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miércoles, febrero 24, 2010

Ensayo sobre Pena de extrañamiento de Enrique Lihn


Ensayo sobre Pena de extrañamiento de Enrique Lihn


“La ciudad (mi metáfora)
Diestra en desplazamientos, huye de la palabra
Y uno se ve obligado a la preterición”

1
En todo el texto estamos ante un visitante en transito permanente que pone siempre en tensión el lugar del hablante y las posibilidades de su mirada. Es interesante cómo se aborda la fabricación del recuerdo y de la memoria en el contexto común de las ciudades y los respectivos modos de habitarlas. Estaríamos ante la inmanencia de gozar en “los recuerdos del presente”(1) de hacerse de los propios signos para establecer pertenencias inéditas con la ciudad, con la metrópolis saturada de signos siempre ya cargados semánticamente, por una semántica a veces demasiado amplia e imposible de reflejar: ya sea por mercantilmente trazada como espectáculo o por marginalmente codificada, la semántica urbana suele entrar en conflicto con la mirada del ciudadano errante que avanza en las paginas de Pena de extrañamiento. Una especie de contrahistoria o intrahistoria que consigue evocar espacios en que el sujeto es uno con su hábitat, es decir, pese a que el autor diga que “esta ciudad no existe para mi ni yo existo para ella”(2) es posible establecer una nueva temporalidad a través de una especie de alegre agonía o de nihilismo activo que surgiría en el desfase entre los signos instituidos de la memoria de un territorio o ciudad y estos otros signos los cuales –y esta es la belleza- son afirmados en una continua alegoría de las ruinas, de los márgenes y de los insterticios dejados a su propio suerte que configuran la vida de las ciudades.

2
La memoria como patrimonio simbólico que se vuelve mercancía sumada al estatus de un constante extranjero que tiene “recuerdo sin objeto ni sujeto”(3) son el permanente escenario en que el hablante comienza a disolverse, situándose en la excentricidad que conlleva relacionarse con una relación, es decir, en la negatividad de no dejarse permear por nada que no sea el a veces ocioso quedarse contemplando todas las lejanías que conforman el propio mirar: un mirar que mira su mirar y relata –acercando a sí- la lejanía que suscita la abundancia interpelativa de una ciudad aleatoria que, por cierto, interpela indistintamente a sus usuarios, fundiéndolos en un caldo tan homogéneo como precario en sus modos de establecer pertenencias. Dentro de “una memoria de la que mi memoria se hace cargo”(4) cualquiera es pertinente y todo cobra un nuevo peso.

3
“Ese doble abrirá en mi un hueco que yo mismo no podría llenar/ con las anotaciones de mis diarios de viaje”(5). En vez de forjar recuerdos memorables nos queda aquí el aviso latente de que se vive igual en todas partes en el sentido de que la construcción de las filiaciones son siempre similares, cuestión que nos lleva a la melancolía como una actividad del presente, pues a la vez que el individuo se afirma en una identidad que efectivamente vive como autentica está –justamente en esa necesaria creencia acerca de su autenticidad- también elaborando el modo en que será olvidado. Un olvido que resulta de la saturación de rememoraciones posibles que se instalan en la urbe. Un olvido ejemplar que contrasta con esta especie de olvido activo de enunciar los espacios excéntricos de la ciudad y sus figuras: “viejos y agonizantes que fingen esperar el tren entredormidos sobre las bancas” , “una burguesa que se lavaba groseramente los pies”(6), el “palacio de cristal de la Moda del que se han apoderado pasivamente los mendigos”(7). Un olvido latente que va de la mano con esta melancolía activa que se nos abriría desde el abanico de la deshumanuización en la ciudad, mostrándonos mediante destellos la adopción moderna de lo terrible como espacio quizá excesivamente naturalizado desde el rabillo del ojo del distraído transeúnte. Por ejemplo en Pascuas en Nueva York nos encontramos ante signos cargados de una resistencia material a la solemnidad navideña: el frío y los adictos como adornos oficiales de las calles. La facticidad de la nieve en su verdad no decorativa, son todos momentos en que esa simulación de la mirada cotidiana consigue una contemplación, un quedarse en la imagen.

4
También podemos dejar traslucir una constante inmanencia en esta poesía siempre situada, y es que de algún modo siempre se conseguiría saltar de lo particular a lo universal. O más precisamente lo que se conseguiría seria quedar detenidos en el momento mismo de la relación, desmarcándose tanto del intimismo de lo particular como de la portentosidad de lo universal, en un a medio camino que reflejaría parte importante de la experiencia en la ciudad, mostrándonos cómo las miradas que uno lanza no vuelven y quedan retenidas en el espesor semántico como condensación de la multiplicidad de experiencias, evidenciando así la incapacidad de reflejarse a sí misma que tiene la cotidianidad, y en consecuencia, lo gratificante que resulta esta captura de situaciones que, por decir lo menos, no son las usualmente poetizables. Como por ejemplo este “ciego en el subway/ que levanta la tapa del reloj/ para tocar la hora con el índice (…) que dobla sobre el pecho su cabeza/ que huérfano del mundo/ y de sus ojos mira el no mirar/ en la invisible punta de sus botas”(8). No importa ese ciego, como tampoco interesa la ceguera como enfermedad abstracta. Lo que se ve aquí es como un ciudadano x (que puede ser el autor o cualquiera) se relaciona con la posible relación que un ciego establece con su ceguera. No es la impotencia del ciego relatada en primera persona sino la decodificación sutil de cómo esa impotencia funciona y puede ser dicha en palabras, de algún modo, también ciegas.

5
Ni siquiera tenemos un deseo originario. No hay un mito interrumpido para el habitante de la ciudad. Desearíamos, eso si, desear algo enteramente pero sólo tenemos que “el punto ciego del ojo/ mira a una ciudad en la que quiero vivir/ inexistentemente, con sus casas fantasmas”(9). La gran ciudad moderna cae en su correspondiente naturalización volviendo al habitante una costumbre de sí mismo que ansia experiencias inéditas. Por eso aquí vemos una exaltación de los signos que el movimiento de la ciudad toma como periféricos y anecdóticos. Una exaltación por contraste, bajándole el tono a las apreciaciones monumentales de lo que nos representa como conjunto o comunidad, dejando una tabla rasa en la cual, comparativamente, pareciera quedar fijada la celebración de un sujeto-insterticio como en La guitarrista mas hermosa del mundo, o en su poemario Paseo ahumada la serie de alusiones a el pingüino.

6
“¿Qué significan estos signos brotados de todas partes?/ En general absolutamente nada/ son a las palabras lo que la maleza a las plantas”(10). De nuevo lo mismo: el abultamiento de signos en la ciudad, ya sea la publicidad oficial de productos o esta otra publicidad implícita de ruinas vivas caracterizadas en los seres marginales que deambulan en la ciudad. En uno y otro caso estamos ante un nublamiento de la visión, una especie de ceguera por saturación, un no saber donde posar efectivamente la vista por la proliferación de signos que invitan a la mirada distraída a intensificar su distracción. Y todo esto nos lleva nuevamente a la conclusión medio heideggeriana de que la cotidianidad está imposibilitada de verse a sí misma y de algún modo sería la obra de arte (y en este caso la poesía de Lihn) la cual puede desocultar esta excesiva suficiencia del ser (por ponerlo ahora en términos levinasianos).

7
Siguiendo el hilo de esta recortada reflexión se intuye algo así como que el verdadero momento de la comunicación no ocurre cuando comunicamos completamente un contenido interior sino que ocurre cuando nos desmarcamos de los modos instituidos y comunicamos cuestiones que más bien actúan de soporte de la comunicación. Es como si la única posibilidad de comunicarnos veridicamente estuviera en el complejo juego de relacionarse con una relación y exponerla como contenido interno a esa relación; una manera no lineal de entender la comunicación que va en directa relación con uno de los ejes del texto, a saber, las mediaciones en la ciudad y la imposibilidad de ser cuerpos inmediatamente comunicados: “voz a voz/ esos cuerpos que increíblemente no se comunican de viva vida (…) voces y no cuerpos, pero no sólo voces, nos entretejimos persona a persona”(11).

8
Se duda de todo significante más o menos inscrito: “los gansos en el claustro/qué diablos significan”(12), y se duda dándole una anchura al signo hasta que reviente en su excesiva acogida de referentes: “graznan como otros rezan cuando se les acercan/ los demonios las beatas o simplemente el aire/ que resuena entre los dedos de un palto”(13). Se llenan de posibles sentidos los objetos que van apareciendo hasta que llega el punto en que se vuelven reflejo de los códigos implícitos que los situaban y daban un margen interpretativo que cede. Así pasa también en Hospital de Barcelona en el cual el caos de la muerte se opone a la ilusión de inmortalidad que seria la ciudad. El orden de la mortalidad sería el hospital y no, como se creería, las calles por las que circulan los mortales: “trayecto de la calle al hospital/ no por corto más rápido que un viaje entre planetas”(14).

9
En suma: la relación del individuo con la monumentalidad de la ciudad, con la eternidad de la ciudad, con el saberse precisamente eso: un ciudadano x al que le tocó establecer tal o cual pertenencia. Habría que mantener viva la sospecha de haberse vuelto un mero punto de fuga en el cual la cultura, la publicidad y las características de una ciudad tejieron un residuo arbitrario -pero efectivo- de autonomía. “porque aún estoy vivo y ella (la ciudad) que tanto ha muerto/ se sabe eterna, al menos, por otra eternidad (…) Aquí donde, mirándola, algo pago por verla/ saber que no estaré cuando ella sea aún”(15).

(1) Enrique Lihn, Pena de extrañamiento, Ed. Sinfronteras, p. 7.
(2) Ídem. p. 9.
(3) Ídem. p. 9.
(4) Ídem. p. 9.
(5) Ídem. p. 10.
(6) Ídem. p. 12.
(7) Ídem. p. 14.
(8) Ídem. p. 24.
(9) Ídem. p. 22.
(10) Ídem. p. 23.
(11) Ídem. p. 30.
(12) Ídem. p. 33.
(13) Ídem. p. 43.
(14) Ídem. p. 43,
(15) Ídem. p. 44.

____________________

Ciego en el subway

Ciego en el subway
que levanta la tapa del reloj
para tocar la hora con el indice
(Mención de Honor para las manos anonimas
que en el flujo y reflujo de sí mismas
se le tienden)
Que dobla sobre el pecho la cabeza
que huerfano del mundo
y de sus ojos mira el no mirar
en la invisible punta de sus botas
que lleva un bulto inmenso al que se aferra
con su pequeña mano transparente
que en el relieve de la hora toca
el eterno retorno de lo mismo:
los desiguales tramos de Maniatan.


sábado, febrero 20, 2010

Enrique Lihn: RECUERDOS AL AZAR






Enrique Lihn: RECUERDOS AL AZAR
15-06-2004

Por Catheryn Cárcamo


Críptico para algunos, deslenguado para otros, Enrique Lihn fue uno de los escritores más desinstalados de Chile. Viajero de por vida, pasó por Francia, Cuba y Estados Unidos, países donde fue considerado como una de las voces poéticas más importantes del continente.

?Pero quien es este melenudo? ?Este chascón? Alega el padre de Jorge Edwards cuando ve entrar a su casa a uno de los amigos de su hijo. Es Enrique Lihn, un joven de figura fantasmal que se cubre de pie a cabeza con un amplio abrigo verde. Los acompañan otros estudiantes, y juntos planean terminar en el hogar del escritor, una reunión comenzada en el Parque Forestal de Santiago.

La histeria y sorpresa del padre de Edwards desaparecerían con el tiempo, pues cada vez los jóvenes se reunirían con más frecuencia en el lugar, hasta convertir la casa en el centro de operaciones de un grupo de impetuosas e inquietas mentes.

Es la década del 40' y Enrique Lihn daba sus primeros pasos como escritor. Había ingresado a los 12 a?os a la Escuela Bellas Artes, y a los 20 se daba cuenta que sus dibujos "eran ilustraciones de textos que no podía escribir".


NACE EL ESCRITOR


Con una prematura vida bohemia, el poeta comenzó a perfilar su trabajo lejos del poder político, social y cultural de Chile, distancia que lo instaló como uno de los escritores más rebeldes e independientes que han florecido en el país.

Así es como en 1949 publica su primer libro de poemas "Nada se Escurre" y al poco tiempo realiza las primeras charlas sobre la obra de Nicanor Parra, encuentros donde se inició en dupla con su compañero de delirantes e ingeniosas empresas, Alejandro Jodorowsky.

Varios recuerdos de locuras juveniles son los que guarda su amigo Jorge Palacios. Uno de esos episodios lo vivieron Valparaíso, cuando después de una fiesta en Santiago, ambos amigos viajaron al puerto con sus respectivas conquistas. Una vez instalados en el hotel, la invitada de Enrique se negó a compartir el lecho con el escritor, y pretendía que ambos hombres durmieran juntos. Ante los argumentos de Lihn, finalmente ella cedió, no sin antes exigirle que dejara sus zapatos fuera del cuarto.

Al día siguiente, estos por supuesto ya no estaban en el lugar acordado, y "tuvimos que fabricarle un par de pantuflas con páginas de El Mercurio, que atamos con cordel a sus canillas". Así desplazándose con gran dignidad "el poeta caminó hasta la estación de ferrocarriles, indiferente a las risas y el asombro de los ciudadanos".


EL POETA SIN TERRITORIO


La irreverencia de Lihn tampoco estuvo ausente mientras vivió en el extranjero, así lo recuerda Palacios, "juntos irrumpíamos en los bares y restaurantes de París increpando a los asistentes con sendos garabatos chilenos. La diversión nos duró hasta que se nos apareció un español con el humor de un bailarín cojo, que saltó de su asiento gritando y gesticulando; 'Hostias...a quien insultan los muy cabrones!' ".

Después de su estadía en el país galo, Lihn se trasladó a Cuba, donde se desempeñó como columnista en la revista Casa de las Américas, labor en la que fue reconocido como una de las voces poéticas más importantes del continente.

Al poco tiempo de publicar "París, Situación Irregular" se fue a Nueva York, específicamente a Manhattan, lugar donde realizó varias charlas junto al también escritor Pedro Lastra, encuentros que terminarían publicados bajo el nombre de "Conversaciones con Enrique Lihn".

En 1978 publicó su segunda novela, "El Arte de la Palabra". Por esos años Enrique Lihn ya era mucho más que un escritor, se había convertido en autor dramático, performer, locutor y por supuesto...dibujante.

Su amigo Jorge Palacios aun recuerda el último encuentro que tuvo con Lihn, antes de que este muriera en 1988; "invitamos a una chiquillas a beber con nosotros, sin embargo luego de un rato ellas abandonaron el lugar. Con Enrique a razón de llevar nuestro machismo hasta las últimas consecuencias, las tomamos en brazos y emprendimos la retirada. Una vez depositadas en la vereda nos propinaron sendas cachetadas y se mandaron a cambiar... allí estábamos con el flaco, cuando frente a nosotros pasó lentamente un camión. El poeta, al instante, ante mi más completo asombro me hizo un gesto de adiós con la mano y corriendo a grandes zancadas, dio un salto girando en el aire para caer de espaldas sobre la plataforma vacía del camión. Y así tendido, de cara al cielo, con los brazos abiertos en cruz, lo vi perderse Alameda abajo, con destino desconocido".


viernes, febrero 19, 2010

Roberto Brodsky, el extranjero feliz




Por Claudia Donoso | Fotografía: Avi Gupta.


Entrevistas

El escritor chileno vive en Washington DC hace meses, cómodo y sin extrañar Chile ni sus nacionalismos, que odia. Reparte el día entre escritura, familia y la universidad de Georgetown. En esa placidez, Brodsky (49), periodista, guionista de Machuca y jurado del concurso de Cuentos Paula 2007, aún experimenta las sacudidas de que su novela inédita Bosque quemado fuera premiada en España. Aquí despliega casi toda su felicidad.

La despedida de Roberto Brodsky fue con bailongo en la casa sin muebles que dejó despejadita para el arrendatario. La decisión de agarrar la maleta e irse con su música a otra parte cristalizó bruscamente el domingo de la muerte de Pinochet, en diciembre de 2006, después de darse una vuelta por Santiago y sentirse bobo tocando la bocina. Mandó proyecto y currículum a las universidades estadounidenes y al poco tiempo recibió una invitación del Centro de Estudios Latinoamericanos de Georgetown University para integrarse como profesor visitante. Y partió a Washington con su familia.

“En Santiago los amigos me golpeteaban el hombro, consolándome por adelantado de los primeros cuatro o seis meses de depresión segura. Parece que es un clásico, pero yo llevo tres meses y no he sentido ninguna extrañeza”, asegura mientras se prepara para viajar a España a recibir los 24 mil euros del Premio Jaén de novela 2007, certamen al que envió Bosque quemado. El manuscrito compitió con 270 obras y ganó la última pelea entre cuatro finalistas. El jurado, entre cuyos miembros estaba el crítico español Ignacio Echavarría, ponderó la novela como “una obra de gran vigor estilístico, espléndida y madura sobre el exilio chileno”. Random House, colección Literatura Mondadori, la publicará en España en diciembre. A Chile llegará en 2008.

Perteneciente a la generación post golpe que dentro y fuera de Chile cursó su juventud bajo la suela del bototo milico, Brodsky se demoró en empezar a publicar. Recién en 1999, a los 40 años, salió al ruedo de la narrativa nacional con El peor de los héroes, novela a la que siguieron Los últimos días de la historia y El arte de callar. En esas narraciones los personajes, antihéroes y subhéroes, pueblan ficciones emparentadas con el thriller y la novela de espionaje en torno a la historia chilena de los últimos treinta años donde, la secuencia de la Unidad Popular, la dictadura y la transición se anudan desde una lacerante perplejidad.

Como descendienta de las novelas que la precedieron, Bosque quemado acusa un giro fundamental, cual es su anclaje en la escena familiar, ficción alimentada ya sin pudores por el material autobiográfico del autor. Es en el área chica de la intimidad subjetiva donde los efectos de la historia reciente se encarnan en el hijo adolescente que acompaña al padre al exilio; en la madre que permanece en Chile junto a Félix, el hombre corcho por el que optó; en “los felices”, que son los vecinos treintañeros del narrador en un condominio cualquiera del Santiago actual, y en el Alzheimer que a la vuelta del exilio se apodera del padre, quemándole la cabeza de vínculos y referencias.

Antes de que Brodsky se acogiera al autodecreto de extranjería que lo tiene actualmente en Washington nos juntamos a conversar en un cafetín y completamos más tarde por mail los datos a que obliga la contingencia de su premio.

ESCRITOR PARA CALLADO


Te vi hace poco en un video sobre Rodrigo Lira, donde hay una secuencia filmada en la casa de Enrique Lihn por ahí por el 81, ¿qué hacías tú ahí?

Había vuelto de Barcelona a acompañar a mi padre en su regreso a Chile, a tratar de trabajar en periodismo, que había estudiado en Venezuela, y supongo que a perseverar en la idea de escribir. Poco después Lira se suicidó y tú armaste el grupo de teatro El Teniente Bello, ¿cómo describirías hoy esa etapa?

El Teniente Bello se formó en el 80, cuando Gregory Cohen y yo coincidimos en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Chile. Los nuestros eran ejercicios de sobrevivencia porque, claro, andábamos todos más perdidos que el susodicho teniente. La cuestión era cómo seguíamos siendo más o menos lo que éramos en un contexto completamente hostil. Entonces uno se juntaba con otros que andaban en la misma, es decir, en la estética del esperpento de la que Lihn fue un adelantado y al que nosotros seguíamos haciendo películas sin destino, happenings, obras de teatro y poesía que eran muy raras, todo como de cuervo.

Publicaste tu primera novela en 1999. ¿Por qué fuiste tanto tiempo un escritor escondido?

Un escritor para callado. Lo que pasa es que antes de ponerme siquiera a pensar en terminar una prosa, sabía que no era sin dolor porque, oye, qué lata la dictadura y el exilio y los desaparecidos y qué lata que te hayan hecho pebre. A mí también me daba lata, entonces, enfrentar la propia lata que es la violencia que me metieron en el cuerpo y tratar de hacer con eso algo que fuera válido sin ser cursi progresista o cursi testimonial o cursi valiente, era un poco mucho. El cómo escribir era entonces el problema.

Por supuesto, cómo ponerle vidrio, por así decirlo, al camino, al propio camino sin que eso impida que uno lo transite, porque al escribir uno se pone a excavar en el yo, en la culpa, en el crimen, pero no en crímenes externos, sino en el propio, en el que cada uno comete consigo mismo y en relación a un entorno determinado y definido.

¿Y no encuentras demasiado dura la escritura?

La encuentro cada vez más dura, pero prefiero ese problema al otro, porque si no logras escribir te viene el ahogo, te da una gonorrea cerebral y se te pone el seso malo, porque hay algo fuerte, una intuición que acoger. No puedes oponerle resistencia y de lo único que puedes dar fe es de eso, entonces cuando logras la entrada y encuentras la estructura hay un nivel de satisfacción muy loco y eso es lo que más retribuye.

El narrador de tu nueva novela es un ochentero machucado que, sin embargo, logra agarrarse del presente y armarse una vida en el Chile de hoy, representado por “los felices”. ¿Por qué esa distancia y esa ironía con la felicidad?

Es que creo que esos felices, esas parejas que ahora tienen unos 30 años y que están empezando a pujar su propio mundo, están creando fantasmas tanto o más tremendos que los que uno cargó. Nosotros cargamos con la falta de expectativas y ellos cargan con una sobredosis de expectativas feroz: de sí mismos, del país, de olvidarse de lo pasado, de ser sanos, de pensar positivo y andan obsesionados por el éxito, la estabilidad, la corrección, la ambición de instalarse, cuajar, encajar, toda esa cosa “pro”. Pero eso tiene una pared, no sé cuál, pero con la que van a chocar. Bueno, uno partió chocado, no te parecerá una ventaja, ¿o sí?

Una ventaja terriblemente relativa, porque ni a ti ni a mí nos cuentan cuentos, tanto desde el punto de vista de las expectativas individuales como de los proyectos colectivos, ni tampoco respecto de las posibilidades de la literatura misma. No es que tengamos las riendas de nada, porque no las tenemos ni nunca las vamos a tener, pero con que no te cuenten cuentos y con que uno tampoco tenga ganas de contárselos ya es mucho. La gran mayoría está dedicada a contárselos y a creérselos a pie juntillas.

Entre otras diferencias entre los gallos de las generaciones anteriores a la nuestra está la aproximación al amor, que en los 80 era con Cortázar y el Che como mitologías de fondo.

Claro, pura ideología tardorromántica. Era una cosa desesperada de agotar, de pasar la cuchara hasta el fondo de tipos hambrientos que se encontraban en medio de la turbulencia milica. Vamos a la lucha y a emborracharnos y a suicidarnos todos juntos y yo me voy a meter con todas las minas y tú con todos los minos y no nos vamos a enojar porque estamos por sobre los celos. Agotador.

En ese terreno, ¿te costó entender de qué se trataba la pareja?

El aprendizaje fue duro. Me costó tres parejas largas ir aterrizando; me casé por primera vez a los 38, digamos viejito.

Te atreviste a apostar.

Pero aterrado, ¿ah?, porque no puede ser un programa, depende de la persona, que encuentras, y como yo me encontré con una persona no me quedó más remedio que elegir: o esto se acaba o nos casamos. Pensé que me separaría al tercer mes y creo que a la Paula, mi mujer, le pasó lo mismo, pero ha durado y ha durado. HOMBRE CORCHO


Volviendo a tu novela, el Bosque quemado es el Alzheimer que, como guinda de la torta, contrae el padre después de retornar del exilio a Chile. Esa enfermedad es el terror de todos.

Claro, es una enfermedad que te va quemando los recuerdos y los vínculos con la realidad. Es el exilio al cubo, porque no reconoces nada, ¿quién es amigo mío?, ¿quién no lo es? Nadie es lo que es, entonces, ¿en quién puedo confiar? Ni siquiera en el hijo y el efecto del Bosque quemado también le quema la ampolleta al que está más cerca del enfermo, eso está médicamente comprobado.

Y Félix, la pareja de la madre, es un personaje que produce entre fascinación y desprecio…

Bueno es lo que nos produce Chile a todos, interés, entusiasmo y desprecio, porque intuimos que hay algo pusilánime en lo que vivimos. Félix es el hombre corcho que transporta el modelo, no tiene mucha sofisticación, porque no le sirve pero es astuto. Él es la vida útil y el otro, el padre, es la vida inútil, perdida. Al mismo tiempo hay mucho cariño por la madre, que es absolutamente incorrecta políticamente, porque abandona al padre caído y opta por Félix, el astuto. Totalmente incorrecta, es la menos predecible, porque busca alimentarse vitalmente de las cosas que están ocurriendo de verdad, no de la historia, no del futuro, no del pasado. En ese plano es muy lúcida, es la sangre y el sentido común, la mujer y la madre hormiga que está en el presente en busca de la miga de pan, sabe que cualquiera la puede aplastar, porque es una hormiga. Frágil en ese sentido, pero muy valerosa.

Es desgarrado el juego de espejos entre el hijo y el padre, o sea entre la generación de la derrota y la que la heredó.

Es que cuando tú conoces la derrota de alguien que te es muy cercano, no puedes dejarlo. No puedes no más y te puedes cagar la vida por eso. Por un lado yo trataba de arrancar y al mismo tiempo esa fuga me culpabilizaba enormemente. Cuando estuvimos en Venezuela, yo veía a mi padre mantenerse –por necesidad, por idealismo, por lo que fuera– en un optimismo totalmente forzado y para mi intolerable porque mi análisis era realista y sabía que las cosas no se iban a arreglar.

Pero a la vez la generación post golpe tuvo como referencia la épica de la Unidad Popular.

Yo diría que a nosotros lo que nos llegó fue el tufo de las banderas; los de mi generación agarramos la cola de esa embriaguez y lo que hace el narrador es contar cómo esas banderas se deshilachan.

Tus novelas anteriores son más intrincadas, más sesudas que ésta, donde hay emoción e intimidad.

Sí, eran más herméticas. Ahora me doy cuenta de que fueron estratégicamente necesarias para el enfrentamiento decisivo con este núcleo pesado. En esta novela, en cambio, dejé los pudores y las vergüenzas de lado para poner lo que tenía que poner.

Un huevo de gallina ya sin miedo a la propia subjetividad.

Exactamente, y lo que hice fue llegar a las regiones inferiores y, de frentón, al acantilado, cosa que antes no habría podido hacer, porque me hubiera resultado intolerable excavar en esa veta.

¿Qué fue, aparte de tu trabajo anterior de escritura, lo que te soltó de los pudores y la vergüenza?

Para ser sumamente sincero, yo creo que fue porque me convertí en padre sin padres. Me quedé sin padres, por lo tanto yo soy el que viene, ya no hay nada adelante y el viento me empezó a llegar encima sin impermeable, ¿me entiendes? Entonces, de repente me di cuenta de que ya no tenía excusas y que sólo me quedaba enfrentar la biografía propia sin hacer retórica sino al contrario, tratando de entrar al hueso.

EL EFECTO BOLAÑO A todo esto, ¿qué piensas que significó la abrupta aparición de Roberto Bolaño en la escena literaria chilena?

Bolaño fue un misil al tablero. Subió la vara, ya no es suficiente copiar a Graham Greene para pasar por escritor. Todas las condiciones de gloria sobre las cuales se había construido la nueva narrativa, el grupo de no se qué y no sé cuanto, quedaron desestabilizadas y puestas en duda. Entonces se desordenó todo y se abrió la sospecha de que había una literatura que tenía que salir a flote, que es la de la experiencia de afuera y de adentro de la liquidación de los ideales de la juventud post golpe.

¿Y podrías identificar en ti el efecto Bolaño?

Sí, pero más que en lo literario lo que me pareció espectacular es que rechazara el lugar que le proponía la literatura chilena. Eso fue lo que más me llamó la atención porque la literatura chilena le ofrece, si no la cabecera, al menos uno de los puestos de los senadores designados, y Bolaño dijo “No me interesa ese lugar, no me interesa estar ahí, no me interesa hablar desde ahí”.

Que es un poco lo que ahora estás haciendo.

Sí, fíjate, creo que la fórmula más sana es acogerse al decreto de extranjería cuando durante demasiados años te han estado diciendo que eres un sujeto extraño y que no calzas. Eso me dio la oportunidad de acogerme a un decreto de extranjería más radical y permanente. Creo en el camello y en la carpa y la familia arriba del camello, podemos irnos o quedarnos, ahí veremos. No tengo mucho apego a los terruños vernáculos y todo lo nacional me repele, porque creo que es el gran enemigo de cualquier diálogo y lo que me interesa es la literatura sin casa que permite un horizonte ampliado y armar diálogos con libros de autores vivos o muertos que me importen, chilenos o no chilenos.

¿Para desprenderte de la referencia local?

De la literatura chilena como literatura nacional, como explicación nacional y como construcción de un imaginario nacional. Te juro –y esto no es pose ni pedantería– que me sirvió muchísimo la lectura de los judíos austrohúngaros y otros autores de entre las dos guerras mundiales para entender que la violencia, el totalitarismo y, dentro de éste, lo que Hannah Arendt llama la banalidad del mal, no es una exclusividad chilena. El zafarrancho tiene un sustrato permanente que escurre de una forma mucho más tendenciosa para todos lados, y no se resuelve con unas empanadas, un asadito y los abrazos de una comisión que se supone que nos representa a todos. Para mí no al menos.

¿Cómo ha sido el aterrizaje en Washington?

Mucho mejor de lo que me anunciaban. Mi rutina funciona de mañana hasta mediodía con la literatura en la cocinería propia y después me voy a la universidad, reviso libros, bibliografía, películas y voy conociendo gente de lo más extraña y simple a la vez en los jardines del campus. Y fumo poco.

¿Te ha sentado bien tu condición de extranjero?

Ha sido un cambio liberador, al menos desde la perspectiva de mi trabajo con la literatura. Me he reconciliado con los diez años de nomadismo que pasé viajando de país en país durante mi juventud. La diferencia es que ahora lo disfruto en vez de padecerlo, y si te digo que mi poema de cabecera en lengua española es Soliloquio del individuo, de Parra, completaría mi respuesta.

Oye y ¿cómo lo hiciste para conciliar la vida doméstica y familiar con la labor? Un sujeto que escribe es insoportable para quienes lo rodean.

Totalmente insoportable, porque en Santiago, mientras estaba en la casa donde tenía un cubículo al fondo del patio, igual no podía tolerar que sonara el timbre porque sentía que me estaban molestando a mí a propósito.

¿Qué medidas tomaste?

Tuve que hacer abandono del hogar y en las mañanas me arrancaba a un lugar sin teléfono, sin internet, un lugar en que el mundo no existía y del que nadie sabía dónde quedaba, porque efectivamente cuando uno escribe se vuelve monotemático, se pone histérico cuando lo están mirando y se ofende cuando no lo están mirando.

Lograste instalarte en la disciplina.

Totalmente. Sólo creo en la disciplina actualmente. No creo más que en la disciplina.

¿Y qué crees que va a pasar con tu libro?

Lo que espero es que se abra camino entre los lectores. Estoy muy tranquilo porque confío en que lo va hacer y también estoy preparado para que lo mojen con lágrimas o lo quemen vivo. Y, en lo personal, no te digo que sea exactamente lo que había imaginado, pero se acerca. No me avergüenzo por lo menos.

Lee un adelanto exclusivo de Bosque Quemado aquí.

Fuente: Paula.Cl

jueves, febrero 18, 2010

Para Sharon", de Enrique Lihn


Inédito



Eres de una especie que yo no conocía: se te traslucen cachorros
jugando en lugares amenos con su ternura feroz, el encenderse
del rosa
rojo de la mejilla de niños recuperados por sus padres
en un abrazo que los libra o casi del mundo
y del peligro ocasional que desencadena ese abrazo
semejante a un transporte místico, pero cuando se apretuja la carne
con la carne y la sangre, un momento antes congelada, hierve
exhala su olor de maravilla mortal, fresco, como cuajado
sobre la hierba, en el origen del día.

Una inmensidad de mujer tan bien construida
como la represa que convierte el río
en un lago por eso llamado artificial, un orden líquido
de aguas blancas y plateadas y verdes y surcadas
de lanchas a motor y velas de colores. Eres ese río
que no por obra de magia se detiene
a descansar en sí mismo como si fuera el mar
de estas tierras con lomas de rocas talladas donde tanta vegetación
es el milagro de un puñado de tierra. Tienes
brazos y piernas de río que no van a dar al morir
que es la mar, pues, por ahora, pareces eterna
como la juventud -ya se sabe-. El azul de ciertos pájaros
no se da mejor en ellos que en tus ojos
Grandes manos como para sacar a luz un hijo que se te parezca
pero que todavía no ha enanchado tanta delgadez, respetuoso de
tu belleza
aunque seguramente la aumentará
y gozarás de ella todos los años que quieras.

Sí, todo esto y mucho más, pero yo el que te escribe
tengo en este lugar los días contados
no todo el blanco del papel ni el deseo de fatigarlo
porque quiero que lo leas, en realidad, y pienses
“Soy parte de una memoria que empieza a transfigurarme
y de la que me borraré como un montón de palabras
Éstas, las pobres.

Ellas –te respondo-
son todavía –recuérdalo- una manera de vivir
la más modesta de todas, sin duda, la más inútil
Porque ¿cómo hacer de unos versos el impensable encuentro
en el Café o un abrazo a la manera de un relámpago?
Pero los versos –no los besos- están aquí, al menos
sería bueno que antes de borrarse te recordaran lo que ausentan
a la manera de un espejismo.

La vida, belleza, es así; o mejor dicho impensable
un espejismo que no se deja pensar
y al cual por lo tanto esa palabra: espejismo
le viene, en un cierto sentido, como cualquier otra
Hay una felicidad en no decirla
que compartimos sin callarnos nada
pero evitando toda definición
y que nada definían. Conocí esa felicidad
siempre es así, cuando menos me lo esperaba
Como subir unas gradas de esas rocas y de pronto ver de veras
el mar aunque no lo fuera: una obra de ingeniería
río inmóvil que desafía a la muerte
eternamente como la juventud
Como descender unas gradas, cansado ya
de estas alegorías en que combino cachorros
y el vuelo de los azulejos
Todo para llegar a una metáfora: tú
y eximirme con ella de tu imposible presencia
que ausento al hablar de ti.
Por eso voy a probar una ESPECIE DE DEFINICIÓN NEGATIVA:

No eres tampoco, aquí en el lenguaje en donde nunca estarás
de cuerpo presente, por mucho que me esfuerce por poseerlo
la muchacha cuya historia me contaste
Tu madre no te obligó, al rechazarte en tu adolescencia, a una vida
errante
como Evangelina. Ni fuiste en París la niña de nadie
-tu maestro- ni te pareces aquí a tu padre porque no lo conozco
ni en lugar de él encontraste, como en cualquier hombre,
a un intrauterino tirano
menos lúcido en su declinación que el rey Lear, a Edipo
No eres aquí la celosa de sus propios Estados Unidos
estabilidad emocional previsión y otros derechos
adquiridos con suficiente tenacidad
Dispongo a mi amaño de ti ahora que al escribirte te ausento
y aunque no he de saber nunca lo que habrá sido de ti
puedo negarme a la lógica de esos relatos
de esas explicaciones que no explican nada
sueños que fabuló en su tiempo el psicoanálisis
Ahora que serás sólo mi preferencia y no tú, la letra
te prefiero, como en Mallarmé: “la ausente de todos los ramos”
te prefiero con ese olor a flores silvestres ofreciéndome en
el ombligo y los pechos
fresas azucaradas y una risa infantil
un momento antes de negarme tu vida.



en Conversaciones con Enrique Lihn de Pedro Lastra, 2009

miércoles, febrero 17, 2010

ENTREVISTA A ROBERTO BRODSKY: "ENRIQUE LIHN SIEMPRE FUE UN HOMBRE EN MOVIMIENTO"



(PUBLICADO en revista El Periodista el 27 de febrero de 2004)


Hace algunos meses la Universidad Diego Portales publicó "El Paseo Ahumada", una reedición de un libroque Enrique Lihn publicó en 1983. Con esa excusa conversamos con el escritor Roberto Brodsky, uno de los discípulos del poeta.


Roberto Brodsky conoció a Enrique Lihn en 1980 cuando fue su alumno en una cátedra de Literatura que el poeta impartía en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile.


A partir de entonces, se integró en una camaradería en torno al poeta que reunió a escritores como Rodrigo Lira, Diego Maqueira, Gregory Cohen y Roberto Merino, entre otros. "Era ya un poeta consagrado y nosotros estábamos en pie de aprendizaje. Pero no existía reverencialidad con él, pues nunca aceptó el trato de discípulo-maestro. Existía una especie de complicidad y todos nos vinculábamos en una suerte de diálogo", cuenta Brodsky.


A fines de 1983, año de gran efervescencia social e inicio de las protestas masivas en contra de la dictadura, Enrique Lihn publicó "El Paseo Ahumada", poemario que veinte años después es reeditado por el sello editorial de la Universidad Diego Portales.

- En el epílogo que Lihn escribió para este libro planteaba que el Paseo Ahumada derivó de emblema de las expectativas neoliberales del pinochetismo a un muestrario del "quiebre del modelo económico". Decía que allí incluso "el trabajo se ha convertido en un arte y la mendicidad en un trabajo altamente competitivo". ¿Cuál es su apreciación de este libro?

- "El Paseo Ahumada" es un poema sobre el circo del mercado, de la ideología y de la locura chilena. Es una parodia de la grosería mercantil y de sus elementos más grotescos. El Paseo siempre se presentó como el "logro" de la democratización del mercado, pero ahí se reunía toda su grosería. Lihn tomó ese espacio y lo reinterpretó como lo que era: locura. Como artista y poeta, Lihn era un hombre con los pies muy puestos en la tierra, en el país y la cultura en que se insertaba, contaminada y en crisis en ese tiempo, lo que se reflejaba en su obra. Por ello se explica que en libros como "El Paseo Ahumada" no buscara imágenes bellas, apolíneas. Lo que a Lihn sí le interesó profundamente fue reflejar toda esa contaminación circundante en el Chile de esos años.

- ¿Cómo se planteaba Lihn, como escritor, frente a la dictadura?

- Lihn era claramente antagonista a los militares, pero se oponía sin plegarse obligatoriamente a los discursos colectivos: como no encontraba ninguna posibilidad de diálogo con los militares, él le hablaba a los poetas, a los artistas. Era opositor, sin duda, pero para él, enfrentarse a la dictadura no significaba, necesariamente, salir a la calle portando pancartas. Lihn no sabía hacer una barricada; sí detectar en el discurso público la demagogia, el populismo, la ignorancia y la dureza de la oficialidad, elementos que plasmaba en su obra. Al leer sus columnas y comentarios de los 80 se advierte que registra de modo pormenorizado la actividad cultural de ese tiempo, y lo hace críticamente, generando polémicas y discusiones. Lihn se oponía, pero en función de lo que sabía hacer.

- Lihn fue un autor muy prolífico, ¿qué recuerdo guarda de él?

- Enrique Lihn siempre fue un hombre en movimiento. De él, nosotros aprendimos a no quedarnos estáticos, a crear en un país que tendía a ningunear o a congelar la creación en una suerte de oficialidad rancia, como sucedía en dictadura.

- En un artículo publicado en el diario La Epoca en 1987, el poeta se autoinscribía, junto a otros escritores, en un rol de "escritor del exilio interior"; vale decir, entre aquellos que, viviendo en el país, debían "verbalizar un discurso que está prohibido", mientras los escritores exiliados se oponían a la dictadura desde el exterior.

- Eso se explica partiendo de que para Lihn la suya fue una manera de vivir en dictadura sin dejar de ser escritor. Si Lihn partía a un exilio voluntario iría sólo a interpretar un rol. En cambio, si permanecía en el país se debía "forzar" a crear un nuevo espacio. En el Chile militarizado ya no se podía pensar como antes y frente a aquello se debía organizar un espacio de creación en el mismo país.

-En los 70 y principios de los 80 el poeta viajó varias veces al extranjero. Según su relato, hubo oportunidades en que recibió críticas por permanecer en Chile pese a los horrores que se vivían.

- Esas críticas externas no me parecen válidas. En efecto, algunos escritores, desde el exilio, se arrogaban, con una suerte de idealismo, el "salvar" la quintaesencia del país. Claro que existían literatos perseguidos afuera, pero no podría sostenerse que ellos eran defensores y los demás, en Chile, los "contaminados", pues estos últimos vivían tan problematizados como los de afuera. Algunos escritores en el exilio encontraron un espacio muy adecuado para poder escribir: era muy cómodo hacerlo desde el extranjero como si Chile estuviese anulado en tanto operación creativa; sin embargo, en el país sí permaneció gente escribiendo, pensando lo que se vivía.

- El movimiento cultural opositor que integraba Lihn debía evadir la censura de las autoridades de la época. Al respecto y al aludir a Nicanor Parra, Lihn emitió un juicio que podría aplicarse al grupo: "ha compartido con todos el peso de la noche, buscando terceras posiciones". ¿Cómo se luchaba por la libertad de expresión en esos años, cuando Pinochet decía frases del tipo "no se mueve una hoja sin que yo lo sepa"?

- La censura se sorteaba, primero con humor. En dictadura uno debió aprender a darse cuenta que no había que enfrentarla como si fuese un animal terrible, sino que había que engañarla, hacerla lesa, oponérsele de manera lúdica. Uno fácilmente podía hacerse víctima de la censura, lo difícil era ridiculizarla.

martes, febrero 16, 2010

Dr. Oscar Galindo Entregó Algunas Claves para Entender al Poeta Enrique Lihn




Dr. Oscar Galindo Entregó Algunas Claves para Entender al Poeta Enrique Lihn

Publicado 07/05/2009

* Otro de los expositores de este ciclo fue el Dr. Grinor Rojo, quien planteó que “el neoliberalismo ha debilitado la cultura en Chile”.

"La realidad es la única película que nos quita el sueño" o "La realidad es el único libro que nos hace sufrir". Son dos versos que dicen bastante de la obra de Enrique Lihn (1929-1988), trabajo abordado por el poeta y actual Vicerrector Académico de la Universidad Austral de Chile, Dr. Óscar Galindo, durante el ciclo "El Intelectual en la Cultura Chilena de la Independencia al Bicentenario", organizado por la UACh.

La ponencia del Dr. Galindo -una de las que se realizaron la mañana del jueves 07 de mayo en la Sala Paraninfo de la DAE UACh- mostró la permanente tensión del autor chileno al querer romper la frontera entre la ficción y la vida. Según dijo el académico UACh, detrás de los gestos rupturistas de Lihn había una defensa de la libertad creadora e intelectual.

Así, su abundante obra poética, narrativa y ensayística, evidencia el conflicto que tenía entre el compromiso político y la libertad intelectual. El influyente poeta en las promociones de escritores de las últimas décadas también realizó intervenciones en otras disciplinas como cómics, teatro y video. "El escepticismo abarca todo su quehacer", aseguró el académico.

Este conflicto entre la razón estética y política lo llevó a criticar la revolución cubana al abrumar a los intelectuales (caso Padilla). Al respecto, el Dr. Galindo leyó un verso que deja muy en claro esta postura: "No seré yo quien transforme al mundo", del poema "Mester de Clerecía".

Grinor Rojo

Tras la presentación del Dr. Galindo, el Dr. Grinor Rojo -académico de la Universidad de Chile- ofreció unas "Reflexiones sobre el campo cultural post-dictadura". En entrevista con "Noticias UACh", explicó que en esta ponencia presentó "una sección de un trabajo muy largo mío sobre campo cultural y neoliberalismo en Chile que forma parte de un volumen que entrará en prensa y que se llama Discrepancias de Bicentenario, que probablemente va a aparecer el próximo año".

Dicho texto -dijo- tiene que ver con las diferencias que él tiene con respecto a las políticas públicas de Chile. Es un libro fuertemente crítico que aborda el campo de la cultura, "sin embargo parte con un ensayo sobre la democracia, que yo creo que es el piso desde el cual la cuestión de la cultura hay que asumirla".

En su opinión, el neoliberalismo ha debilitado la cultura en Chile. Esto porque existe un fraccionamiento de la sociedad chilena y de las profundas distancias culturales que se establecen entre unos sectores y otros. "Además de la instalación de una cultura hegemónica de muy mala calidad", añadió.

La mañana del jueves también se presentó a las 09.00 hrs. el Dr. Juan Carlos Skewes, Director de la Escuela de Graduados de la Facultad de Filosofía y Humanidades UACh, con su ponencia "El intelectual ¿una figura de elite?".

Posteriormente intervino la Prof. Amalia Ortiz de Zárate, nueva Directora de la Escuela de Pedagogía en Comunicación en Lengua Inglesa UACh, quien habló sobre "Mary Graham, una intelectual extranjera en el amanecer del Estado Nación". Según dijo, "los mismos prejuicios que llevaron a Mary Graham a hacer aseveraciones sobre nuestra cultura, economía y política, pueden revertirse en contra de nosotros. Y nosotros transformarnos en los prejuiciosos".

Durante la tarde se presentó el académico Jaime Massardo, quien se refirió a "Luis Emilio Recabarren: el surgimiento del intelectual obrero", y el Dr. Roberto Morales (Director de la Escuela de Antropología UACh) abordó la obra de "Alejandro Lipschutz, la praxis intercultural", para dar paso a la jornada vespertina en la Sala Ainilebu.



MONÓLOGOS DE ENRIQUE LIHN


MONÓLOGO DE UN PADRE CON SU HIJO DE MESES

ENRIQUE LIHN
DEL LIBRO "LA PIEZA OSCURA"

Nada se pierde con vivir, ensaya:
aquí tienes un cuerpo a tu medida
Lo hemos hecho en sombra por amor a las artes de la carne
pero también en serio
pensando en tu visita como en un nuevo juego gozoso y doloroso;
por amor a la vida, por temor a la muerte y a la vida,
por amor a la muerte
para ti o para nadie.

Eres tu cuerpo, tómalo, haznos ver que te gusta como a nosotros este doble regalo que
te hemos hecho y que nos hemos hecho.
Cierto, tan sólo un poco del vergonzante barro original,
la angustia y el placer en un grito de impotencia.
Ni de lejos un pájaro que se abre en la belleza del huevo,
a plena luz, ligero y jubiloso, sólo un hombre:
la fiera vieja del nacimiento, vencida por las moscas, babeante y rebosante.

Pero vive y verás el monstruo que eres con benevolencia
abrir un ojo y otro así de grandes,
encasquetarse el cielo, mirarlo todo como por adentro,
preguntarle a las cosas por sus nombres
reír con lo que ríe,
llorar con lo que llora,
tiranizar a gatos y conejos.

Nada se pierde con vivir, tenemos todo el tiempo del tiempo por delante
para ser el vacío que somos en el fondo.
Y la niñez, escucha:
no hay loco más feliz que un niño cuerdo
ni acierta el sabio como un niño loco.
Todo lo que vivimos lo vivimos ya a los diez años más intesamente;
los deseos entonces se dormían los unos en los otros.
Venía el sueño a cada instante,
el sueño que restablece en todo el perfecto desorden
a rescatarte de tu cuerpo y tu alma;
allí en ese castillo movedizo eras el rey, la reina, tus secuaces, el bufón que se ríe de sí mismo,
los pájaros, las fieras melodiosos.

Para hacer el amor allí estaba tu madre
y el amor era el beso de otro mundo en la frente,
con que se reanima a los enfermos,
una lectura a media voz,
la nostalgia de nadie y nada que nos da la música.

Pero pasan los años por los años y he aquí que eres ya un adolescente.
Bajas del monte como Zaratustra a luchar por el hombre contra el hombre:
grave misión que nadie te encomienda;
en tu familia inspiras desconfianza,
hablas de Dios en un tono sarcástico, llegas a casa al otro día, muerto.
Se dice que enamoras a una vieja, te han visto dando saltos en el aire,
prolongas tus estudios con estudios de los que se resiente tu cabeza.
No hay alegría que te alegre tanto como caer de golpe en la tristeza
ni dolor que te duela tan a fondo como el placer de vivir sin objeto.
Grave edad, hay algunos que se matan porque no pueden soportar la muerte,
quienes se entregan a una causa injusta en su sed sanguinaria de justicia.
Los que más bajo caen son los grandes,
a los pequeños les perdemos el rumbo.
En el amor se traicionan todos,
el amor es el padre de sus vicios.
Si una mujer se enternece contigo le exigirás te siga hasta la tumba,
que abandone en el acto a sus parientes,
que instale en otra parte su negocio.

Pero llega el momento fatalmente en que tu juventud te da la espalda
y por primera vez su rostro inolvidable en tanto huye de ti que la persigues a salto de ojo,
inmóvil, en una silla negra.
Ha llegado el momento de hacer algo parece que te dice todo el mundo
y tu dices que sí, con la cabeza.
En plena decadencia metafísica caminas ahora con una libretita de direcciones en la mano,
impecablemente vestido,
con la modestia de un hombre joven que se abre paso en la vida,
dispuesto a todo.
El esquema que te hiciste de las cosas hace aire y se hunde en el cielo dejándolas a todas en su sitio.
De un tiempo a esta parte te mueves entre ellas como un pez en el agua.
Vives de lo que ganas, ganas lo que mereces, mereces lo que vives:
eres, por fin, un hombre entre los hombres.

Y así llegas a viejo como quien vuelve a su país de origen después de un viaje interminable corto de revivir, largo de relatar,
te espera en tí la muerte, tu esqueleto con los brazos abiertos,
pero tu la rechazas por un instante,
quieres mirarte larga y sucesivamente en el espejo que se pone opaco.
Apoyado en lejanos transeúntes vas y vienes de negro,
al trote,conversando contigo mismo a gritos, como un pájaro.
No hay tiempo que perder, eres el último de tu generación en apagar el sol y convertirte en polvo.

No hay tiempo que perder en este mundo embellecido por su fin tan próximo.
Se te ve en todas parte dando vueltas en torno a cualquier cosa como en éxtasis.
De tus salidas a la calle vuelves con los bolsillos llenos de tesoros absurdos: guijarros, florecillas.
Hasta que un día ya no puedes luchar a muerte con la muerte y te entregas a ella, a un sueño sin salida, más blanco cada vez, sonriendo, sollozando como un niño de pecho.

Nada se pierde con vivir, ensaya: aquí tienes un cuerpo a tu medida,
lo hemos hecho en la sombra por amor a las artes de la carne pero también en serio,
pensando en tu visita
para ti o para nadie


MONÓLOGO DEL VIEJO CON LA MUERTE

Y bien, eso era todo.

Aquí tiene la vida,

mírese en ella como en un espejo,

empáñela con su último suspiro.

Éste es Ud. de niño, entre otros niños de su edad;

¿se reconocería a simple vista?

le han pegado en la cara, llora a lágrima viva,

le han pegado en la cara.

Allí está varios años después, con su abuelo

frente al primer cadáver de su vida.

Llora al viejo. parece que lo llora
pero es más bien el miedo a lo desconocido.

El vuelo de una mosca lo distrae.

Y aquí vienen sus vicios, las pequeñas alegrías de un cuerpo reducido a su mínima expresión,
quince años de carne miserable;
y las virtudes, ciertamente, que luchan
con gestos más vacíos que ellas mismas.
Un gran amor. la perla de su barrio
le roba el corazón alegremente
para jugar con él a la pelota.
El seminario, entonces,
le han pegado en la cara, Ud. pone la otra;
pero Dios dura poco, los tiempos han cambiado
y helo aquí cometiendo una herejía.
Véase en ese trance, eso era todo:
asesinar a un muerto que le grita: no existo.
Existen Marx y el diablo.


Recuerde, ese es Ud. a los treinta años;
no ha podido casarse
con su mujer, con la mujer de otro.
Vive en un subterráneo, en una cripta
de lo que se le ofrece, sin oficio,
esqueléticamente, como un santo.
Del otro mundo viene ciertas noches
a visitarlo el padre de su padre:
-Vuelve sobre tus pasos, hijo mío, renuncia
al paraíso rojo que te chupa la sangre.
Total. si el mundo cambia a cañonazos.
antes que nada morirán los muertos.
Piensa en ti mismo, instala tu pequeño negocio.
Todo empieza por casa.


Mírese bien, es Ud. ese hombre
que remienda su única camisa
llorando secamente en la penumbra.
Viene de la estación, se ha ido alguien,
pero no era el amor, sólo una enferma
de cierta edad, sin hijos, decidida a olvidarlo
en el momento mismo de ponerse en marcha.
Ud. se pone en su lugar. No sufre.


¿Eso era el amor? Y bien, sí, era eso.
Tranquilo. Una mujer de cierta edad. Tranquilo
Mírela bien. ¿Quién era? Ya no la reconoce,
es ella, la que odia sus calcetines rotos,
la que le exige y le rechaza un hijo,
la que fInge dormir cuando Ud. Ilega a casa,
la que le espanta el sueño para pedirle cuentas,
la que se ríe de sus libros viejos,
la que le sirve un plato vacío, con sarcasmo,
la que amenaza con entrar de monja,
la que se eclipsa al fin entre la muchedumbre.


Y bien, eso era todo. Véase Ud. de viejo
entre otros viejos de su edad, sentado
profundamente en una plaza pública.
Agita Ud. los pies, le tiembla un ojo,
lo evitan las palomas que comen a sus pies
el pan que Ud. les da para atraérselas.
Nadie lo reconoce, ni Ud. mismo
se reconoce cuando ve su sombra.
Lo hace llorar la música que nada le recuerda.
Vive de sus olvidos
en el abismo de una vieja casa.
¿Por qué pues no morir tranquilamente?
¿A qué viene todo esto?
Basta, cierre los ojos;
no se agite, tranquilo, basta, basta.
Basta, basta, tranquilo, aquí tiene la muerte.

Enrique lihn

(Santiago de Chile, 1929 - Santiago de Chile, 1988)


MONOLOGO DEL POETA CON SU MUERTE

Y ahora te toca a ti: el poeta y su muerte;

no es una buena escena ni aun para el autor

de los monólogos: nada ocurre en ella

de especialmente emocionante.

El rostro mismo del miedo que uno pensaría

todo un teatro de máscaras,

no es más que este pie equino, un sapo informe,

un puñado de hongos.

Tu misma enfermedad, nunca se supo

quién de los dos el cuerpo, quién el alma

hasta su floración en una noche

en que al gusto habitual a tierra de hojas

de tu lengua, sentiste con horror

que se mezclaba al polen venenoso;

y tus pies te llevaron a la rastra

por el camino de tus hospitales.

Cuánta inocencia ahora

que la muerte prepara tu bautismo

en las aguas servidas de la sangre

una y mil veces transformadas en vino,

quiere que tú te mires en ellas sollozando,

como si todo tu pasado fuera

algo por verse allí

en ese triste espejo que volvía a trizarse

cada siete años, con tu cara adentro.

Todo lo tuyo fue—dicen las trizaduras—

altos y bajos de la mala suerte.

Quienes van a morir en esta pieza

de hospital, ya lo saben los unos de los otros;

lo repiten, lo aprenden, lo recitan, lo aúllan.

El silabario del dolor circula

de cama en cama, los recuerdos tiemblan

juntos, como en un ghetto de Varsovia.

(Médicos que parecen gaviotas, alcatraces,

vuelan sobre un cardumen de termómetros,

y las horribles golondrinas ruedan

con las alas zurcidas a la espalda

y los pies húmedos de escupitajos.)

Nadie, si lo quisiera, podría hacerse trampas

pensando que es un juego esta partida

ni sacar un horrible solitario.

La memoria sajada de los unos

supura, abiertamente,

toda la porquería inolvidable;

la de los otros se extravía y canta

salmos del cloroformo: tangos dodecafónicos

algodonosos y sanguinolentos.

Pero tú, sustraído al delirio común

por un miedo que ya no tiene nombre

ni otra figura que la tuya propia,

vas a morir con dignidad, se dice.

Quizás, como no aceptes de la muerte otra cosa

que, por entretener a las visitas,

unos tropiezos de bufón danzante

junto al trono del rey del humor negro.

Y pues ahora que te asisten plenos

poderes como a Ubu o Chaplín, los imbéciles

sólo atinan a irse

como si se sentaran en las brasas,

tu soledad es cada vez más tuya;

precisas no mezclarte con la chusma, distraes

la mirada paseándola por el vago rebaño

de las camas, te miras el ombligo del mundo.

Todo el orgullo que se diga es poco.

De los recuerdos de tu infancia, no más

juega tu corazón, como en un viejo patio

casi vacío, con los más tranquilos.

Cedes —toda prudencia— al sueño que soñabas

cuando era el despertar de un niño a la dulzura

de la convalecencia, entre las manos

maternales.

Piensas en los hermanos Grimm y en Andersen.

Sabes, crees saber que, pasajero

de un tren-cisne-dragón-globo aerostático,

vas salvando el escollo de la noche, y el aire

libre, la luz del otro extremo del túnel,

te murmura al oído: «ahora estás sano y salvo».

¡Un día al fin! Tu madre, toda suave lectura,

vuelve para aventar del patio los recuerdos

turbulentos, que gritan: ¡El muerto, el muerto,

el muerto!

con las orejas y las manos sucias.