduciendo algunos. González Vera, una persona muy importante en ese ejercicio del rigor, cada vez que reeditaba un libro escribía: "Edición corregida y nuevamente disminuida". Me parece una lección importante. Y, claro, yo tal vez la he llevado un poco lejos, a un extremo próximo al silencio.

-Sus ensayos se detienen en aspectos que para otros suelen pasar inadvertidos.

-Me interesa eso: llamar la atención sobre algún detalle. Por eso el epígrafe de Pedro Mexía que introduje a última hora en el libro, tomado del "Prohemio" a su Silva de varia lección. Resume bien mi propósito: Mexía hizo una selva de notas, discursos y capítulos "sin perseverar ni guardar orden en ellos". Tiene que ver además con la admiración por Borges, salvando las distancias infinitas. Me parece impresionante cómo el detalle significativo puede dar lugar a una reflexión, que en una página o dos abre un campo de significación con muchas resonancias. Uno es un imitador de Borges, como de Arreola.

-Que tampoco hizo novelas.
-No las hizo, a pesar de que yo soy lector de novelas. Pero me interesa el caso de Arreola por su actitud. Federico Campbell le preguntó en una entrevista si creía que el balance final de su obra sería favorable. Arreola le contestó que sí. "Porque me metí con los mejores", le dijo. En esa idea hay una lección sobre la conducta de un escritor que yo también encuentro en ciertas observaciones de Conrad: no esperar recompensa, hacer su trabajo como un marinero lava su puente, no aguardar sino el silencioso respeto de sus iguales. Esas cosas se convierten para mí en lecciones de vida, de conducta literaria.

-En su libro "Noticias del extranjero", pienso que la palabra "extranjero" alude no solamente a una cuestión de nacionalidad, sino también a sus lecturas: autores extraños, en algunos casos outsiders, raros, marginales ?
-Claro. Me interesa mucho la marginalidad. Es una de las cosas que más me acercan a Carlos Germán Belli. La marginalidad como una noción de lo poético. Hay un poema suyo, "Al pintor Giovanni Donato da Montorfano", sobre su fresco La Crucifixión, pintado en la pared opuesta a la de La última cena, de Leonardo da Vinci, en la iglesia de Santa Maria delle Grazie, de Milán. Yo fui a verla con Belli hace unos años. Ocurrió lo que decía en el poema: todos le dan la espalda a pesar de que es un cuadro muy atractivo. Tenía que ser un poeta como Belli el que advirtiera lo desolador que resultaba esto. La obra principal de un artista, a la que dedicó más tiempo, pasa inadvertida al lado de otra universalmente famosa. El poema de Belli puede llevarse al total de su obra: él se ve como un amanuense, un marginal. Es una vivencia que uno ha tenido de muchas maneras. Mis amigos me dicen que soy un poeta marginal en la literatura chilena. Y yo lo reconozco así, me suena muy bien, porque no me interesan las modas, que son siempre ruidosas y efímeras. Los marginales pueden ser descubiertos más tarde. Fue lo que pasó con Juan Emar, víctima de un aislamiento al que se condenó por sus propios decretos, como dijo Neruda. Mucha de esa gente me interesa. Omar Cáceres, por ejemplo.

-Se podría decir que usted conserva la memoria de los muertos.
-Eso es bueno. La noción de rescate, la anticipación, es un diálogo con los muertos. Yo rescato lo que queda vivo por debajo de la muerte. En un pasaje de Umbral, Emar previó que otros, desconocidos para él, lo publicarían sentados en las gradas de su sepultura. Y cuando a Gelman le preguntaron cómo le gustaría ser leído dentro de sesenta años, respondió: "Si eso ocurriera, me gustaría que ese lector se sintiera acompañado".

-En su artículo dedicado a "La ciudad y los perros" indaga en la elaboración de la experiencia y lo testimonial en la novela hispanoamericana.
-Me sigue interesando. Por eso me provoca mucho interés el trabajo de novelas como El inútil de la familia, de Jorge Edwards: cómo se dio esa relación con un personaje que prácticamente no trató y cómo la imaginación puede llenar ese vacío de lo real. Ahora tengo gran curiosidad por su próxima novela, en la que aparece Enrique Lihn. Invité a Jorge a un seminario en la universidad para contarles a los alumnos su taller con El sueño de la historia, El inútil de la familia y el libro que viene sobre Lihn y la generación del 50.

-Sería interesante contrastarlo con "Fantasmas literarios", de Hernán Valdés, ¿no cree?
-Ah, claro, leí ese libro con gran interés aun cuando hay una mirada muy ácida, un énfasis en ciertas negatividades que no comparto. No porque uno quiera disimularlas, sino porque circunstancias semejantes, de las que puedo dar cuenta porque las conocí, están vistas sólo desde el lado de las sombras: situaciones que han afectado al personaje que las narra. Y las cosas tienen también otra cara. Eso me produjo cierta desazón, siendo un libro extraordinariamente bien escrito, porque Valdés es un escritor muy agudo y un hombre con una facultad verbal considerable, algo que se echa de menos en la prosa chilena.

-¿Todavía?
-Por supuesto. Gabriela Mistral tenía razón en los años veinte cuando hablaba de nuestra prosa descuidadísima. Ha sido una marca hasta hoy. Por eso también creo que está haciendo mucha falta un estudio de la poética de la Mistral, que ella misma fue diseminando en sus textos. A lo mejor la Mistral no necesita tantos exegetas, necesita más lectores. Es penoso ver que no la leen.

-Aun teniendo una prosa clara, alejada de toda la jerga académica de hoy.
-Ah, no, eso me produce horror. Fue una de las cosas que me animaron a jubilar, porque me empecé a sentir al margen. El mundo universitario lamentablemente ha sido invadido por ese lenguaje.

-"Mi patria es un país extranjero, en el Sur", escribió en un poema. Más allá del oxímoron, ¿cuál es su patria?
-En realidad uno es de su lugar de origen. Mis amigos dicen que yo vivo en el espacio literario, pero en realidad vivo en el espacio de la infancia.

Obras selectas - Pedro Lastra -Editorial Andrés Bello, Santiago, 2008, 266 páginas, $8.800.

Escritor en residencia

Durante años, Pedro Lastra ha vivido con un pie en Chile y otro en Estados Unidos. Desde que dejó de hacer clases de literatura hispanoamericana en la State University of New York, en Stony Brook, hace más de una década, pasa cada vez más tiempo en su país natal. Este año prácticamente no se moverá de él, pues fue invitado como escritor en residencia por el Instituto de Letras de la Universidad Católica. Un retorno a las aulas que trae aparejada una situación inédita en su carrera: dirigir, a los 76 años, un taller de poesía para estudiantes.

La publicación de sus Obras selectas -que serán presentadas mañana, a las 19.30 horas, en la Corporación Cultural de Las Condes (Av. Apoquindo 6570) con la presencia de Alfonso Calderón- implica, al mismo tiempo, un reencuentro con sus lectores, que hallarán en un solo volumen algunos de sus más representativos ensayos y poemas, hasta ahora dispersos en revistas y libros, muchos inencontrables, que traían a Chile sus esperadas "Noticias del extranjero", como tituló el poemario que editó por primera vez en 1979.

Testimonio de un creciente reconocimiento a su obra es el libro coeditado por la Dibam y RIL editores: Arte de vivir. Acercamientos críticos a la poesía de Pedro Lastra, de Silvia Nagy-Zekmi y Luis Correa-Díaz (editores). El volumen reúne trabajos de Miguel Gomes, Martha L. Canfield y William Thomas Little, entre otros especialistas, además de un apartado de prólogos, discursos y documentos de Óscar Hahn, Rigas Kappatos, Gonzalo Rojas, Carlos Germán Belli y Guillermo Mariacca. Se incluye un anexo de entrevistas realizadas por Marcelo Pellegrini, Francisco José Cruz, Sergio Rodríguez y Francisco Véjar, y un epílogo con el valioso ensayo "Poesía y exilio", del propio Lastra.

Articulo: 
http://diario.elmercurio.com 27/04/2008

daniel rojas pachas

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