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lunes, diciembre 31, 2018

ENRIQUE LIHN: SILENCIO Y RIMBAUD [por Daniel Rojas Pachas]





ENRIQUE LIHN: SILENCIO Y RIMBAUD
Daniel Rojas Pachas

Enrique Lihn es uno de los escritores chilenos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Su reconocimiento mundial como poeta, hace que muchas veces ignoremos otras de sus facetas como creador. El 2018 se cumplieron treinta años de su partida, creo que es importante recordar su rol como intelectual y artista intermedial.
Durante los años setenta y ochenta Enrique Lihn concedió largas entrevistas y elaboró sustanciosos textos de crítica[1], en los cuales reflexiona sobre la escritura. En estos documentos declara como clave, dentro de su discurso literario contracultural[2], la intertextualidad refleja.
Este término técnico, nos remite a una producción literaria plagada de textos interconectados que se auto fecundan. Lihn toma como paradigma la estructura circular de su novela La orquesta de cristal. En este libro, del año 1976, publicado en Argentina a través de Sudamericana e inédito para los lectores chilenos, hasta la reedición de Hueders el 2012, se cruzan múltiples crónicas generadas a propósito de un hecho inverosímil y absurdo, la puesta en escena de un objeto inexistente: instrumentos invisibles e inaudibles que se destruyen con la primera nota.
Pese a la naturaleza fallida de todos los elementos que rodean a the crystal orchestra: músicos, sinfonía y artefactos, la trama demuestra cómo el arte de la palabra o más bien de la palabrería, es capaz de engendrar una ingente cantidad de material discursivo que se prolonga por décadas, dando existencia a un fantasma.
Una orquesta de cristal situada en la Europa finisecular (cruce del siglo XIX al XX), es recreada por cronistas que habitan el esplendor del mundo moderno, gracias a su prosa americanista. El viejo continente es un simulacro representado por la escritura afectada de escritores mercenarios. Los cronistas que Lihn pone en escena son pastiches deformes de Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo, José Enrique Rodo y Domingo Faustino Sarmiento, entre otros padres fundacionales de nuestras letras. No podemos ignorar el diseño en espiral de la obra y cómo la escritura se engendra en torno a un centro vacío. Lihn en una entrevista destaca que la arquitectura de La orquesta de Cristal, fue la base para generar su libro de crítica sui generis, titulado Derecho de autor.
          La orquesta... es la matriz de un libro que me gustaría publicar: una recopilación de comentarios y de comentarios de comentarios propios y ajenos, sobre un texto mínimo que sirviera de pretexto a todos ellos. Un libro escritor literalmente por sus lectores.

En una entrevista concedida a Luis A. Diez, Lihn señala su preferencia por una estructura textual capaz de arremolinar materiales diversos, a partir de un centro fantasmático. Esta idea remite a su cuento Huacho y Pochocha de 1954. El título del relato alude a dos términos de uso popular en Chile. El primero referido a los huérfanos de manera despectiva, el otro un apelativo cariñoso e íntimo.
El autor de La pieza oscura explica que en una estación de trenes observó una inscripción con un corazón y las dos palabras. Siguiendo la línea narrativa de Lihn, interesada en generar obras que remitan a realidades lingüísticas e imaginativas, en lugar de hechos, sujetos y acontecimientos, el relato se erige sobre dos palabras, categorías y signos que el narrador ocupa como un vehículo vacío y en el cual va superponiendo a lo largo de la historia y con el tiempo, distintos recuerdos en los que aparecen siempre esta pareja de nombres.
Es una historia de amor construida a partir de lo que se dice en lugar de enfocarse en lo que pasa. “Entonces, el narrador piensa también: reflexiona sobre lo que está haciendo. Y lo que está haciendo es, evidentemente, un juego, llamémoslo literario, en el que trata de constituir una realidad otra vez a través del lenguaje literario”, confiesa Lihn a Diez. 
Pedro Lastra, destacado crítico chileno y amigo de Enrique Lihn, acuña el término intertextualidad refleja, a partir de los trabajos de Julia Kristeva y Phillippe Sollers, a fin de profundizar en el estudio de textos que a su parecer se retroalimentan e interactúan modificando sus significados entre sí.  
Lastra pone de manifiesto que la literatura de Lihn se construye con materiales limitados que se interrelacionan y cambian de función, por ende se actualizan solidariamente. Cada libro de Lihn, poema a poema, verso a verso y relato a relato, re-escribe su producción anterior.
             [...] yo me permito introducir la noción de "intertextualidad refleja" para aquellos casos [...] en los que la confluencia ocurre en textos que proceden del mismo corpus del autor, de manera que la "re-lectura", acentuación, condensación, desplazamiento y profundidad de esos textos", esa productividad, en suma, surge por una suerte de autofecundación de textos [...] que atraen hallazgos o posibilidades.

La escritura poligenérica de Lihn, engendra máscaras lingüísticas que vemos desfilar con frecuencia: Narciso, Alicia de Lewis Carroll y el máximo histrión y disfraz declarado[3], Gerardo de Pompier. La escritura lihneana fija una red de significados que trasciende su escritura poética. El lector de su crítica, ensayos, teatro y prosa podrá dialogar con sus pulsiones y manías.
Esta práctica tiene importancia dentro de una producción metaliteraria: "los textos no sólo contienen los textos de otros, sino que se construyen precisamente en base a esa práctica intertextual de un tejido transdiscursivo tendiente a provocar una especia de diálogo de signos en una red metaliteraria de literaturas", explica el teórico Jesús Camarero.
Para Enrique Lihn, la intertextualidad es un mecanismo deliberado que busca alterar las formas de representación, forma parte de su discurso literario y es parte esencial de su poética.
En su texto escrito a cuatro manos con Pedro Lastra (Conversaciones con Enrique Lihn), el autor de Batman en Chile señala: “El espacio literario propio no abunda en novedades; es rico en el retorno siempre distinto de lo mismo, El registro gráfico de la palabra es la materialización de un fantasma que tomó previamente la forma ya repetida de la escritura. Practico la intertextualidad refleja como género”.
Lo particular es que la literatura con la cual dialoga Lihn es la propia, esto reafirma el carácter autorreflexivo de sus textos, y una predilección por soliloquios textuales, de ese modo el escritor interroga y desafía su propia trayectoria. En el caso de Lihn este entramado será complejo e intermedial, puesto que desde muy temprano desarrolló una práctica artística en múltiples géneros y soportes: pintura, performance, teatro de títeres, guión, poesía, ensayo, teoría literaria, narrativa, montajes, happenings y cómic. La alusión a otros de sus mundos ficticios y personajes, va más allá de la mera alusión o la reescritura de tópicos, Lihn también repite técnicas y sobre todo mecanismos poéticos como la escritura situada, lo abigarrado, la zona muda y el par silencio/cháchara como la moneda de cambio en realidades asediadas por la dictadura y la censura.
Este preámbulo, me permite ingresar a una discusión en torno a juegos que Lihn presenta en sus novelas, a fin de romper los límites entre la ficción y la llamada realidad. Esto se puede completar con lo que Lihn señala a Marcelo Coddou: "una literatura que habla de sí misma. Pero, así lo espero, no como la mera pretensión meta-literaria, sino a partir de una crisis y de una crítica de la noción de realidad".
Valiéndose de su alter ego y narrador, Gerardo de Pompier, Lihn interroga el habla sometida al rigor de la censura, la represión y la violencia, dentro de los sistemas dictatoriales que golpearon a nuestro continente. Esto no le impide someter a la palabra al límite y mostrar cómo las realidades que creamos con el lenguaje son artificios. En esa medida, las ideologías, teoremas, obras fundantes, códigos y también el arte, son una suma de simulacros. El escritor es un agente que crea simulaciones a partir del arte de la palabra.
Gerardo de Pompier, personaje creado por Enrique Lihn y Germán Marín para la revista Cormorán, será un hilo conductor en su variada producción. En la revista, el personaje se presenta como el autor desconocido y arroja encendidos comentarios que alborotan el panorama poético de esos años, al punto que Juan Luis Martínez, creador del experimental libro, La nueva novela, inicia con el personaje un debate epistolar. Pompier también formará parte del happening Lihn & Pompier realizado el día de los inocentes de 1978. El discurso que Pompier presenta en el escenario, se transformará en un libro del mismo nombre, trabajado junto al artista visual Eugenio Ditborn.
Gerardo de Pompier además reaparece en el film La cena última y es narrador y personaje en dos de las novelas lihneanas: La orquesta de cristal y El Arte de la Palabra. El personaje también encarna al hablante de los poemas Pompier en Buenos Aires. Lihn le confiesa a Marcelo Coddou.
             En verdad creo que estoy haciendo, sin habérmelo propuesto muy programáticamente, una especie de ciclo de textos, que se continúan y complementan unos a otros o se eslabonan en el mismo engranaje. Algunos de ellos ya dejan de ser novelas o poesías para convertirse en lo que has podido ver en el álbum Lihn y Pompier, especie de libreto, como lo llamó un amigo, para una representación, mi interpretación de Pompier en un escenario. Es el personaje-narrador o el narrador de La orquesta de cristal convertido en personaje escénico, diciendo un discurso que, al mismo tiempo, es una parodia del poema, de la poesía.

Gerardo de Pompier aparece en La orquesta de cristal como Pompifier[4] y es uno de los cronistas americanos que se refiere a la puesta en escena de la orquesta al interior de la trama, mientras que en las notas explicativas a la novela, introduce fragmentos de su diario íntimo en el cual expone sus postulados respecto a la religiosidad del arte. Además, a través de un libelo, inserto en la novela, procede como defensor de su amigo el intelectual Roberto Albornoz (espeleólogo), con quien de acuerdo a la historia asistió en 1900 a la primera presentación de la orquesta en la Feria de las Artes y la Industria en París.
Pompier y Albornoz reaparecen en la tercera novela de Lihn, El arte de la palabra. En esta obra mantienen su calidad de diletantes y carcamales dispuestos a medrar a través de la retórica, y fungen como invitados de un congreso literario motivado por el protector de la república independiente de Miranda. Los intelectuales llegan a la isla ficticia, a fin de prestigiar y validar a ojos de la opinión pública mundial, un régimen perpetuo y de partido único. Pompier y Albornoz son máscaras histriónicas que delatan el actuar del intelectual hispanoamericano amparado en el oficialismo.
Estos cruces aunque menores, por tratarse de alusiones, referencias a tropos y personajes, permiten reconocer el valor del término intertextualidad refleja, que Pedro Lastra acuñó, para reconocer la función, que en la obra de Lihn tienen los crossovers que el autor hace de sus propios contenidos.
             Hacer una diferencia entre lo que quiero hacer y lo que efectivamente he hecho me resulta difícil, en la medida de que lo que quiero hacer y lo que estoy haciendo arranca, efectivamente, de lo que he hecho... Tengo un proyecto que quizá altera las cualidades, las propiedades de lo anterior. Uno adquiere sus materiales de lo que ha escrito: un escritor tiene una relación productiva con lo que ha hecho y a veces esa relación implica una alteración del pasado, así como cuando uno recuerda y altera la sustancia del recuerdo, bajo la perspectiva del presente y de la proyección hacia adelante

La intertextualidad refleja tal como la define Lastra y la entiende el propio Lihn, a partir de su oficio como un intelectual consciente de sus pasos, abarca todo el universo de su obra, su técnica y las preocupaciones temáticas que fue desarrollando a lo largo de su trayectoria en diversos medios.
Un cruce esencial es el que Lihn establece entre Pompier, como máscara lingüística, y Rimbaud, como alegoría de la sedición. Este nexo permite el cruce entre sus novelas, entrevistas, poesía y traducciones.
Respecto a Pompier, el dandi afrancesado no es sólo otro cronista inmerso en la trama de La orquesta de cristal y El Arte de la Palabra, sino que además representa alegóricamente el discurso enmascarado y sujeto a la autocensura. Pompier es el depositario de la mudez verbalizadora que Lihn busca denunciar con la obra.
             Retomar (…) a Pompier significaba abandonar, hasta cierto punto, el discurso de la primera persona por el de un objeto parlante, desligado de las responsabilidades de la persona y de las que se duplican, en el campo literario, cuando el escritor realista compone a sus personajes con una obligada coherencia, a partir de su respectivo stock de verosimilitudes.

En el colofón del Arte de la Palabra, Lihn retoma las lecturas de los argentinos Héctor Libertella y Tamara Kamenszain (escritores y editores de La orquesta de cristal) y se interroga por la función de Pompier en sus dos últimas novelas. Estos cuestionamientos lo llevan a fijar un interesante vínculo con la figura de Rimbaud y el análisis que Lihn hace del verso “yo es otro”.
Esto ocurre durante el proyecto de traducción de Las Iluminaciones de Rimbaud, junto al poeta Ronald Kay. Lihn a la par de su trabajo como investigador y traductor se encuentra en esos años desarrollando La orquesta de cristal. Este cruce entre la traducción y su labor como novelista, lo lleva a concluir que Pompier es la antítesis de Rimbaud. Lihn señala sobre su personaje: “En parte como reverso -eco invertido, de las postrimerías- del poeta niño genial, su contrafigura”.
Pompier ostenta la calidad de sujeto que asume sin problema cualquier ideología y se acomoda al poder relegando su propia voz, a fin de abrazar una identidad colectiva y despersonalizada. Es un disfraz y máscara que se acomoda a todas las ideologías, por tanto, el “yo es otro” dentro del proyecto vital de Pompier es finalmente una declaración de que la primera persona y la voluntad a la que remite, es una unidad hueca que puede ser suplantada por un habla de la sociosis: un cúmulo abigarrado de voces de todos los tiempos, retóricas y discursos que se asumen automáticamente y se desplazan por la sociedad. Pompier se hace uno con la retórica del poder; sin problemas legitima el habla colectiva que silencia y relativiza la noción de verdad, al sujetarse al discurso predominante que sepulta a otras discursividades.
Rimbaud por su parte, representa más bien la disidencia y su “yo es otro” busca dar cuenta de la fragilidad del sistema y la posibilidad de renuncia.
La renuncia del joven poeta implica asumir el silencio, pero no como un correlato de la cháchara, sino como una retórica negativa que no se deja hablar por el lenguaje ideológico, compuesto de significados convencionales, estereotipados y encasillables producto de la norma. Enrique Lihn, en muchas entrevistas retorna a la figura de Rimbaud y su poesía, por ejemplo nos dice:
              Rimbaud había desarticulado –imitándolo originalmente, más allá de la parodia en las “Iluminaciones- el discurso dominante de su época, atacando pues, desde adentro, sus puntos de articulación y de fragilización. (…) El antiromanticismo de Rimbaud había empezado por la ignorancia empecinada del yo: hay algunos egoístas que se creen autores. .

Esto hay que relacionarlo con otra declaración que Lihn entrega a Luis A. Diez en 1980 y en la que se refiere a la figura de Rimbaud y al abandono de la escritura:
             Bueno, Rimbaud es el tipo que dijo que escribir era una idiotez y que fue además consecuente con ese punto de vista y dejó de hacerlo. Eso es muy obsesionante: esa compulsión, esa fuerza autodestructiva que yo creo que tiene siempre la poesía y la escritura; que está, se ha dicho muchas veces, minada por sí misma, y que ese hombre, desde niño, encarna así de forma resplandeciente.

Por último, es crucial remitirnos al poema Rimbaud, que Lihn publica en La musiquilla de las pobres esferas el año 1969. Tempranamente, Lihn toma al poeta francés como personaje y lo transforma en una alegoría que da cuenta del acto de sedición en contra de la primera persona. Rimbaud es el abandono del ego, en contraparte, Pompier sería la exaltación del super yo, una figuración excesiva basada en la adopción de toda ideología que pueda encarnarse en su persona como gran histrión. Pompier es para Lihn el disfraz absoluto que asume sin tapujos los beneficios de enmascararse con el habla del poder y en esos términos lo define ante su amigo y co-creador del personaje, Germán Marín.
            Pompier era el pasado que se abría paso bajo la especie de ese pícaro de salón y de callejuela. Pompier se disponía a todas las alianzas, a todos los compromisos. Un oportunista astuto, aunque naif, e incapaz, por lo tanto, de esconder su mala fe en el lenguaje triunfalista, prosopopéyico y rimbombante de su retoricismo decimonónico, el mismo que se emplea hoy para dorar la píldora en todas partes.

Rimbaud por otro lado, es caracterizado en el poema como la renuncia que desenmascara la corrupción del sistema y los recursos que el medio ostenta para tachar y someter toda subjetividad. De eso dan cuenta los dos versos que comparto a continuación.

             Él botó esta basura / yo le envidio su no a este ejercicio / a esta masturbación desconsolada / Me importa un trueno la belleza / con su chancro (...)
             Este es un vicio al que solo se escapa como él / desdeñosamente / y pudo, en realidad, bloquearse en su neurosis / perder la lengua a manos de la peste / y ese no ser un sí a la lujuria de la peste (...)
             Poesía culpable quizás de lo que existe / Cuánta palabra en cada cosa / qué exceso de retórica hasta en la última hormiga (...)
             Pero en definitiva él botó esta basura / su sombrero feroz en el bosque.

En el poema Rimbaud, Lihn establece un nexo con la figura de Pompier y su caricaturesca apariencia. Lihn dice a Lastra, los franceses no son afrancesados". Gerard de Pompier encarna en su vestimenta todos los estereotipos del siglo XIX, no sólo su habla y la pompa, el sombrero de copa, la levita y el mostacho son parte del detritus cultural que el personaje, arrastra e imposta en calidad de meteco, de sujeto desfasado. Pompier es un trasplantado cuyo reflejo hace irrisión y busca violentar al lector exponiendo el bastardaje cultural de nuestro continente.
El vestir de Pompier es parte de su puesta en escena, por eso la alusión al “sombrero feroz”, como manifestación de una retórica ideológica. Rimbaud rechaza el ejercicio onanista del lenguaje adulador, la neurosis que es expuesta como una peste y exceso. El primer verso se entrelaza con el último cuando lo que el poeta arroja son las marcas del disfraz de histrión, el sombrero abandonado en el bosque es también la renuncia al habla del poder, el desafío al lenguaje censor, un silencio asumido libremente frente a una cháchara, política y estética, que nos cosifica.
 Lo importante al leer a Lihn es la recuperación de materiales y su cruce. Este ejercicio no se da sólo con el afán de marcar una filiación a determinado estilo o remisión a otra obra, o con el fin de crear un espejo o lectura teórica. La orquesta de cristal y el poema “Rimbaud” dan cuenta que para Lihn el “yo” es un objeto parlante compuesto de una multiplicidad de discursos propios y ajenos que se superponen. Identidades vacías recubiertas por disfraces y uniformes, en esa medida se puede actuar en consonancia con el poder y su mudez verbalizadora, al entregarnos a las convenciones y su juego de silenciamiento de ideas. Podemos convertirnos en una máscara como Pompier y asumir el habla de una época, su espíritu y sus reglas, tal como lo hizo el arte en Chile durante los años de dictadura.  
Lihn critica la escritura de aquellos que aceptaron una verdad documental, bajo los lineamientos del mercado y una crítica cómplice, legitimadora de simulacros culturales.
En oposición, Lihn busca con los mismos instrumentos de dominación de la subjetividad, tomar el control del objeto parlante, enmascarar la realidad, la comunicación y disfrazar sus obras bajo el habla del loco abigarrado. Su escritura está en sintonía con el bufón rabelesiano que hace mimesis del poder. Hablar sinsentidos con incontinencia, desnudar la fragilidad del sistema y desenmascarar su vacuidad.


Daniel Rojas Pachas (Lima, 1983) Escritor y Editor. Dirige el sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo Barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas Random, Video killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su weblog  www.danielrojaspachas.com




[1] Además del libro Conversaciones con Enrique Lihn, realizado por el autor y Pedro Lastra, Lihn concedió en los años ochenta una serie de entrevistas a Luis A. Diez para la revista Hispanic Journal (“Enrique Lihn: poeta esclarecedoramente autocrítico” y “La narrativa agenérica de Enrique Lihn”). En esas entrevistas ahonda en muchos de sus procedimientos creativos. También en la conversación A la verdad por lo imaginario”, con Marcelo Coddou, Lihn entrega varios conceptos que permiten entender la autorreflexividad y el carácter metaliterario de su producción. Si se quiere profundizar en este tema, se recomiendan los textos “El Arte de la Palabra” que sirve de anexo a la novela del mismo nombre y el ensayo “Entretelones técnicos de mis novelas”, ambos republicados en El circo en llamas, compilación de textos críticos de Lihn, recopilada por Germán Marín en los 90.
[2] Filebo (Luis Sánchez Latorre) en un comentario a la novela El Arte de la Palabra destaca la "política corrosiva" de Enrique Lihn. El chileno acepta el término y afirma que sus obras creadas a partir del año 73 forman parte de un proyecto político contracultural, que busca impugnar los mecanismos de lo que él denomina el seudo arte oficial instalado por la dictadura. Lihn ataca a los escritores monigotes que trabajan al amparo del poder, dispara en contra del diario El Mercurio y el reduccionismo de su suplemento cultural Artes y Letras y el modelo de crítico único, representado por Alone y luego por el cura Valente. Lihn, contrario a todo totalitarismo, acusa a los que buscan escribir la gran novela o poema de la dictadura de trivializar la historia. Considera que los textos panfletarios implican la militarización de las letras, sea en pos de una causa revolucionaria o a favor de la peor dictadura.
[3] Lihn piensa en la escritura como un laboratorio de estilo. Llama a sus textos estudios de teratología que buscan diseccionar las enfermedades que corrompen el lenguaje. El autor de Paseo Ahumada, ajusta las piezas sobre un espacio textual, para lograr determinados efectos artísticos, el más importante será: restituir a la palabra y a los discursos su carácter de artificio: “a condición de que abandone la pretensión de reflejar la realidad, uniformándola y asuma un disfraz declarado” (Lihn, Circo, p 482).  La noción de disfraz declarado la desarrolla en el texto “Disfraz versus uniforme”, de 1983. En ese texto explica el disfraz declarado como un mecanismo que tenemos para desafiar los emblemas que se instituyen y cristalizan en la sociedad, uniformando los comportamientos, sobre todo en una comunidad intervenida por un poder omnímodo y censor.

[4] Cf., Lihn, Enrique. El arte de la palabra. Barcelona: Editorial Pomaire, 1980. Impreso. pp. 338-339. Para entender el galicismo que entraña el nombre del personaje, su origen y evolución.

lunes, octubre 15, 2018

“Postales de Manhattan”, de Enrique Lihn (de Al bello aparecer de este lucero)





1

Las excitantes vitrinas de la Avenida Madison
maniquíes calvos que modelan con los vestidos
y los gestos más sofisticados
te citan sin saberlo
en su increíble ignorancia




2

No olvides que soy tu corruptor
Pesas y mides lo que algún maniquí calvo de Madison Ave.
tus tobillos son lo que las muñecas de otras
y tus muñecas caben en un anillo formado por el
pulgar y el índice
Pero de tu belleza sin peso ni medida
falta aquí toda información
porque ninguna, obviamente, la iguala
El corruptor incorruptible
en este punto, tiene la palabra.




3

Buscando un poco de tu cara entre las bellezas de Manhattan
que te citan con la imprecisión a la que tienen derecho
(la ciudad no es pródiga en estos maniquíes vivientes)
soy algo así como el autor de una fórmula
que se siente insuperable
y víctima incomprendida de los plagiarios
condenado a la oscuridad mientras no te declare
¿y a quién y cómo
si no estás hecha, como este poema, de palabras?




4

Busco una aguja en un pajar
a una belleza, en Nueva York, que se parezca a la tuya
Indiferente, por ahora, al juego de las diferencias
al espejo de tu cara en el laberinto de las otras.




5

Harta irrealidad había ya en todo esto
como para que agregáramos, entre nosotros
tamaña distancia
Bajo la nieve, en Manhattan
repito tu nombre y no te conjuro
lo callo y no te exorcizo.




6

Mi incompatibilidad con la máquina
mi incapacidad para leer, incluso en mi propio idioma,
cualesquiera instrucciones
en suma, mi torpeza
ha malogrado todas las fotografías que te tomé
en el zoológico
Ya nunca estarás allí a mediados de enero del remoto
año en curso
ni siquiera en imagen
posando para la condenada Cannon, de espaldas a
monos y elefantes
o aislada en un banco (de piedra) como en un banco
de arena (artificial) algunas de esas aves
acuáticas
que parecen artistas de cine
Ni interpretamos tú y yo esa película muda en doce
tomas recíprocas
Tú en tu amplio vestido tejido del color de tu piel
tú como gacela de Salomón
y yo como el estúpido que malogró esas maravillas.




7

Tú y yo no somos más que palabras
Nuestros nombres no le dicen nada a nadie
identidad ilusoria de cada cual
Es la especie eterna la que nos ofrece la oportunidad
del amor
valiéndose, casualmente, de nuestros cuerpos
Se lo agradeceríamos si un protocolo así
tuviera el menor sentido
Mejor callar
olvidados de las formas pronominales
como de meros espejismos lingüísticos.




8

A la pinta


No te involucres
en la frivolidad con que te pinto
Es cosa mía, hazme el favor.




9

La mar de tiempo


No hace un mes que estuvimos allí
en un viaje secreto
Cuando cosas así pasan
mar y tiempo se unen por la partícula de
y la perfección del secreto borra lo que éste guarda




10

Los comandos organizados para tomar por asalto
la mentalidad burguesa
revolucionan la historia pero no cambian la vida
que aburguesa a la más cruenta de las revoluciones
Estas entregan a sus líderes y a sus comparsas
el poder del capital
más el aura –versión burguesa del Misterio-
Las alteraciones, en profundidad, de la vida
nunca dejan de ser superficiales.




11

He sido víctima de un sistema político
Los celos que enceguecieron a mi rival lo han
convertido en un agente de Seguridad.




12

Zoología y religión la llave y la cerradura
están en perfecto acuerdo
en lo tocante a la conservación de la sociedad humana
zoológicamente burguesa
Lo demás: libertad de desfacer los sagrados vínculos
los derechos del corazón y la ilegalidad del divorcio
cosas son que el Orden desbarata a patadas.





en Al bello aparecer de este lucero, 1983


viernes, octubre 12, 2018

Enrique Lihn: Pena de Extrañamiento



No me voy de esta ciudad con la resignación de los visitantes
en tránsito
Me dejo atar, fascinado por ella
a los recuerdos del presente:
cosas que no tuvieron, por definición un futuro
pero que, ciertamente, llegaron a envejecer, pues las dejo a
sabiendas
de que son, tal vez, las últimas elaboraciones del deseo
los caprichos lábiles que preanuncian la vejez.
En una barraca, cerca de Nueva York, el martillero liquidó el
saldo de su negocio
--un stock de fotografías antiguas--
ofreciéndolas a gritos en medio de la risotada de todos:
"Antepasados instantáneos", por unos centavos
Esos antepasados eran los míos, pues aunque los adquirí a vil precio
no tardaron, sin duda, en obligarme a la emoción
ante el puente de Brooklyn
como si Manhattan, que se enorgullece de volatilizar el pasado
conservándolo en el modo de la instigación a desafiarlo
fuera mi ciudad natal y yo el hijo de esos antiguos vecinos de los
que la voz gutural
hace irrisión, y el martillo.

No me voy de esta ciudad sin haber amado aquí
a la mujer que conocí y no conocí ni haber agotado la vida conyugal
reflotando en el negocio de plantas o antigüedades.

La isla dispone de fantasmas artificiales
con que llenar los huecos de la contra-historia
Ellos ocupan en la memoria, con la naturalidad que ésta se permite
en relación a la nada
el lugar de los verdaderos ausentes: caras que vi en las bouffoneries
del Soho
directement angeliques: esas muchachas caídas de la luna a la nieve
vestidas de pierrot y sus acompañantes andróginos
fueron y no fueron mis amigos de juventud
Se congelan lágrimas que son de frío
pero que memorizan, asimismo, a John Lennon
Reconozco la nieve de antaño, que cae
sobre Blecker Street en este día acrónico
mientras se hace de noche a la velocidad simultánea del vuelo de un
murciélago
y pasan películas de mi tiempo en mi barrio.
Como si me retuviera algún negocio en la ciudad
veo a Cary Grant e Irene Dunne
que acaban de morir en una vieja comedia
víctimas del capricho de uno de los primeros automóviles deportivos
(la máquina del glamour)
Sigo sus apariciones y desapariciones
--una cita de Melies en la magia blanca y sonora de Hollywood--
la sorpresa de esta pareja en otro tiempo ideal
cuando el paisaje se espejea en ellos --los transparentes-- por gracia
del celuloide.

Como mis propios fantasmas, esos figurines inverosímiles
evocan, de manera en sí misma realista --alguna época acrónica de lo
imaginario
Son los antepasados instantáneos de los deseos que provocan
en la inocencia total de sus reencarnaciones o desplazamientos
desde su absoluta lejanía en blanco y negro
El beso final no ocurre en la pantalla
sino entre la pantalla y la media luz de la sala
un corte insubsanable en que se juntan y se besan el presente
y el pasado: labios incompatibles
que ninguna comedia puede reunir.
Lo que me ata a la ciudad es todavía más irreal que ese beso
blanco, que connota glamour, escrito en la luz centelleante
(el placer del ojo en el paraíso de la visión artificial)
haciendo el reconocimiento de cómo es lo que no es
hic et nunc, en el Blecker Cinema
Esta ciudad no existe para mí ni yo existo para ella
allí, en ese punto en que los tiempos convergen
bajo la especie de la Duración
Existe para mí, en cambio, en la medida en que logro destemporalizarla
desalojarla, por unos contrasegundos, de la convención que marca el
reloj
con sus pasitos de gato en la rutina del living
Trabajo que Hércules no se soñaba
en franca competencia con la Meditación Trascendental
Si yo lo consiguiera, sentiría apoyarse desaprensivamente en mi brazo
(el de Cary Grant) la mano enguantada
pronta a desaparecer, de una muerta: Irene Dunne
--Frisson nouveau-- y entre la pantalla y la media luz de la sala
(borrado ya del tiempo el día de mi partida:
dos de enero de mil novecientos ochenta y uno)
Se tocarían (no) como para cualesquiera de los espectadores
--gatos descongelados en el invierno de Nueva York--
pasado, presente y futuro
en una unidad de medida que reúna esos tiempos incompatibles
para ellos y para mí, pero no para ellos: los veros vecinos de
Washington Square.
A diferencia mía ellos permanecerán, de hecho, en la ciudad, con el
aval de sus antepasados
a quienes, a lo mejor, pusieron en subasta
por unos centavos
y que yo mismo adquirí en una barraca.
De una memoria de la que mi memoria se hace cargo
en la borrada fecha del dos de enero, mi cuerpo tomará el avión
para hacer, en los meros hechos, de algunas calles cuyos nombres ya no
recuerdo
y de ciertos rincones que nadie volverá a ver
recuerdos sin objeto ni sujeto
Eso en lo que concierne a mi cuerpo, mientras el invisible ciudadano
de esos rincones y esas calles
tan innotorio como lo son, al fin y al cabo, entre sí
diez millones de habitantes
seguirá aquí, delegado por la memoria
que llega a la aberración y toma entonces
no sólo la forma de mi sombra:
mi existencia hecha de algo que se le parezca
Ese doble abrirá en mí un hueco que yo mismo no podría llenar
con las anotaciones de mi diario de viajes
No me proporcionará los estímulos a los que necesite responder
cuando me pregunten en mi pueblo por la Megalópolis
Vivirá en mí de ella, simplemente, como el huésped del mesonero
coadyuvando a que mi vida sea
una versión del discours sur le peu de realité
Porque la realidad estará allí donde ese parásito del ser se pasée
gozando de su inanidad
en tanto miseria sonora de estos versos y más allá del lenguaje
y de la vida que me sustraiga mañana cuando como un cuerpo sin la
mitad de su alma
despojado del terror que fascina, habite
en cualesquiera de esas medio-ciudades, defectuosas copias de
Manhattan
y, por lo tanto, ruinas --nuestros nidos--
antes, después y durante su construcción
algunos de mis puntos de destino
cuando me vaya y no me vaya de aquí.



lunes, octubre 08, 2018

Pascuas en Nueva York (poema Enrique Lihn)

Poemas de Enrique Lihn

Pascuas en Nueva York (poema de Enrique Lihn)


Momentos antes de que el aire se congelara
por las chimeneas del Village brotaba delicadamente el humo moldeado
por manos de artistas y a la luz del sol de hielo resplandeciente
se operaban las cristalizaciones preliminares:
charcos y esputos.

Las excepciones confirmaban la regla, no se veía ni un alma
salvo las que, vestidas de cuero y lana, paseaban sus perros inquietos
por la inminencia de la catástrofe
Y se veía al poeta de turno
aunque no dejara de pasar desapercibido
Las palomas imitaban en el vuelo a los murciélagos con un zigzagueo
/histérico y ciego
y él dobló no sabía qué esquinas, una y otra vez
porque estaba de paso en la ciudad y ella lo había seducido:
la cara blanca espolvoreada de hielo, los labios amoratados
sedientos de rouge, aguardiente y drogas.

Empezaba el día de la navidad hundido en el incógnito de
/las humaredas artísticas
que brotaban de las casas como avalanchas de nieve azotadas por el sol
y de las chimeneas gigantescas
Había hombres diminutos y perros mínimo
pero en un número tan escaso que alguno de esos paseantes
podía inspirar una desconfianza sobrenatural.

El poeta bien abrigado que lloraba de frío -copos en lugar de lágrimas
era un vidente: olfateaba la catástrofe
y tenía adicción perruna al callejeo
Descendió, pues, en la calle cuarenta y dos a los infiernos
la Gran Estación Terminal retiene allí en sus concavidades marmóreas
/un resto de calor
y lo redistribuye entre los desventurados:
viejos y agonizantes que fingen esperar el tren entredormidos
/sobre las bancas
que parecen lápidas
Se bajó el Metro vacío, terrible de no ocupantes
por equivocación en la catorce street
En una de las bocas tapiadas del Metro tuvo, antes de huir,
/la entrevisión
de una muchacha que parecía un pierrot, vestida de harapos negros
a la espera de un viejo pascuero de las postrimerías del mundo
con su saco de heroína

Por las chimeneas brotaban nubecillas de nieve, en las vitrinas
/se congelaban
los desperdicios del veinticuatro de diciembre
(regalos para el próximo milenio)
En los cines sin nada pasaban películas de terror
Entró a uno de ellos, pero lo aterrador era el frío;
/lo emocionante estar allí
en la misma ciudad en que el operador ausente proyectaba
/en la pantalla
simulacro en blanco y negro
una maquette de Manhattan flotando en una palangana de agua helada
que emitía un resplandor boreal para luego desaparecer en él.

La película era muda como el poeta y la muchacha vestida de negro que
le devolvió, por fin, la mirada en la oscuridad
Una mirada obviamente glacial, un cuchillo que podía desprender
/el alma del cuerpo
sin dolor
la boca un escupo de sangre lanzado sobre el petrificado montón
/de nieve y todo eso
que significaba graciosamente el horror.

Al salir del cine sin haber conseguido romper el hielo que lo separaba de todo
vio cómo el aire convertido en un solo bloque
oscilaba de un lado para otro, aunque este fenómeno pasara desapercibido
pues el cielo estaba más que transparente
Y se dispuso a participar de la congelación general.





sábado, octubre 06, 2018

CISNES poema y lectura de Enrique Lihn








CISNES

Miopía de los cisnes cuando vuelan,
bien alargado el cuello, bien redondos
y como si empuñaran la cabeza.
Pero aun así no pierden, ganan otra
forma de su belleza indiscutible
estas barcas de lujo de Sigfrido
bajo cuyas pesadas armaduras
tomaron el camino de la ópera
sin perder una sola de sus plumas.
La poesía puede estar tranquila:
no fueron cisnes, fue su propio cuello
el que torció en un rapto de locura
muy razonable pero intrascendente.
Ni la mitología ni el bel canto
pueden contra los cisnes ejemplares.


martes, octubre 02, 2018

Poema Navidad [audio en voz de Enrique Lihn]




(ilustración de Enrique Lihn)


NAVIDAD

¿Tendremos el valor de reunirnos esta noche
padres y herrnanos, la novia que no tiene a donde ir, el vecino
        cordial?
Y el buen amigo de la infancia —qué sería de ella sin él—
        ¿encontrará esta noche
el buen camino entre su corazón y el nuestro?
El cardo ha destronado a los niños que fuimos y fantasmas perdidos
         en el reino del cardo
buscamos una calle en el desierto, la calle de la infancia,
el buen camino entre el polvo y nosotros,
nuestras lágrimas en los charcos de agua pantanosa.



sábado, septiembre 08, 2018

Literaturas enfermas y enfermedades literarias: mapas posibles para la literatura chilena [por Andrea Kottow]




Literaturas enfermas y enfermedades literarias: mapas posibles para la literatura chilena

1. A veinte años del Diario de Muerte de Lihn: reflexiones sobre escritura, enfermedad y muerte

“Nada tiene que ver el dolor con el dolor / nada tiene que ver la desesperación con la desesperación / Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas / no hay nombres en la zona muda” (Lihn, 1989: 13). Así dicen los tres primeros versos de Enrique Lihn que abren su último libro de poemas, su desgarrador Diario de Muerte. Alcanzado por la muerte, consecuencia de un fulminante cáncer terminal, Lihn no llegó a finalizar su texto, que fue póstumamente editado por la que fuera durante años su pareja y estrecha amiga Adriana Valdés, a la cual Lihn le encargó, antes de morir, la publicación de ese personalísimo libro de poemas, tarea que Valdés asume en conjunción con Pedro Lastra. ¿Qué más personal que la propia muerte que se siente llegar, que va desplazando al ser humano del espacio de la vida hacia el de la muerte? Lihn expresa en los versos citados la pérdida de la capacidad significante del lenguaje ante la decadencia del cuerpo y la inminencia de la muerte. Escribe que el lenguaje se vicia: la palabra vicio, proveniente del latín vitium, refiere a una falla o un defecto. Es decir, las palabras fallan frente a los fenómenos de enfermedad y muerte, aparecen y caen indefectiblemente. El lenguaje se devela en crisis frente a sucesos que invaden el cuerpo y que lo van despojando de su vitalidad. La enfermedad acá es el preámbulo, la antesala de la muerte, señalada por Lihn como “zona muda”.


El poeta más emblemático de la modernidad, Charles Baudelaire, construye la muerte como aquel espacio imposible que no puede ser visitado para luego ser narrado. Es el misterio más misterioso que existe, por decirlo de una manera tautológica. En sus Flores del Mal, Baudelaire significa la muerte en tanto ideal de lo desconocido del cual se podría sonsacar una nueva excitación estética si fuera posible visitarla y volver para hablar de ella. Muchos son los cruces posibles entre Lihn y Baudelaire: especialmente en su Diario de Muerte aparecen imágenes que remiten a las Flores del Mal.


En un pequeño libro publicado a finales del año 2008, Adriana Valdés se decide a hablar de los últimos meses de vida de su amigo Enrique Lihn, del cáncer que se lo fue llevando de a poco, de la muerte que paulatinamente lo fue envolviendo. Valdés cuenta una anécdota que involucra a otro poeta amigo, Alberto Rubio, a quien Enrique Lihn le pregunta desde su lecho de enfermo: “Alberto, ¿qué emoción crees tú que puede sentir alguien en mi situación?” (Valdés, 2008: 136) Después de un largo silencio que ominosamente es referido por Adriana Valdés como una eternidad, Rubio le contesta: “Una emoción posible […] es la curiosidad.” (136). Una respuesta digna de Lihn, quien se quedó muy satisfecho con las palabras de su amigo, y, aventuro, una respuesta que habría gustado a Baudelaire.


La crisis del lenguaje que provoca la muerte al no poderse hablar con propiedad de ella no impide que ésta sea uno de lo tópicos arquetípicos de la literatura. Algo parecido ocurre con el tema de la enfermedad, presente desde antaño de muy diversas maneras en las letras. Distinta de la muerte, de la cual poco o nada experiencial puede escribirse, la enfermedad sí es un lugar posible para la experiencia y la enunciación, si bien, como escribe Lihn, las palabras parecieran empalidecer frente a la violencia de la enfermedad y sus estragos sobre el cuerpo.


La crisis del lenguaje, en el sentido de sus insuficiencias para dar cuenta de ciertas realidades, es otro tema recurrente en la literatura. El Romanticismo acentuó la debilidad de las palabras para hablar de la inconmensurabilidad de la naturaleza y del amor. Recordemos al emblemático personaje romántico Werther, quien en las cartas a su amigo Wilhelm una y otra vez debe apuntar que lo que él vio, sintió, experimentó no puede expresarse en palabras. Una de las obras literarias paradigmáticas que está dedicada en su totalidad a la problemática de la crisis del lenguaje es la Carta de Lord Chandos del año 1902 de Hugo von Hofmannsthal, aquel autor refinado y decadente de la Viena finisecular. Hofmannsthal pone en pluma del joven y promisorio escritor Philipp Lord Chandos una carta que éste dirige al filósofo inglés Francis Bacon, considerado uno de los fundadores de las premisas del cientificismo moderno de comienzos del siglo XVII. El joven escritor está viviendo una crisis creativa basada en los fundamentos mismos de la creación literaria: las palabras dejan de hacerle sentido y, como dice la famosa y muy citada frase de Hofmannsthal, le “sabían en la boca a setas podridas”. Junto con lamentarse de esta abismo significante que se abre frente al joven autor, siente que se encuentra ante la posibilidad de descubrir un universo de palabras otras:


“[…] la lengua, en que tal vez me estaría dado no sólo escribir sino también pensar, no es ni el latín, ni el inglés, ni el italiano, ni el español, sino una lengua de cuyas palabras no conozco ni una sola, una lengua en la que me hablan las cosas mudas y en la que quizás un día, en la tumba, rendiré cuentas ante un juez desconocido.”
(http://www.ddooss.org/articulos/textos/Hugo_Von_Hofmannsthal.htm; trad. de Antón Dietrich, consultado el 25 de octubre de 2009).

También en Lord Chandos, entonces, la crisis del lenguaje se vincula al tópico de la muerte, que es pensada como el lugar otro por excelencia y, por lo tanto, asociada a un lenguaje en el que la relación entre palabra y cosa sería diferente.


Llama la atención que los textos a los que hemos hecho referencia, desde el Diario de muerte de Enrique Lihn, pasando por Las Flores del Mal de Baudelaire, el Werther de Goethe y la Carta de Lord Chandos de Hugo von Hofmannsthal son escritos, guardando sus diferencias genéricas y estilísticas, que hablan desde una primera persona. Goethe y Hofmannsthal eligen el género epistolar para posicionar la crisis del lenguaje en un yo que se identifica en tanto sujeto escritural. Baudelaire y Lihn escriben desde un yo lírico, sujeto de la experiencia y de la escritura.


Roberto Merino, en un pequeño texto sobre Lihn y Pezoa Véliz, titulado “El lado de allá, el lado de acá”, que parte de una reflexión acerca de situaciones en las que él mismo se ha encontrado cerca de morir, plantea algunos puntos de central interés para los temas que nos están ocupando. Merino mira retrospectivamente hacia aquel momento de crisis en el cual se decidía acaso viviría o moriría y escribe: “Lo que sentí en aquellos instantes era miedo, pero miedo a algo que no tenía demasiado nombre.”(Merino, 2008: 51). La muerte es un misterio para las palabras que tratan de cercarla. Luego Merino cuenta una anécdota en la que un librero de Santiago le relata enrabiado que cree haber descubierto un plagio en estos hermosos verso del Diario de muerte de Lihn que rezan: “Hay sólo dos países: el de los sanos y el de los enfermos / por un tiempo se puede gozar de doble nacionalidad / pero, a la larga, eso no tiene sentido / Duele separarse, poco a poco, de los sanos a quienes / seguiremos unidos, hasta la muerte / separadamente unidos.” (27). Estos versos no serían, así el librero acusador a Merino, originalmente de Lihn, sino un hurto que éste habría hecho a otra escritora que plasmó en lenguaje la experiencia agónica de estar enferma de cáncer: Susan Sontag no eligió la poesía como medio para el intento de exorcizar el fantasma del cáncer sino que escribió un ensayo que se ha convertido en referencia obligada a todo quien se interese por los aspectos culturales, las fantasías y fobias sociales relacionadas a determinadas patologías. La enfermedad y sus metáforas se publicó en los EEUU en el año 1978, después de que Sontag sufriera por vez primera las consecuencias de padecer de cáncer, enfermedad que la llevaría a la muerte décadas después, en el año 2004. Sontag se interesó por el fenómeno de la enfermedad por estar padeciendo una de las patologías que más se asocian a la muerte en la contemporaneidad, lo que no quiere decir que su ensayo sea un escrito testimonial e intimista. La enfermedad y sus metáforas comienza con las siguientes palabras:


“La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar.” (2005: 11)

La cercanía de las imágenes es indiscutible. Tanto o más indiscutible me parece, sin embargo, lo que Roberto Merino plantea con relación a este affaire del supuesto plagio: ante la inminencia de la muerte se fusionan los lenguajes y el problema de la autoría empalidece. Tomando como punto de partida esta anécdota del plagio de Lihn, Merino reflexiona sobre una frontera: la que separa las palabras propias y las ajenas. Escribe: “[…] la frontera entre la lectura y la escritura se suprime en cuanto comienza a difuminarse la que divide a la vida y la muerte.”(Merino, 2008: 52).


Uno de los tópicos centrales que aparece en discursos sobre patologías implica un tema espacial y se vincula con límites y fronteras. Es en este contexto que Sontag habla de la pertenencia al reino de los enfermos o al de los sanos y de la imposibilidad de vivir en ambos simultáneamente. Al revisar, por ejemplo, los discursos literarios en torno a la peste, piénsese en el Diario del año de la peste de Daniel Defoe o en La peste de Albert Camus, rápidamente se evidencia la importancia de los límites espaciales para el tópico de la enfermedad; se trata de sitiar a la enfermedad, de separar a los enfermos de los sanos para salvar a la colectividad. Estas ideas y procedimientos espaciales en torno a enfermedades son más claras y fuertes –incluso brutales y moralmente cuestionables– en enfermedades infecciosas y epidémicas, pero están presentes también en otras patologías.


Volvamos al punto desde el cual arrancó esta reflexión: se escribe desde un yo porque pareciera no haber otra manera de acoger en las palabras los fenómenos de enfermedad y muerte. Pero no se trata de un yo que se alza como figura de autoría y autoridad, sino un yo traspasado por la vulnerabilidad del cuerpo y el apremio existencial. Es un yo de una escritura que se marca desde sus principios como imposible. Por lo tanto, se trata de una escritura que evidencia las huellas de esta empresa que se sabe fracasada de antemano.


Recojo otro episodio, dramático y prístino en su fuerza simbólica, que relata Adriana Valdés en su libro sobre Enrique Lihn: ya debilitado por la enfermedad, Lihn pide que le amarren un lápiz a la muñeca para poder continuar escribiendo. Y lo siguió haciendo hasta que su debilidad se lo imposibilitara. Valdés cuenta: “Hacia el final, sólo creía escribir. Son esos sus originales más desgarradores: las líneas sin letras, las alzas y bajas de un lápiz que no alcanza a delinear caracteres.”(141) La imagen sugiere cumplir, fatalmente, uno de los sueños reiterados de la poesía: una escritura transparente cuyo sentido se encuentra más allá de las palabras.


2. El deseo y la escritura frente a la muerte: Roberto Bolaño

En un breve poema de tono lacónico, Lihn escribe: “Un enfermo de gravedad se masturba / para dar señales de vida.” (1989: 67) Roberto Bolaño, en una conferencia que dictó, recogida en su libro El gaucho insufrible, relata una de sus visitas al hospital en Barcelona, donde era paciente por la enfermedad hepática que padecía y que lo llevaría a una muerte prematura a los 50 años en el 2003. Después de recibir malas noticias del médico –Bolaño escribe: “La visita, demás está decirlo, había ido mal, muy mal; mi médico sólo tenía malas noticias.” (Versión electrónica)– es llevado por una doctora del hospital a otra sala con el fin de someterlo a algunos exámenes. El paciente Bolaño y la médico se suben a un ascensor, momento en el cual Bolaño realiza que “[...] la doctora bajita no estaba nada mal.” De esta constatación a imaginarse haciendo el amor con ella en el ascensor hay solo un paso. Esta escena sirve a Bolaño como pie para una reflexión en torno a la muerte y el deseo: “Follar es lo único que desean los que van a morir.” La enfermedad y la muerte, así analiza Bolaño tomando un famoso poema de Mallarmé de punto de partida, se vinculan a la derrota. Lo que puede ser contrapuesto a esta capitulación son la lectura y el sexo que para Mallarmé, así Bolaño, serían una y la misma cosa. Escribe: “Los libros son finitos, los encuentros sexuales son finitos, pero el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestro miedos, nuestras esperanzas de paz.” En su novela Los detectives salvajes Bolaño genera un complejo tejido textual que tiene como unos de sus protagonistas a los poetas Ulises Lima y Arturo Belano. Su escenario es la noche de Ciudad de México, en la que alternan alcohol, sexo y literatura. Es el deseo el que los mueve y el que se va apoderando a su vez del lector, quien avanza con incertidumbre por un texto fragmentado y caleidoscópico


Más que el acto sexual mismo, lo que emparentaría la experiencia del erotismo y la de la literatura –de la textualidad– es el goce, idea expuesta por Roland Barthes en su famoso ensayo El placer del texto. El texto se mueve en el eje del deseo. Barthes dice: “La escritura es esto: la ciencia de los goces del lenguaje, su kamasutra (de esta ciencia no hay más que un tratado: la escritura misma).”(2004: 14). Sin querer ahondar acá en una diferenciación que constituye Barthes en su propuesta, retomando una contraposición abierta por el psicoanalista Lacan entre placer y goce, sí quiero rescatar la cercanía que el semiólogo francés establece entre erotismo y lectura. El momento erótico se produce en el espacio de una duda, en un límite. Se pregunta Barthes: “¿El lugar más erótico de un cuerpo no está acaso allí donde la vestimenta se abre? En la perversión (que es el régimen del placer textual) no hay 'zonas erógenas'; es la intermitencia, […] la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (el pantalón y el pulóver), entre dos bordes (la camiseta entreabierta, el guante y la manga); es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición-desaparición.” (19) El erotismo del texto, que invita al lector al goce, es producido por un momento limítrofe que amenaza con perderlo: “[…] lo que quiere es el lugar de una pérdida, es la fisura, la ruptura, la dejación, el fading que se apodera del sujeto en el centro del goce.” (16) Bolaño en sus textos apela justamente a esta invitación a asomarse al abismo del deseo. No sólo en el plano del contenido, en el que abundan personajes de escritores deseosos de sensualidad erótica y literaria, sino también al nivel de la textualidad misma, apuesta Bolaño por un texto de goce, definido por Barthes como “el que pone en estado de pérdida, desacomoda, hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos de los lectores, la congruencia de sus gustos, de sus valores y de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje.”(25). En este sentido el vínculo que el lector establece con un texto sería erótico. Lectura y erotismo funcionan en base a mecanismos comparables y es lo que, humildemente, puede ser contrapuesto a enfermedad y muerte. Más que ser el goce lo contrario a la muerte, es su otra cara. De ahí, a su vez, la cercanía entre erotismo y muerte que ha sido sugerida tantas veces en la historia del arte y la literatura y que encuentra su expresión más literal en la denominación francesa del orgasmo como “petite mort”.


Hay otra relación entre literatura y enfermedad que queda sugerida en el texto citado de Roland Barthes: la que une escritura y neurosis. “Todo escritor dirá entonces: loco no puedo, sano no querría, sólo soy siendo neurótico.”(14) La neurosis sería el estado que permite una escritura capaz de producir goce, la que agrieta aquellas fisuras que desean al lector y lo convierten en un ente entregado al placer del texto. La neurosis implica una deuda simbólica que se inscribe justamente en el mismo orden simbólico, es decir, en el lenguaje. La literatura neurótica sería, así Barthes, la condición para el placer del texto. Para volver a Bolaño, tanto sus personajes, como sus narradores –siempre cambiantes e indefinidos– pueden ser diagnosticados como neuróticos, entrampados en los vericuetos del orden simbólico. Frente a enfermedad y muerte, placer y goce; éstos sólo se hacen posibles a partir de una escritura neurótica, única capaz de seducir y hacer gozar al lector.


3. Neurosis, escritura y muerte en Gonzalo Millán

En mayo del 2006 se le diagnostica un cáncer pulmonar al poeta Gonzalo Millán Es tal el estado avanzado de su enfermedad que no hay tratamiento posible, más allá de los paliativos, para salvarlo. Sólo le quedarían cinco meses de vida: cinco meses que Millán usa para escribir su Diario de vida y de muerte (así el subtítulo de éste, su último libro, publicado póstumamente). Se trata de un texto construido a partir de materiales heterogéneos: anotaciones varias hechas a mano en libretitas y fechadas con una minucia que evidencia dramáticamente la carrera contra el tiempo que Millán había emprendido y que fueron seleccionadas y transcritas por su mujer María Inés Zaldívar. Esta última bitácora de viaje –llama la atención esta denominación con la que una y otra vez Millán se refiere al cuerpo textual que está construyendo; es la misma que utiliza Adriana Valdés para referirse al Diario de muerte de Lihn y que recoge la antigua metáfora de la muerte en tanto viaje– es un tejido múltiple hecho de poemas, anotaciones médicas, relatos domésticos, reflexiones, frases desesperadas. Un texto abierto y fragmentario, cuya apertura se vincula con una escritura que se sabe frente a su clausura definitiva. Millán anota el 10 de junio del año 2006 a las 21.00 horas: “Abrirse es la orden de los meses que (tal vez me) queden, derribar más murallas, tengo que dinamitar con una confianza desesperada las últimas fortificaciones que quedan. Volverse cada semana más vulnerable. Declararse vencido sin rendirse. La orden del comandante tiempo y la maestra vida.”(2007: 49). Apertura implica pérdida, abandono de coordenadas familiarizadas, exploración de lo desconocido, abismo. Volviendo a las categorías de Barthes, la apertura es la condición para el goce. Leyendo a Millán, el lector palpará que el escritor sabe que la actitud que debiese tomar frente a la muerte que lo amenaza y la escritura para dar cuenta de este acecho tendría que ser una de carácter abierto. Sin embargo, pareciera no poder hacer el gesto de total entrega que esta apertura requeriría. De manera neurótica, Millán lucha contra y con las palabras, contra y con la escritura, porque las asocia a un intento fracasado de vencer la muerte. Es muy decidor que Millán eligiese como título para este libro Veneno de escorpión azul, un medicamento alternativo que sustituye a quimio y radioterapia en un intento improbable de combatir el cáncer. Millán anota “El veneno del escorpión azul y el cáncer pelean en mis pulmones.”(35) El veneno del escorpión azul que ingiere Millán lucha en su cuerpo, el veneno del escorpión azul que Millán escribe, lucha con el lenguaje, con el orden simbólico, por desvanecerse éste y no brindar consuelo a la desesperación de estar muriendo. El veneno del escorpión azul que Millán toma contra el cáncer también debe luchar contra su adicción al cigarro. Minuciosamente el escritor anota los cigarros que se fuma al día, aquellos cigarros que posiblemente han provocado la enfermedad que lo está matando; un vicio que parece inútil ser dejado ahora. Entre su adicción y el cáncer, entre el Hospital del Tórax y el veneno del escorpión azul, entre la potencial fuerza de las palabras y su total futilidad: Millán se debate neurótica y obsesivamente en este Diario de vida y muerte. Una imagen construida por el poeta en su libro puede simbólicamente indicar una de las claves de su lectura: “Trabajo en mi epitafio cuando duermo; al despertar, al recordar lo olvido. Estará escrito el día que no despierte del sueño. Estará escrito en mi casa cuando no despierte.” (140) Los fragmentos textuales que Millán anotó durante sus últimos meses de vida evidencian una experiencia desesperada por escribir contra la muerte sabiendo de la imposibilidad de esta empresa. El fracaso lo sufre día tras día, las huellas de él en su cuerpo, un cuerpo que parece rebelarse contra su dueño, que lo observa como campo de batalla de su lucha contra la muerte.


Famosas son las palabras que Goethe supuestamente habría pronunciado en su lecho de muerte: “Licht, mehr Licht” - “luz, más luz” serían, así la leyenda, las últimas palabras del gran escritor alemán. Esta frase esperanzadora simboliza la luz después del túnel, la muerte como entrada a un reino luminoso, que no debe ser temido y que ofrece inusitadas experiencias no comparables con las del reino terrenal. Otro leyenda compite con esta versión de los últimos momentos de vida de Goethe. En ésta, la mirada del moribundo no está puesta en la muerte como una entrada a otro mundo, sino amarrada, en forma dolorosa, al que se está dejando. “Nicht, mehr nicht.” No, no más –dice Goethe en esta variante menos célebre. Aquí la muerte más que ofrecer una apertura hacia un cosmos distinto cumple con liberar de los sufrimientos de este mundo.


En el Diario de vida y de muerte de Gonzalo Millán parecieran estar presentes estas dos miradas sobre la muerte; una que busca el momento de epifanía en ella, la luz, y la otra, más desencantada, en la que el sufrimiento es el que marca la vida en extinción. Millán escribe: “Consulta de oráculo: ¿prepararse para la muerte o luchar por la vida?”(66)


El texto de Millán está escrito al filo de la muerte, una muerte que le arrebata injusta y prematuramente la vida. Los fragmentos textuales que componen este libro dan cuenta de esta experiencia. Se trata, no está demás decirlo, de un texto no editado por su autor, una escritura que revela su proceso de creación: Millán tenía plena conciencia de ello. Habla de una “escritura meteórica” que combate el orden y no se alinea en la estructura clásica de principio, medio y fin. El 3 de agosto de 2006 a las 17.45, dos meses antes de morir, anota: “Fuga hacia delante. Escribir más, seguir escribiendo lo que sea, a como dé lugar, no importa a qué costo, da lo mismo el resultado. Fuga hacia delante versus retroceso en busca del retoque.”(144)


4. A modo de conclusión

Tres autores, tres estéticas, tres opciones escriturales frente a enfermedad y muerte: Lihn, con la intelectualidad que lo marca, pareciera buscar un acomodo frente a lo ineludible, un espacio desde el cual mirar, pensar y escribir la muerte, bien sabiendo que no puede existir el texto, la escritura, las palabras que contengan la experiencia de enfermedad y muerte. Bolaño, con el humor que lo caracteriza, piensa en el deseo. Erotismo y literatura, placer del cuerpo y del texto son los que pueden salvar de la desesperación que enfermedad y muerte encierran. Millán, autodestructivo y neurótico, desespera, lucha, retrocede y escribe en variados tonos, estilos. Desde poemas de tono lírico hasta frases entrecortadas, secas, de acento marcadamente denotativo ensaya opciones y posibilidades, sin que ninguna llegue a satisfacerlo.


Mapas posibles para la literatura chilena: así dicta el subtítulo de esta presentación. Un mapa está destinado a orientar, a explicar, de algún modo, un paisaje que queda domesticado por la cartografía. El mapa hace potencialmente dominable un espacio determinado. El mapa que se ha querido dibujar acá no está pensado como instrumento de dominación. No he pretendido sugerir acá que exista una finita cantidad de posibles posicionamientos y escrituras frente a los fenómenos de enfermedad y de muerte, tal como existe un número fijo de calles y plazas en un mapa. Tampoco que los tres autores presentados cumplan en alguna medida un rol paradigmático con sus textos como si fueran la catedral, la plaza de armas y el parque central de una ciudad. Más bien retomo la noción de mapa que exponen Gilles Deleuze y Félix Guattari en su ensayo “Rizoma”, en el cual oponen el mapa a la copia. La copia sigue un procedimiento mimético, mientras el mapa necesariamente es una abstracción. Escriben los filósofos franceses:


“El mapa es abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, susceptible de recibir constantemente modificaciones. Puede ser roto, alterado, adaptarse a distintos montajes, iniciado por un individuo, un grupo, una formación social. Puede dibujarse en una pared, concebirse como una obra de arte, construirse como una acción política o como una meditación.” (2005: 29)

Un mapa rizomático, uno de muchos posibles, es lo que he querido trazar; uno que invite a seguir explorando y descubriendo en el indomable espacio de la literatura. Enfermedad y muerte en tanto situaciones limítrofes ponen en crisis nuestras maneras de entender el mundo y hablar de él: la literatura es un espacio privilegiado para dar cuenta de estas fisuras. Uno de los pocos que logra hacer de lo inexpresable algo inteligible.


Notas

1 Texto leído como conferencia inaugural del año académico 2009 (marzo) del Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. 

Bibliografía

Barthes, R. (2004). El placer del texto. México, D.F.: siglo veintiuno editores.

Bolaño, R. (2003). Literatura + enfermedad = enfermedad. En: Página 12. 28 de Septiembre de 2003. Disponible en: http://www.pagina12.com-ar/diario/suplementos/libros/10-750.html 

Lihn, E. (1989). Diario de muerte. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.

Merino, R. (2008). Luces de reconocimiento. Ensayos sobre escritores chilenos. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales.

Millán, G. (2007). Veneno de escorpión azul. Diario de vida y muerte. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales.

Sontag, S. (2005). La enfermedad y sus metáforas y El sida y sus metáforas. Buenos Aires: Taurus.

Valdés, A. (2008). Enrique Lihn: vistas parciales. Santiago de Chile: Palinodia.
Von Hoffmannsthal, H. (1902). La carta de Lord Chandos. Disponible en:
http://www.ddooss.org/articulos/textos/Hugo_Von_Hofmannsthal.htm; trad. de Antón Dietrich, consultado el 25 de octubre de 2009.