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martes, noviembre 29, 2016

Lo que no soporto son los aprendices ineptos: Once libros de Enrique Lihn

Libros de Enrique Lihn










Sobre Lihn




Fragmento de Respuestas de Enrique Lihn

enero de 1966

Federico Schopf:-¿Qué función dentro de la poesía chilena atribuye Ud. A su poesía? ¿En qué sentido cree Ud que se inserta en la poesía chilena y que significado le atribuye?

Enrique Lihn: -Me sitúo entre los trabajadores que se han concertado, sin ponerse de acuerdo en el estilo, para levantar la casa de la poesía chilena. No se vive ni se escribe a la interperie. Hemos rescatado algunos restos del siglo diecinueve, quizás una hermosa puerta de hierro forjado, antigüedades. Pero todo eso se encuentra en el jardín y en el primer piso: yo trabajo en el tercero y no siempre con compañeros de mi agrado, pero cada cual hace lo suyo. Lo que no puede pedírsenos es que funcionemos como órganos de una determinada tradición estilística, bajo una sola batuta. Basta con una tradición de geniosidad, habilidad y eficacia en un país como éste, culturalmente en pañales: casi una selva, casi un desierto. Un buen refugio para completarlo mañana o para demolerlo pasado mañana, eso es todo. Lo que no soporto son los aprendices ineptos, los meros curiosos que circulan por la construcción o esos falsos niños con sus canastillos de arena en el jardín, y los poetastros, los poetas justamente olvidados, los “guaripoetas”


lunes, mayo 23, 2016

Video reseña de Batman en Chile de Enrique Lihn por Daniel Rojas Pachas

Batman en Chile de Enrique Lihn




Libros & otras Interferencias 2: Video reseña de Daniel Rojas Pachas sobre Batman en Chile de Enrique Lihn

Más información sobre Enrique Lihn en: http://poetaenriquelihn.com





martes, marzo 01, 2016

Portentosa audacia narrativa La orquesta de cristal, Enrique Lihn por Mario Valdovinos



Portentosa audacia narrativa
La orquesta de cristal, Enrique Lihn. Editorial Hueders, Santiago, 2013, 171 páginas

Por Mario Valdovinos
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 23 de Febrero de 2014



La existencia de la orquesta de cristal, avalada por el brillo de su ausencia en las enciclopedias, en los programas de los conservatorios y aun en la memoria de los melómanos, no impidió su leyenda verificable por medio del seguimiento que hizo de sus giras un narrador decimonónico, fuertemente personal, calificador e ironizador del acontecer y del entorno del relato; al mismo tiempo, comentarista y diletante que redacta una monografía sobre la agrupación, intérprete exclusiva de la célebre e inasible sinfonía Amor Absoluto, de Roland de Glatigny, puesto que la agrupación orquestal, simplemente, no puede interpretar otra cosa. The Crystal Orchestra acumula en su interior, a la manera de un reguero sutil, "el recuerdo inefable de lo que no fue", una partitura en blanco, una música del silencio, un concierto inaudible, vítreo y vitricida, engendro filarmónico, cima y culminación del arte por el arte; representa además el carácter inefable y sublime de la tradición musical, siempre inconclusa, una inanidad sonora, antítesis del estruendo de la música wagneriana cuyos timbales apocalípticos anuncian invasiones y el imperio de la Gestapo y de la Wehrmacht. Lo demás, es decir, la música occidental, está por hacerse . Su aparición pública ocurre en los albores del siglo XX, si bien ya por los años treinta La Orquesta de Cristal era una rareza de museo.

Este corpus narrativo se refleja en otro constituido por las 64 notas que comentan, desmienten, glorifican y demoran el relato que sirve de base. Apuntan a la piedra filosofal, la neurastenia, el arte, la ciencia y la arquitectura. En ambos niveles narrativos se alude a don Gerardo de Pompiffier, amigo del narrador, y al musicólogo Roberto Albornoz, precursor del "Surrealismo púdico", apologista y difamador de The Crystal Orchestra, con quien el narrador entra en contradicción. Ambos personajes mantienen correspondencia y posibilitan la coexistencia de autores conjeturales, como M. Krüger, Heinrich vön Linderhöfer, Charles Royce, junto a Rimbaud, Baudelaire y Mallarmé.

Por otra parte, la monografía redactada por el narrador del texto que está ante los ojos del lector fue publicada en 1976 por Editorial Sudamericana y es el fragmento de una epístola de Pompiffier, bombero y fabricante de pompas, dirigida a Albornoz y fechada en Alejandría, Egipto, en 1916. Como si tamaño artificio literario fuera menor, al biógrafo de la orquesta, el narrador básico ya aludido, lo visitan dos periodistas culturales, Germán Lihn y Enrique Marín, ambos también redactores de las constantes reediciones de la novela La orquesta de cristal.

La audacia narrativa del autor real, el poeta Enrique Lihn, es portentosa. El enmascaramiento, la sátira, la erudición, explícita o difusa, la cháchara, la retórica y la parodia de géneros y autores pueden fascinar y desesperar al lector, pero no lo dejan indiferente ante el desborde imaginativo.


viernes, febrero 19, 2016

Las telarañas de Enrique Lihn por Vicente Undurraga



Las telarañas de Enrique Lihn


Parece significativo que al comienzo y al final de este 2013, en que se cumplieron 25 años de su muerte, se hayan reeditado dos libros que Enrique Lihn publicó a mediados de los años setenta, siendo de lo primero que sacó tras el Golpe. Mientras a principios de año Ediciones UDP dio ya un octavo paso en su invaluable recuperación de la poesía de Lihn al reeditar París, situación irregular (de 1977), ahora Hueders acaba de publicar por primera vez en Chile, después de una extraviada y única edición argentina, la segunda de las tres novelas de Lihn, La Orquesta de Cristal (de 1976), integrando de paso al autor a uno de los catálogos narrativos más atractivos del país. París, situación irregular y La Orquesta de Cristal pueden leerse como un díptico, dos “monstruos perfectos hechos de nada”, que es como Lihn mismo se refiere en un poema a los terribles muñecos de Marta Kuhn-Weber.

FINAS TELARAÑAS

“Todas estas historias que ellos escriben en nombre de la revolución del lenguaje / libros de no menos de mil páginas / no perderían nada si se las contaran por teléfono”, escribe Lihn, con fina insidia, en “Boom”, al principio de “París, situación irregular”. Es claro que alude al trabajo de las tres o cuatro estrellas del boom latinoamericano –según Edgardo Dobry, directamente a Cortázar–. El poema es de mediados de los años 70, es decir, cuando el boom brillaba con justicia pero opacando injustamente otras obras, como las de Julio Ramón Ribeyro, Severo Sarduy, Jorge Eduardo Eielson o el mismo Lihn.

“Solo lo difícil es estimulante”, escribió el grande y grandioso José Lezama Lima, y Lihn con sus novelas parece haber extremado la fórmula, especialmente con La Orquesta de Cristal, para cuya lectura podría uno aferrarse a la premisa de que “sólo lo casi imposible es estimulante”. La lectura es ardua, casi imposible, pero esto es compensado largamente por una serie de encantos que blindan a la novela de sus propios excesos y desvaríos. O mejor dicho es justamente por sus excesos y desvaríos, por sus no medias tintas, que La Orquesta de Cristal aún incumbe y deleita.

Por cierto, se trata de una novela que –orgullosamente– lo perdería todo si se la contara por teléfono. Toda la gracia está en cómo Lihn & Pompier logran orquestar una novela tras cuyos cristales se deja ver, remarcada, la nada, y cómo generan y alternan mecanismos de distanciamiento y cercanía, de conciencia crítica y delirio verbal. La novela consta de 80 páginas con las crónicas imposibles de unos cronistas también imposibles sobre un asunto indefinible –una orquesta que no se oye–, complementadas por otras 70 páginas de notas que constituyen lo que se dice un relato especular, disparando los sentidos hasta la perdición en el abismo. Ejemplar al respecto resulta la hilarante nota número 34, donde el personaje Roberto Albornoz dice en una carta haber leído el libro en cuestión y se queja por ciertas infidencias con que se topa ahí, detallando de paso un encuentro con “los señores Enrique Marín y Germán Lihn”, tal cual.

“¡No vendas en los ojos, sino finas telarañas”, se lee al principio de la novela, y puede pensarse que eso es justamente lo que Lihn se propuso hacer con la mirada del lector. La diferencia es que la venda no permite ver –ya sabemos quiénes, cómo y para qué usaban vendas en esos tiempos–, mientras que la telaraña desdibuja pero no tapa, y así el que se lo propone podrá ver, entre los tejidos y tras las intrincadas orquestaciones, bastantes cosas, por lo pronto la extrema ridiculez de ciertas discursividades en boga por entonces –religiosas, económicas, literarias, políticas–, lo opaca y sofocante que a veces se vuelve la realidad y lo estimulante que lo difícil puede volverse cuando el lenguaje resuena y crepita y molesta más allá de cualquier sentido evidente.

La Orquesta de Cristal y su estilo “vaporoso”, verboso, demencial, tiene hoy la oportunidad de encontrar nuevos lectores. Hasta ahora era más bien un libro fantasma –otro más– de Lihn, una novela que, en todo caso, ostenta un banquillo de lectores ilustres, entre los que se cuentan Héctor Libertella –que celebró en ella la presencia de “teorías y fábulas desorbitadas alrededor de lo que no parece sino un fantasma”–, Rodrigo Lira –que, como el mismo Lihn contó tiempo después, intervino la novela, llenándola de observaciones, rayas e irreverencias– y ahora Roberto Merino, que en el prólogo a esta nueva edición la pondera certeramente, aludiendo al carácter paródico de la novela, a cómo Lihn construyó “un mundo con puros remanentes verbales del afrancesamiento hispanoamericano finisecular”, y situándola en una línea de obras que va del Bouvard y Pécuchet de Flaubert a la narrativa de Marcelo Mellado.

La Orquesta de Cristal podrá resultar vertiginosa, pero en tal caso incluye su propia bolsa de mareo, pues Lihn es un autor extremadamente autoconsciente, y para matizar el desconcierto del lector a cada rato deja caer herramientas para una posible comprensión del propio texto. 

POR LAS BOLAS

París, situación irregular es, quizá, uno de los libros más versátiles de Lihn, que con tal de sacar la voz va de la prosa, los énfasis gráficos y el verso libre a los endecasílabos de los 31 sonetos incluidos, algunos preciosos y otros pronunciados por un energúmeno que bien puede hoy parecer a ratos una emulación rabelesiana del Presidente de la República: “Quiero en todo ganar el mil por ciento / y pasármelo todo por las bolas”.

Prologado originalmente por Carmen Foxley –cuyo texto esta edición mantiene–, lo es ahora por el argentino Edgardo Dobry, que escudriña y aclara varios aspectos claves, especialmente el de la versatilidad lihneana: “Lihn usa el verso libre como una forma menos artística no sólo que el verso clásico sino también que la prosa… y por lo tanto tiene una casi infinita capacidad de pregnancia”. El libro abre con un largo poema-diario abundante en desbordes y comparaciones brillantes, en notas al paso de un visitante incómodo, en escenas inolvidables y autoblindajes elocuentes (“la mera claridad es el sueño de los mediocres”), dejando al final, al certero decir de Carmen Foxley, “la sensación de haber deambulado por un lugar asfixiante”.

Antes y después de los sonetos, como cercándolos, Lihn incluyó dos poemas que podríamos llamar convencionales en el contexto de su producción poética –es decir, muy lihneanos–, y sobresalientes: “Marta Kuhn-Weber” y “Brisa marina”, portador de varias de esas típicas imágenes hiper específicas suyas: “El odio sin objeto puede tener esta cara / la de un jubilado absorbido en los trabajos de la jardinería / a la sombra de su esposa en una casa vacía”.

Por si fuera poco, el sello Das Kapital acaba de inaugurar una colección gráfica con un gran doblete: El Paseo Ahumada en versión gráfica de Liván y una edición ilustrada con mano fina por Jorge Quien de los tres monólogos de Lihn sobre la vida y la muerte. No se puede, pues, cerrar el año sin constatar cómo Lihn se consolida cada día más como uno de los muertos más vivos de la literatura chilena, como un fantasma ejemplar.

domingo, enero 31, 2016

La indescifrable vida de Enrique Lihn



Ilustración por David Cofré




Por Diego Zúñiga

Roberto Merino tenía poco menos de 20 años cuando habló por primera vez con Enrique Lihn. Antes lo había visto deambulando por Santiago, lo había leído, pero un día, en el Parque Forestal, detrás del Museo Bellas Artes, conversaron un buen rato y, entonces, aquel momento iba a ser el comienzo de una amistad que duró hasta su muerte, en 1988.

Algunos recuerdos de esa amistad y varios testimonios de amigos y cercanos al poeta son el centro deLihn: Ensayos biográficos (Ediciones UDP), donde Roberto Merino intenta descifrar una parte importante de su vida. Es, por ahora, de hecho, lo más cercano que tenemos a una biografía del autor de La pieza oscura, aunque Merino es honesto en sus intenciones no totalizadoras del relato. En el epílogo del libro —compuesto por siete ensayos— explica que justamente la amistad fue un pequeño obstáculo para profundizar más en ciertos detalles, porque como anota, “nadie quiere analizar ni esclarecer demasiado a sus amigos, ni entender más de la cuenta sus motivos ni asomarse a las zonas de la vida íntima del otro que no afloraron jamás en las conversaciones corrientes”.

Sin embargo, a pesar del respeto y la lealtad, Merino igual se adentra en algunas de esas zonas íntimas —esboza la compleja relación que Lihn tuvo con su hija, por ejemplo— y esclarece también hechos que han rondado siempre su biografía, como la famosa pelea con Jorge Teillier por motivos amorosos. Es en ese capítulo, de hecho —titulado “Peleas”—, donde encontramos algunos de los momentos más divertidos e hilarantes del libro, con balazos imaginarios, manotazos al aire, patadas y llaves que dejaron a Lihn en el piso más de una vez.

Además de las peleas, Merino se detiene en las caminatas de Lihn por Santiago, sus orígenes familiares, la vida escolar en el Liceo Alemán, el habla que aprendió en esos patios y la difícil vida doméstica que Lihn terminó dominando, en parte, sólo hacia el final de su vida. Entremedio de esto, sus amores, sus viajes y sus libros, por supuesto: la forma en que iba encontrando distintos lenguajes —el teatro, el cuento, laperformance, el ensayo, la novela, la poesía— para expresar aquella mirada tan incómoda que tuvo siempre.

Merino entiende que Lihn siempre se escabulló —de las etiquetas, de los géneros, de la vida que le correspondía—, por lo que decide abordarlo de forma fragmentaria y con distancia, también, para evitar juicios. Era una inteligencia indescifrable y aquello queda expresado en estos ensayos, escritos con esa prosa tan cuidada y característica de Merino, que nos deja sin duda con ganas de más.

El capítulo que cierra el libro, de hecho, es un ensayo sorprendente: Merino decide leer a Lihn a partir de la aparición de diversos animales en su vida y en su obra. De esta forma, convoca a cisnes, tortugas, palomas, gallos, loros y gatos para descifrar una parte de la mirada de Lihn, esa búsqueda que siempre hizo por comprender el lenguaje y llevarlo hasta sus límites. Con esta lectura distinta, Merino parece decirnos que ahora corresponde eso: volver a Lihn y leerlo de otra manera, tratar de descifrarlo desde algún lugar inesperado, evitar los lugares comunes, entrar en su mundo y mirarlo como si lo visitáramos por primera vez.

“Lihn: Ensayos biográficos”, de Roberto Merino.