
POR VICENTE UNDURRAGA
Poeta crucial de los años 80, aficionado al karate y al capoeira,  Gonzalo Muñoz (1956) se fue a México en 1991 y allá se quedó, tuvo  hijos, se casó y se separó. Raros, paródicos, cargados a la violencia,  sus libros se convirtieron en mitos de la poesía chilena. Hoy dos de  ellos son reeditados y, en exclusiva, Muñoz conversa con The Clinic  sobre el pasado, recordando su amistad con Juan Luis Martínez y  bajándole el perfil a la Escena de Avanzada del arte chileno. Además,  cuenta la vez que le dispararon en el DF y algo adelanta del proyecto  narrativo en el que trabaja. 
En su cuento “Encuentro con Enrique Lihn”, incluido en “Putas asesinas”, Roberto Bolaño contó que en una carta Lihn le habló de los que eran o serían los seis tigres de la poesía chilena: Rodrigo Lira, Bertoni, Maquieira, Juan Luis Martínez, él (Bolaño) y Gonzalo Muñoz. Este último es, tal vez, del que menos se sabe hoy en día en Chile. “Gonzalo Muñoz”, escribe Bolaño, “se perdió en México, me dijeron, pero no como el cónsul de Lowry sino como ejecutivo de una empresa de publicidad”. Efectivamente, después de publicar en los ochenta tres libros de poemas, en 1991 Muñoz se fue, por una casualidad, a México, donde vive hasta hoy, trabajando como director creativo en distintas agencias de publicidad, como columnista en periódicos y como guionista.
Durante esa década, Muñoz fue un figura gravitante en el mundo artístico y un agitador literario; estuvo vinculado a las artes visuales, participando, por ejemplo, en lecturas conjuntas con artistas como Eugenio Dittborn y viviendo la política de una manera que hoy califica como “ingenua e inevitable, narcisista y voluntariosa”. Fue en 1981, por iniciativa de Juan Luis Martínez, cuando Muñoz hizo su debut en el ruedo literario con un libro raro entre los raros de la poesía chilena: “Exit”, texto que emula la estructura de un guión cinematográfico -”un ejercicio escenográfico”, dice Muñoz-, que mezcla distintos tipos de discursos, y en cual tienen cabida desde una pareja de monjas lesbianas hasta David Bowie, pasando por un ciclista drogadicto y un príncipe que “por su belleza da un paso en falso”.
Hace ya 25 años que dejaste de publicar poesía. ¿Seguiste  -sigues- escribiendo?
-No he dejado de escribir, quizás he cambiado radicalmente mi concepción  del acto de escribir.
¿En qué consiste ese cambio radical?
-Tiene que ver, primero, con no escribir para un lector de capilla, el  poeta de la casa de enfrente o un crítico en especial, que fueron los  motores de la actividad literaria en esos años en Chile. Ese sentido  claustrofóbico y provinciano de la escritura es el que -estando fuera-  estalla en mil pedazos. Segundo, el ritmo de publicación no es relevante  para mí. En esos tiempos se calculaba cuánto se debía dejar pasar entre  una publicación y otra para construir una obra. Se pensaba -por  paradójico que fuera- en cuál era la estratégia más atinada para causar  un efecto en el mercado cultural, o en los dadores de becas, o en quién  hiciera falta. Al no ser ya un operador cultural ni un agitador  literario, obviamente evalúas las cosas de otro modo. Menos  exhibicionismo, menos show, más carne y más vida. Escribo desde la  perspectiva de que casi nadie lee. Escribo sin mucha esperanza y escribo  porque es lo que mejor sé hacer. Por supuesto, escribo lejos de los  exhibicionismos que caracterizaron esos años, y lejos también de esa  pretendida -¿pretenciosa?- vinculación con la historia.
Cuéntame más sobre la escena literaria de los años 80.
-Cuando me preguntas por la escena de esos años es cuando más complejo  se pone esto. 
¿Por qué?
-Porque, por una parte, fue una escena productiva y generadora, pero por  otra fue una escena cuyo discurso acerca de sí misma era narcisista y  mitómano. Como toda escena vanguardista, era altamente autoreferente,  parricida y con anhelos fundacionales indomables. Creo que algunos de  los productos de esa época, y me refiero tanto a los cuerpos textuales  como a los de artes visuales, fueron realmente disruptores y seminales  en la búsqueda de estéticas y voces diferentes. No así los múltiples  manifiestos y discursos que la escena gustaba de lanzar como correlato  activista de sí misma: estos eran ingenuos, cortos de vista y muchas  veces insoportablemente arrogantes. Afortunadamente toda esa claridad  diamantina e infantil que la escena vanguardista quiso manifestar, se  modulaba con la oscuridad y la ambiguedad misteriosa, erótica y gutural  (¿ronca?) de los trabajos. Con su complejidad.
¿Qué piensas hoy de la llamada escena de Avanzada del arte  chileno?
-Que fue más un intento de dar organicidad a una serie de síntomas que  un movimiento consistente. Digamos que fue una mini epidemia, que dejó  señales a veces muy brillantes a veces más opacas, y que se alimentó de  uno de los períodos más obscuros que ha cruzado nuestro país.
¿Cuál era tu relación con la política en los años 70 y 80?
-Como la de muchos, fue ingenua e inevitable, narcisista y voluntariosa.  No reniego, pero tampoco la rescato como un momento de gran lucidez.  Creo que viví esa época, intelectual y eróticamente, comprometido hasta  los huesos, y eso hace de ello una experiencia, sin duda, poderosa.
KARATE Y CIRCO
¿Es cierto que fuiste karateca?
-El karate forma parte de mis rituales íntimos, una de las tantas  negociaciones entre mi propio cuerpo y mis desplazamientos por los  escenarios de la vida. Empecé a practicarlo en Chile, en una escuela  clásica (la de los hermanos Fernández de la Reguera) en el modo de  Okinawa o Goyu Ryu. Llegué hasta un grado avanzado y lo dejé por un  tiempo, aquejado de un par de fracturas, de mano y de dedos. Curioso que  en ambos ejercicios –la escritura y el arte marcial– haya tenido que  lidiar con un grado de fracturación de la mano: la mano que escribe y la  mano que golpea. Lo retomé estando ya en México, combinado con otras  artes marciales como el Aikido y el Tae-kwon-do. Es parte de mi  estructura orgánica. Últimamente me intereso por el capoeira y otras  formas de lucha de origen más bien africano.
Roberto Bolaño contó que Enrique Lihn le habló de los que  serían los seis tigres de la poesía chilena, entre ellos tú. ¿Escuchaste  hablar de eso alguna vez?
-Sí escuché hablar de los tigres, conocí bien a los demás y creo que fue  el invento de un gran maestro de ceremonias: Enrique Lihn. 
¿Por que imaginas qué eligió Lihn a un tigre para su  predicción?
-Enrique siempre deseó ser director de un circo y en los circos hay  leones o tigres. Creo que la figura del tigre refleja un espíritu  escritural (Borges, Milton) y la del león implica otro tipo de ego de  aliento más mesiánico, más autoreferente digamos. De todas maneras, creo  que era un circo específicamente levantado por Enrique en base a sus  preferencias.
¿Qué relación tuviste con él?
-Lo conocí como maestro, me recomendó para un doctorado, cosa que  siempre le agradecí mucho aunque mi trayectoria vital no tenía nada que  ver con eso, y creo haber sido un buen amigo suyo.
¿Conociste a Bolaño? ¿O lo has leído? 
-No llegué a conocerlo personalmente, pero lo he leído con intensidad y  creo que era el mejor narrador chileno de esta época.
“LATIDO RONCO”
Pablo Oyarzún dice, en el prólogo a esta reedición de Exit y  Este, que tus poemas contienen “lo que era el latido ronco de ese  tiempo”? ¿En qué consistía la ronquera?
-Como bien dice Pablo Oyarzún, en esos textos reverbera o fluye un  latido de ese tiempo, un síntoma de la enfermedad de esa época, pero lo  que me parece brillante es que él lo llame un “latido ronco”, no solo  porque por la ronquera habla la enfermedad, sino porque esa ronquera,  que actúa como un ruido en todo el texto, es lo que lo hace sostenerse  más allá de la enfermedad y lo dispara hacia otros espacios y otros  tiempos. Es como la distorsión sonora que produce una señal desconocida  en una transmisión electrónica de datos, allí habita el desconocido, el  cruce de señales y el misterio. También el deseo. Pienso, no sé por qué,  en esa ronquera de Billie Holliday que se traslada en el tiempo y  reaparece igual de conmovedora y tremenda en una Amy Winehouse.
También Oyarzún se refiere a tus textos diciendo que en ellos  opera “la violencia en la escritura, y como escritura, a manera de  único modo para resistir la violencia de la historia”. ¿Pensabas en  tales violencias?
-La violencia de esos tiempos imprimió su huella en esos trabajos, sin  duda, pero ahora me pregunto si hay algún trabajo literario que valga la  pena y que no esté cruzado por distintos tipos de violencia. Y la  violencia parece haberse convertido en un correlato del mundo  contemporáneo. La violencia conquistó su rol de ciudadana aceptada de  las ciudades y del mundo, en general. Quizás lo más potente para esos  textos fue admitir la violencia como un signo gramatical más, una  violencia intratextual que escenificaba a la otra y la ritualizaba,  exorcizándola o simplemente citándola y haciéndola evidente. No  literaria sino literal.
Publicaste tu primer libro en el sello de J. L. Martínez.  ¿Fueron amigos?
-Juan Luis Martínez es sin duda el gran animal literario que generó  muchas de las inquietudes de la vanguardia de esos años, gracias a que  encadenó una sensibilidad rupturista con la tradición poética chilena,  gran lector de Parra, Huidobro, Emar, fue mi interlocutor principal por  muchos años. Aún recuerdo la metralla de su tartamudez, su sentido  brutal del humor y sus historias de delincuente juvenil, como algo muy  querido para mí. Fuimos grandes amigos, lo admiré, lo quise y luego nos  distanciamos, porque en esos tiempos la escena tenía algo de avanzada y  mucho de conventillo. EXIT fue un texto que él leyó antes que nadie y me  propuso espontáneamente publicarlo con su sello editorial. Fue un acto  de amistad y cercanía, aunque sé que luego otros intentaron utilizar su  sello con finalidades un poco más comerciales.
Algunos están explicitados (Blanchot, Derrida, Lezama Lima);  aparte de ellos, ¿qué referentes tenías dando vueltas a la hora de  escribir los poemas de Exit y Este?
-Al momento de escribir tanto EXIT como ESTE, las referencias que  giraban en torno a su proceso de producción iban desde el surrealismo  revisitado al  conceptualismo de Beuys, el performance, la  transvanguardia, la pintura-pintura, la textualidad desacralizada del  barroco desde los hispanos hasta los neobarrocos latinoamericanos, de la  crónica roja al erotismo oblicuo de Bowie, o al misticismo del Libro  Tibetano de los Muertos. En fin, eran temas que vibraban con una pulsión  descentrada en relación a los discursos literarios o artísticos que  contaban, hasta entonces, con una representatividad histórica.
En Exit, en un momento, “el héroe cae muerto”. Pero al final  se informa que “todo ha sido un ritual, una orgía dirigida, una  adoración sin límites… el parto de un héroe”. ¿Cómo concebiste ese  primer libro? ¿Cuál podría ser el héroe que nace?
-EXIT nace como un ejercicio escenográfico que empata la heroicidad con  el fracaso y la burla, con la voluptuosidad en todo caso. Es un  ejercicio profundo de desquiciamiento, o de frustración o de cinismo.  Surge de la la tesis de que todos los héroes nacen muertos, o digámoslo  así, nacen para morir y mientras antes, mejor. De lo contrario terminan  consumidos en una trivialidad patética. Recuerda que en esos años, entre  otras cosas, teníamos que lidiar con una potente sensación de fracaso y  de derrota, y aún así seguir vivos. Esa era la cuestión principal:  ¿merecíamos seguir estando vivos?
En tu poesía se reiteran escenas sexuales fuertes (“2 monjas  de carnes abundantes/ maduras, limpias, desnudas se/ hacen el amor…”).  ¿Por qué crees que la sexualidad, por lo general en términos  descarnados, nada líricos, apareció con tanta fuerza en los poetas de  los ochenta? 
-Sí, está esa sexualidad latente a través de todos los textos. Y creo  que esa sexualidad era parte de un ejericicio político de recuperación  de los cuerpos y del control sobre las pulsiones de vida y muerte. Por  otra parte, me parece que la provocación sexual es inevitable en un país  con la estructura discursiva de Chile, para así poder comenzar a tener  una conversación interesante o una intertextualidad suficientemente  generadora.
MÉXICO Y CHILE
¿Por qué te fuiste a México en 1991? 
Si llegué a México fue por una casualidad –que siempre es una causalidad  escondida– personal. No llegué con la idea de quedarme, ni con una  certeza de autoexilio o algo así, pero me quedé hasta hoy. 
Hablando de violencia, ¿cómo entiendes todo lo que pasa en la  frontera norte de México, en Juaréz?
-México es un tema del cual podríamos hablar horas, es un tema que me  fascina y me espanta. Creo que es el lugar donde la palabra violencia  alcanza su máxima sofisticación, y donde la rudeza y la ternura andan  juntas de la mano, por cada calle. Aquí me ha pasado todo, he tenido dos  hijas, me he casado, me he separado, me he enamorado, me he perdido, me  han disparado, he visitado el infierno y el paraíso, he probado todo.  Sin duda, México hoy me sigue envolviendo entre sus redes, a veces  letales, a veces insoportablemente atractivas. El tema de la frontera  norte, el tema de Juárez y los asesinatos de mujeres (que Bolaño ya  intentó), el tema del narco y la narco violencia, las decapitaciones  (este fin de semana hubo 15), el tema de ser el patio trasero de los  gringos, el tema del ilegal, todo eso, creo que debemos hablarlo en otra  oportunidad, porque además forma parte del tejido de lo que escribo día  a día. De ese proyecto que pronto verá la luz, espero.
¿Cómo fue que te dispararon? 
-No es tan raro aquí. De hecho me ha pasado un par de veces. Una vez me  encontré en medio de una balacera entre judiciales (tiras) y un trío de  asaltantes que entró armado a la cantina donde estábamos. Los policías  de civil comían con amigos, yo también, cuando entran gritando armados  hasta los dientes. Los tiras gritaron “todos al suelo” y empezaron a  tirar, y los asaltantes respondieron con peor suerte. Vi caer a un par  de ellos, con las cabezas destrozadas. Otra vez en un bar se armaron los  balazos por una simple discusión pasional en torno a una muchacha. Pero  -sin duda- la más peligrosa fue la vez que me dispararon estando yo en  el auto: al acelerar, la bala rompió el cristal lateral trasero justo  atrás de mi cabeza. No es alarde, pero te acostumbras a eso.
¿Cómo ves a Chile desde la distancia? ¿Piensas volver?
-Como un deja vú. Como un sueño en el que te deslizas a lo inevitable,  lenta pero seguramente. Así también, quizás volver sea inevitable.
DE EXIT
En los bajos fondos del puerto la orquesta arremete sonidos
estridentes, son rockers entrecortados, ella canta ronca, casi inmóvil,
casi afónica, impasible, pegada al micrófono, sudando, lamiéndose los
labios, latigazos eléctricos, bombillas de colores que se encienden y se
apagan, se extinguen, furiosas contorsiones de sus acompañantes,
compases irreverentes, ella la alta, flaca, cabello rojo, se duerme cantando,
los ojos entrecerrados, los dientes entreabiertos, desplazándose late-
ralmente como un rito“yo bailo borracha
canto coplas en alemán
escribo papeles ordinarios”tu sombra te persigue boca arriba y después boca abajo
¿qué haces ahora? ¿mortuoria? ¿no sabes tocarte?píntate los labios, píntate las uñas, tíñete el pelo, depílate completo,
lámete entero”.

 
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ResponderEliminarloving your blog
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